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Vivir con martirio y una hoz en la nuca [☭]  

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Eran mayores y hábiles, maledicentes incuantificables, misántropos otros, adustos varios, oportunistas algunos, pero, de nuestro domicilio ultimomundista cuando persuadían, a sus alumnos, amigos, discípulos, narradores, poetas, artistas plásticos, actores, cineastas, obreros, científicos, investigadores, personal de servicio doméstico y bohemios de abundante «heroica» libar, que vivir con martirio y una hoz en la nuca [] era paradisíaco. Por lo expuesto, fui uno de los exiguos escritores que se atrevió a enfrentarlos: polemicé con ellos, me excluyeron juergas pagadas por demócratas de poca sesudidad, colectivistas de tallerismo literario comprometido con los falsos entendidos de lo que significa padecer un régimen totalitario-tiránico de gobierno.

En las universidades autónomas de Venezuela [y otras del resto suramericanas] no se debatían ideas políticas, tratados filosóficos, proyectos para el desarrollo económico-cultural-educativo de los pueblos, la actualización de pensum, sino que se imponían criterios excrementados con eso históricamente prostituto llamado «izquierdismo». Caminaba por los pasillos de la Facultad de Humanidades y Educación de la Universidad de los Andes, asistía a clases magistrales en el Auditorio Simón Bolívar, donde, recuerdo, entrevisté o inicié diálogos [sin grabador, bolígrafos o libretas] con intelectuales notables, a quienes incomodaba con mis lucubraciones político-filosóficas. Solía someter a prueba mi memoria, pero, de súbito, me sentía obligado a realizar anotaciones en papelitos.

Era [soy todavía] un pensador radicalizado, derechista, a favor de la presencia de concesionarias frente a esos personajes, algunos de los cuales se convertirían en mis mejores amigos. Asombraba la intensidad del oscurantismo que fomentaban hombres y mujeres que vestían ropas agujereados, para lucir humildes. En horas de despacho, portaban cédulas de identidad, pasaportes y no estaban sujetos a interdictos. Yo sentía al monstruo, su peligrosidad, cómo lo agigantaban y embellecían sus admiradores, era despótico, pero ellos publicitaban que gracioso. Recibí, con hidalguía, golpetazos intelectuales de tantos que me calificaban de enfant terrible, o joven escritor conflictivo, confundido, alienado por el Capitalismo salvaje que había aburguesado a dueños los más influyentes medios de comunicación del país, empresarios y académicos. Convirtiéndolos en profesos del materialismo.

Lo digo, sin ambages: fui impactado por uno de los admirables novelistas del boom literario latinoamericano, en uno de los recintos de nuestra casa de estudios superiores: Mario Vargas Llosa. Le pedí una entrevista, en compañía de otros comunicadores sociales, y me susurró que debíamos pagarle, cada individuo, adelantado, 500 dólares imperiales norteamericanos para concederla en grupo (principios de la «Década de los años ochenta»/XX)

Hace ya décadas, empero, no olvidé el incidente. Tampoco su lapidaria frase procomunismo, pronunciada el día que recibió el Premio Internacional Rómulo Gallegos: «Yo quiero que América Latina ingrese, de una vez por todas, en la dignidad y en la vida modernaque el socialismo nos libere de nuestro anacronismo y horror» (29-07-1967).

Siempre me han parecido inaceptables las excusas que [en tiempos cuando es público y notorio que el socialismo se sustancia en la esclavitud y vejamen, destrucción de la propiedad tanto privada como pública, expropiación, hostigamiento, control ilegítimo e inmoral de instituciones de Estado, que crimina a opositores condenándolos a padecer torturas, hambre y prisión] expresan aquellos mayores de edad, hábiles y de este domicilio donde el cívico-militarismo mafioso se ha ensañado contra millones de inocentes. Nos obligan huir de nuestro territorio, reprimen y matan antojosos, sin pudor o misericordia.

El Imperio Comunista Chino esparció un virus de guerra biológica y los genocidas en Venezuela y Nicaragua están felices porque, sin dudas, les permite exhibirse héroes, protectores, salvadores de patrias. Malditos.

@jurescritor

 

 

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