Apóyanos

Diálogo con Asdrúbal Baptista

    • X
    • Facebook
    • Whatsapp
    • Telegram
    • Linkedin
    • Email
  • X
  • Facebook
  • Whatsapp
  • Telegram
  • Linkedin
  • Email

Por MIGUEL SZINETAR

        I

MS: Inicio este diálogo preguntándote, y preguntándome: ¿qué es el hombre? Cuando te formulo esta pregunta, estoy pensando en Sófocles.

AB: ¡Ah! ¿En Antígona?

MS: Cuando Sófocles afirma que el hombre es lo más misterioso, que muchos son los misterios, pero que nada es más misterioso que el hombre. Hay quienes en lugar de “misterioso”, traducen “admirable”, que de una u otra manera remite a lo mismo. Recuerdas también a Pico de Mirandola, cuando, en un texto que Jorge Luis Borges parafrasea en alguna circunstancia, cita el diálogo entre Adán y su creador, cuando el creador dice a Adán: Te puse en el centro para que contemplaras todas las cosas que contiene el universo y para que te hicieras a ti mismo. Cuando Dios dice al hombre que se haga a sí mismo, subraya “el hacer” como su determinación fundamental.  En el “hacer”, el hombre construye la realidad en su mente, y luego la materializa a través del trabajo. Ese tránsito de la mente a la realidad, ese salto sobre el abismo, es quizá lo que determina al hombre en lo sustancial. El producto de ese salto se distribuye luego y se intercambia. Tal vez allí tenemos el punto de partida de lo que Smith llamó “la propensión al cambio”, el inicio de esa ciencia que te apasiona, la ciencia económica, a la que te empeñas en llamar Economía Política.

AB:  Tendrás presente con toda seguridad que Kant, en su edad ya avanzadísima, y en unas clases que dio muy al final de la vida, creo que en 1802 —él muere en 1804—, formula algunas preguntas: ¿Qué debemos hacer?, ¿qué podemos esperar? Y concluye con la gran pregunta: ¿Qué es el hombre? Y si yo tuviera que decir quién me  convirtió —esta pregunta en un tema que no cesa de  sugerirme buena parte de mis reflexiones, y de todas las cosas que la mente  pone en marcha cuando tiene una incitación muy fuerte—, pues es Heidegger.  Ésa es su pregunta —incidentalmente, en su traducción del texto de Antígona que citas, él opta por la palabra “inquietante” (unheimlich)—. Pero yo hallé en la Ética Nicomaquea de Aristóteles una frasecita, no tan hermosa como la de Antígona en el coro, que lleva esa expresión que tú refieres. La frasecita de Aristóteles es un diálogo interior, y él habla de qué se le pediría a un flautista para definirlo. Pues que tocara maravillosamente bien la flauta, que fuera excelente en el ejercicio de su música y de su flauta. Y así, va identificando profesiones y tareas: el zapatero, el talabartero, un artesano. Y de pronto emerge la frase sorprendente. ¿Y si tuviéramos que preguntarnos cuál tarea le está asignada al hombre para ser hombre? Y entonces viene el suspenso de la respuesta. Hay como unos puntos suspensivos. Me imagino a Aristóteles diciendo: “No sé, no sé, pues la tarea que define a un hombre…”. Y me gusta comenzar unas clases que doy en el IESA, y que llamo “La aventura del hombre”, hablando precisamente de esto: el hombre, ¿qué es? Un ser indeterminado, un ser que se determina a sí mismo, que no tiene nada predeterminado, como lo tiene el león, como lo tiene la piedra, como lo tiene la estrella. El hombre se hace a sí mismo. De modo que, ¿qué es el hombre? Un ser indeterminado. Pero esa palabra “ser”, allí, y esa es la enseñanza de Heidegger, no es sustantivo, es verbo. En eso resume Levinas todo el aporte de Heidegger a la filosofía. En haber tornado una palabra sustantivada por toda la tradición escolástica, y probablemente la posterior hasta Kant, en un verbo. El “ser” como verbo. De modo que me preguntas: ¿qué es el hombre? Y desde la Economía Política respondo, desde luego: el hombre es trabajo. Porque ése es el ambiente en el cual Adam Smith y su gente crean la disciplina. Recuerda que La riqueza de las naciones comienza con un párrafo que dice: “El trabajo es la fuente de donde salen todas las cosas necesarias para la vida humana…”. Hablamos de finales del siglo XVIII. De modo que tú me preguntas a mí: ¿qué es el hombre? En justa reciprocidad te respondo devolviendo una pregunta: ¿qué nos cabe hacer en este tiempo de la historia?

MS: La respuesta que yo me di: el hombre es un ser anclado en el misterio. Y podría decir: el hombre es un “hacer” anclado en el misterio. Heidegger, cuando reflexiona sobre Hölderlin, o sobre la esencia de la poesía, y se pregunta ¿qué es el hombre?, responde: diálogo.  Deberíamos retornar al diálogo, esencia de lo que somos y de la posibilidad que se nos abre en esta época de crisis. 

AB: Pero la gran crítica que le hace Martin Buber, el gran filósofo del “diálogo Yo y Tú” a Heidegger, es que el hombre heideggeriano, probablemente mal leído, si me permito decir tamaña cosa, teniendo a Buber como referencia, es monádico, dialoga sólo consigo mismo. Y el diálogo que tú tienes, seguro estoy, en tu mente, es el del yo y tú.

MS:  Cuando uno está solo, y se formula una pregunta, descubre que es un ser binario, especular.  La pregunta la responde uno mismo desde el espejo.

AB: ¡Claro! Pues yo no puedo dejar de añadirte —y aquí viene el peso de mi disciplina y de mis afanes, llámalos científicos si se quiere—: cada tiempo de la historia, y por lo tanto, de las generaciones, valga decir de los hombres, de ti y de mí, tiene algún grado de condicionamiento en término de sus preguntas: ¿qué es el hombre en el mundo de hoy? ¿Qué es el hombre de hoy en la Venezuela presente? ¿En la Mérida universal? Aquella pregunta aristotélica preciosa, la afirmación de Sófocles en su Antígona, llevémosla a nuestro tiempo por la fuerza de la necesidad: ¿qué es el hombre de hoy?; ¿qué, en nuestra natural finitud, somos en el mundo que nos rodea?

MS:  Me percibo como hombre de hoy, a través de un diálogo colectivo, de un reencuentro con los otros. ¿Cómo estructurar en Venezuela las bases de un diálogo político?

II

AB: Me dejabas una pregunta que puede llevarnos lejísimo. Tiene que ver con una disfunción mayúscula que el mundo moderno contiene en su interior. Cuando Hegel dice que el gran hallazgo del tiempo moderno es la sociedad civil, y el Marx juvenil, más genio que nunca, le replica: No: es la emergencia del Estado. Y sólo lo hace, entendámonos, para provocarlo —digo provocarlo a sabiendas de que  el viejo maestro estaba muerto, y que lo que se venía encima era la medianía de sus epígonos—. Al fin y al cabo, sociedad civil y Estado son contrarios y, al mismo tiempo, perfectos complementarios. Te agarras de ahí y llegas a la Venezuela de hoy, a la Mérida de hoy. Tienes la circunstancia de un Estado cada vez más local, más local que nunca, y una sociedad civil que ha roto las fronteras, que ya no cabe en ningún espacio nacional. Y desde luego, si el viejo Hegel y el joven Marx tenían razón cuando dicen lo que dicen, hay una complementariedad entre ambas realidades, Estado y sociedad civil, suponiendo, por supuesto, que tienen características geográficas, económicas y políticas similares. ¿Cuál es el Estado que le va a hacer contrapeso a la sociedad civil en Venezuela, que ya no tiene fronteras? ¿Este Estado dinosáurico y arcaico en su obra y pensamiento?

MS:  En el prólogo a la Contribución a la Crítica de la Economía Política, Marx, en 1859, dice que un modo de producción no puede ser sustituido por otro mientras contenga potencialidades de desarrollo, porque en última instancia lo que diferencia un modo de producción de otro es la productividad. Marx, en una mirada que va desde el origen del hombre coincidiendo con Darwin hasta el comunismo, entiende que la humanidad ha  transcurrido básicamente por dos etapas:  la productora de valores de uso  y la mercantil, que surge con el excedente económico, los rudimentos del valor,  y se despliega hacia la planetarización. Estamos en la etapa más desarrollada de la producción mercantil. 

AB: Que es el lado de la sociedad civil, de algún modo u otro. El Estado no. Y la pretensión de tener un Estado planetario, correlativo a la sociedad civil planetaria, está lejos de ser tal. Cuando se habla del imperio, cuando se habla de la globalización, se está pensando en lo económico. Y si algo me sobrecoge es caer en cuenta de que hoy los jóvenes se movilizan de un país a otro y se sienten cómodos donde quiera que estén. Ni tú ni yo podemos hacer eso, porque no nos corresponde por las canas que tenemos encima. Pero el joven de hoy, valga decir, la sociedad civil de hoy, ya en marcha, no tiene más fronteras nacionales. ¿Cuál es el Estado correlativo a esa realidad?

MS: ¿Qué es lo que ha hecho saltar las fronteras nacionales?

AB: El capital, desde luego.

MS: Estamos viviendo en el umbral de la revolución científico-tecnológica. Es evidente que las formas de organización social están en crisis, porque no pueden contener las potencialidades que el hombre ha acumulado a lo largo de su existencia, y esta es la sustancia de la época.

AB: Pero insisto en el punto. Estás hablando desde la sociedad civil, desde el capital, desde la ciencia, desde las aspiraciones humanas. El correlato, que es la política, sigue siendo local.

MS: Sí.  Pero sigamos explorando.  Hay que regresar y replantearse el tema del valor. Si el desarrollo de la productividad, en términos teóricos, trae como consecuencia la reducción del valor unitario, del tiempo de trabajo socialmente necesario contenido en cada unidad de intercambio, si esa proyección es cierta, ¿hacia dónde vamos?

AB: Un computador costaba en 1985 —el primero que yo compré, con la donación de un pariente adinerado— unos seis mil quinientos dólares. Tres años más tarde, lo vendí a un colega por cinco mil bolívares.

MS: ¿Vamos hacia una sociedad sin mercado? 

AB: No, por ahí no van las cosas.

MS: ¿Hacia una nueva fase de desarrollo del mercado?

AB: Absolutamente. La asalarización tendrá sus características sui generis.

MS: ¿Y a esas nuevas fases de desarrollo del mercado no le corresponderán, necesariamente, nuevas fases de desarrollo del Estado y de la polis?

AB: Ése es mi punto, y esa es la gran disfunción que hallo en Venezuela, que es una sociedad desarrolladísima en términos económicos. Pobreza y desarrollo hay que ponerlos en su justa perspectiva. Venezuela puede ser una sociedad misérrima en muchos respectos, pero económicamente es muy desarrollada, porque el desarrollo es como la pérdida de la inocencia. Una vez que lo tienes, no regresas. En términos materiales, Venezuela alcanzó niveles de desarrollo muy elevados, que no necesariamente significan riqueza. Sobre esa sociedad adviene la pretensión de un Estado nacional que está mirando para atrás, con fronteras cerradas. Más allá de la vocinglería, de las integraciones y de los pueblos que se vinculan, el Estado sigue siendo local, para una sociedad que ya tiene frente al mundo la pretensión de correlacionarse.

El Estado pretende ser, en el caso venezolano, y más que nunca, “localísimo”. Lo político pretende ser “localísimo”. Y entonces, cuando al ser humano venezolano se le ponen restricciones políticas, que chocan contra su condición de ciudadano del mundo, allí hay una disfunción mayor, un inmenso obstáculo para la marcha. Pero eso no solamente vale para Venezuela, porque, frente al desarrollo espectacular del capital financiero, no tenemos un Estado mundial. La pretensión norteamericana de ser el Estado mundial se muestra como fallida.

MS: ¿Y qué importancia le das en el proceso de planetarización, a la dimensión de lo local?

AB: La sociedad civil venezolana, en términos de sus relaciones, aspiraciones y de su patrimonio, ya no es local. Es planetaria. Yo no sé dónde están tus recursos invertidos en este momento. De repente, alguien está comprando valores en la bolsa de Taiwán con los bolívares que ahorraste aquí, convertidos en monedas internacionales. Lo local, como valor fundamental para el hombre en el seno de lo planetario, no conspira ni colide con la idea de la sociedad civil internacional. Donde tienes tus intereses materiales, ahí está tu condición ciudadana. Para muchos venezolanos, buena parte de su patrimonio está en cuentas en el extranjero, en la bolsa de Tokio o de Hong Kong. Está circulando, y probablemente las partidas que tiene el fondo de jubilaciones de la Universidad de los Andes, buena parte de esos recursos, están circulando en el mercado internacional, porque de eso se trata, eso es indetenible. El éxito de una sociedad, económicamente hablando, está en desarrollar su mercado interno para colocarse en el mercado internacional. Lo local son tus raíces, que te dan fundamento, pero ya tú no perteneces al trozo donde esas raíces están hundidas y sembradas. Perteneces al mundo entero. Nuestro Estado quiere impedir que eso tome lugar.


*La entrevista de Miguel Szinetar a Asdrúbal Baptista forma parte del libro Entrediálogos, publicado por la Fundación Casa de las Letras Mariano Picón Salas, la Universidad de los Andes y la Fundación para la Cultura Urbana, Mérida, 2007.

El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!

Apoya a El Nacional