¡Venezuela ha muerto! Prisionera, al igual que Miranda en La Carraca, y esperando fugarse para volver a la lucha por la libertad, murió. ¿Ya nada más puede hacerse? La aceptación del fin de las cosas pudiera ser también el principio de una solución.
Alfonsina Heinemann era una venezolana de ascendencia alemana, como puede inferirse del particular apellido. Aunque profesaba la religión católica, aprendí de un profesor del IESA, hoy mi querido amigo George kastner Herskovitz, que muchos apellidos que terminan en la sílaba “man” son de origen judío. Aunque aquellos que teniendo las dos “n” al final, como “Heinemann” pudieran ser apellidos de alemanes-judíos que, al intentar escapar de la implacable persecución nazi, maquillaban con esa otra “n” tales apellidos para escapar del holocausto, e iniciar una nueva vida al traspasar fronteras.
Reflexionando sobre las raíces y el producto de la fusión maravillosa de razas que se dió en Venezuela durante muchos años, con inmigraciones en distintas etapas, reconocí la interedante historia de parentesco, y de la linea del árbol genealógico de Alfonsina Heinemann, como familia de Sebastián Francisco de Miranda. Vinculada a una de sus hermanas para ser más preciso, yo estaba muy pequeñito y no hablé directamente de estas cosas con Alfonsina, ya muy anciana, cuando tuve el privilegio de convivir durante algunos años con ella, en nuestro hogar. No puedo olvidar su tan particular carácter, de firmeza y ternura a la vez. En cada uno de sus gestos, fue imposible no notar que se trataba de una dama de un origen especial, distinto. No por su ancianidad, para mí estaba claro que se distinguía de las demás señoras que, desde mi posición de ocupante del balcón más bajo de mis seis a siete años, llegué a entender a mi manera de su mundo peculiar, en medio de una familia numerosa, de niños y de adultos en medio de la diversidad que nos rodeaba.
Así mi imaginario se formó criterio de la diversa y abrumadora mayoría de venezolanos que hoy, dentro y fuera del que fue nuestro territorio, por nacimiento, o por haber adquirido la nacionalidad venezolana, podría hacerse la pregunta ¿que hacer hacer ante nuestra Venezuela muerta? Tal interrogante, que pudiese ser confundida como una intención cruel y de pertubador sentido masoquista, en realidad es la propuesta de una honda reflexión sobre el significado maravilloso de la vida, y sus oportunidades. Muchos que vinieron de experiencias muy dolorosas, y que con gran resiliencia sobrevivieron, podrían enseñarnos. Desde el más puro sentimiento de amor, ese que no nos engaña, hagámonos de nuevo la pregunta ¿Esa Venezuela para nosotros ha muerto? Y, ¿si esto es así, o si no es así? ¿Qué es lo que no hemos entendido? ¿O que es lo que no hemos querido reconocer?
Como comprendió el escritor francés Antoine de Saint-Exupéry (29 junio 1900- 31 julio 1944) convertido en El Principito debemos aceptar que “lo esencial es invisible a los ojos”. Por eso, al preguntarnos si estamos hoy o no ante una realidad diplomática de si Venezuela ha muerto o no, o si consideramos podemos revivirla quizás como forma de negación, no queremos aceptar nuestra verdadera misión planteada con Venezuela. ¿Cuál es la misión de la diáspora venezolana desde cualquier lugar del planeta donde se encuentre?
Primero es preciso entender que revivir aquella Venezuela del tiempo en nacimos y crecimos, cual pudo Dios con Lázaro desde su poder omnipotente, no pareciera posible, ¿verdad?. Ni esperar que ella por si sola resucite, como lo hizo nuestro señor Jesucristo al tercer día. ¿Hemos entendido y aceptado esto? En las actuales circunstancias, y después de todos estos años de sufrimiento, ¿reconocemos que eso no ocurrirá de esa manera?
Luego de evaluar lo que ha sucedido al menos desde el año 2002 cuando reconocimos la inevitabilidad del conflicto amigo-enemigo, como lo aprendimos discutiendo las tesis del prusiano alemán Carl Schmitt. El profesor Friedrich Welsh, como otro de esos alemanes maravillosos que ganó Venezuela para sí, cuando quedaban prendaron de nuestra gente, de nuestro paisaje, de nuestra música, y de la arepa y el casabe, como un criollo más.
Desde la Universidad Simón Bolivar se discutieron, después de 1992 sobre razonamientos del difunto Chávez, en sus primeras exposiciones; sin advertir muchas de sus reales intenciones. Oculto su promotor y hermano Adan Chávez, era ya fiel seguidor de las tesis de Fidel Castro y de sus iniciales movidas con el Foro de Sao Paulo. Eran esos los intentos de llegar al poder por métodos electorales. Con la estrategia modificada y perfeccionada por del castrismo, derivaron de su aprendizaje en la intervención fracasada en el Chile de comienzos de los setenta. Ahora mucho más claramente como un medio para obtener el fin de llegar al poder, la modificación de las constituciones alargando períodos presidenciales y con reelección inmediata y sin restricción de veces, el sostenimiento del poder, incluso usando la fórmula de utilizar la figura de la consorte-esposa como socia-candidata, estrenó variantes después de la caída del muro de Berlín en 1989 en este proceso que se acometió con éxito desde la captura de Venezuela. Nunca fue querer asimilarse a la convicción democrática. No era respetar y hacer respetar la genuina voluntad popular, expresada en elecciones libres. Nunca fue creer en la alternancia en el Poder Ejecutivo como fórmula de reconocida eficacia dentro del sistema de libertades democráticas. No del modo como ya lo habíamos logrado los venezolanos. Ello realmente creían, como lo han demostrado, y aún las creen, son libertades “burguesas”, como solían llamarlas.
No comprender a cabalidad lo antes planteado, desde la forma hasta el fondo como ha sido la llevada la estrategia para el “cese de la usurpación” por la cúpula dirigente parlamentaria se ha fracasado en lograr la liberación de Venezuela, y esta ha muerto en cautiverio. Ello es preciso reconocerlo. La Asamblea debía usar el conocimiento, madurez y habilidad política necesarias para saber que no podría alcanzarse dicha salvación de Venezuela por los conocidos y controlados caminos de la narcotiranía. Llenas de asaltantes de caminos, de peajes y celadas, hoy se corrobora que desde el propio seno de parte de esa Asamblea Nacional, de una forma evidente algunos alacranes, y otros de forma menos evidente como camaleones, han traicionado a Venezuela.
Nuestra estrategia para salvar a Venezuela fue dejada de lado. La que debió estar supuesta a implementarse fehacientemente en un veloz e intenso tratamiento contra el voraz cáncer que la afectaba no se asumió. Diferimientos y engreimientos, diálogos falsos e improvisaciones, consideraron era más importante apurarse en definir la cancha de competencia interna entre partidos de la ofrecida ”unidad opositora”. Por un poder que daban ya por descontado alcanzarían, su prioridad fue contar con un “Estatuto para la transición”. Amarraban así al presidente encargado, amarrándose a si mismos, para arreglar sus desconfianzas y apetencias. ¡Al tiempo que se ponía en juego el tiempo mismo a favor del cáncer enemigo, dejaron desfallecer las fuerzas que podrían haber salvado aquella Venezuela.
Hay tiempo para llorar y tiempo para reír. La pérdida, no de la cuarta, ni de la quinta, sino de aquella República de Venezuela que conocimos ya ocurrió. ¡Esa Venezuela ha muerto! Es un momento doloroso que hay que reconocer y que hay que asimilar emocional y racionalmente.
Cuando vi por primera vez llorar a mi papá fue en el sepelio de su madre. Con su pañuelo en la mano y sin complejos, no intentó en ningún momento esconder sus lágrimas, mientras descendían el ataúd con los restos mortales de mi abuela “Alfonsina Heinemann”. Papá derramó su llanto con amor infinito, del que más que testigo fui bendecido heredero, impregnándome con aquella imperecedera imagen de su viril ejemplo, al llorar a su madre. Cuando hay que llorar pérdida tan inconmensurable pues se llora. Papá secó su llanto de aquel día, para continuar mostrándonos el mundo bueno que siempre quiso y cultivo para todos. Ese mundo es el que hay que seguir amando como a la vida misma, día a día, a cada instante, hasta el último aliento. Así, toda estrategia y toda lucha obtendrá inexorablemente el objetivo.
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