El país se desintegra pandémicamente. El acelerador del desgarrador desastre a marcado su máxima potencia. Nuestra sociedad adquiere otra careta, pues la realidad se transforma y llega la escena más cruel de la travesía; nuestros hábitos se desvanecen, los sueños pasan a ser simples y sublimes recuerdos de lo que fue o pudo haber sido. Toca reinventarse, aunque espeluznalmente duela, es la única opción que nos queda.
Estamos caminando en soledad en un calvarico desierto con solamente el paradisíaco espejismo de lo que fuimos en una mano y en la otra, llevamos la imperecedera ilusión de lo que pueda pasar cuando «todo esto pase». La estabilidad que nos daba la tierra de nuestra esencia ha hecho un cataclismo mortal para mostrarnos lo que realmente somos: una debilidad hecha cuerpo, mente y alma pues, el miedo arrasó vorazmente cuál fuego volcánico a nuestro ser.
Nos pusimos a priori una camisa de fuerza cargada de una conforme inconformidad a nuestras costumbres y que de pronto se esfumó, dejándonos frágiles y temerosos, infinitamente ansiosos y a la vez complacientes en las cuatros paredes de la habitación mental en la que nos encerramos voluntariamente porque la pecaminosa creencia de que éramos inmortales y que la vida era para siempre se destiñó brusca y cruelmente. El destino nos ha dado una fuerte cachetada en la cara de nuestra soberbia moralidad.
¡Estamos aterrados! y nuestra humanidad más primitiva tomó el timón de nuestro barco para hundimos en aguas inhóspitas y jamás exploradas. Nuestros oídos se tornaron sórdidos, las mentes perdieron su brillantez, la ignorancia enciclopédica de nuestro subconsciente consumió cada centímetro de alma pura que quedaba y la creencia de llegar a puerto seguro fue arrebatada.
Soñamos con llegar a otras galaxias sin percatarnos que realmente el universo habita en esos pequeños detalles y en la simpleza de los momentos mágicamente cotidianos; inocentemente anhelamos explorar la textura de las estrellas y absurdamente olvidamos que su brillo lo llevamos tatuado en nuestro espíritu y que su luz magistral nos impulsaba a levantarnos; tuvimos la arrogante idea de conducir sin freno por las carreteras de lo infinito y llegar a conocer las latitudes de su totalidad, pero catastróficamente olvidamos que la profundidad de su fronteras radican instranferiblemente en nuestras virtudes.
Que la fe silente de un mejor porvenir sea nuestra invaluable aliada para sacar lo extraordinario, pues ahora nos toca reinventar el tiempo sin la estrafalaria idea de ser alguien que jamás seremos porque la vida es un ratico; nos toca disfrutar de los hechizos de la imperfección, conservar lo positivamente aprendido a pesar de la terribilidad de la clase; nos toca conservar eso que nos hace mucho más valiosos que aquellos caníbales del mundo superficial, abrazar con el alma y sonreír hasta que se prive el corazón, no pensar en el fracaso porque la gloria está en no perder el ánimo, luchar como si estuviésemos perdiendo y vivir como si la muerte ya está tocando nuestra puerta; nos toca aprender a no dejarle todo el trabajo a la conspiración del universo porque gran parte de que los sueños se vuelvan realidad depende de ti…
@jorgefsambrano
Noticias Relacionadas
El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!
Apoya a El Nacional