Por haber demostrado ser una mayoría presunta en sufragios, los electores exudan una atrocidad: encorvan a la minoría que consiente votar pero no logra satisfacción. Por ello, a partir de los ceremoniales de asunción, los novísimos jefes de Estado segregan y discriminan fundamentándose en una «voluntad popular» [súbitamente] incidental.
El ultraje no solo ocurre cuando mandatarios cometen actos abruptos en perjuicio de nuestra dignidad, integridad física, mental, que son derechos universales del hombre. Nos sodomizan mediante el ejercicio del poder político apropiado del militar y financiero de nacionales. Presumimos insustituible la metodología de aceptar el sufragio sin transparencia ni fiabilidad [no es secreto, se presenta coercitivo, vejatorio e intimidante] para elegir a quienes serán investidos de mando y administrarán las riquezas de las naciones a las cuales deberían conducir [no arrear] tras jurar que acatarán y harán cumplir leyes.
El individuo se exhibe inferiorizado, poquito ante la caterva, se hallará, jurídicamente, en situación de orfandad por cuanto el azar o destino no le [satisfizo] impartió justicia y menos lo harán los vencedores. La derrota electoral es una forma de ultraje: porque, virtud a costosas y engañosas propagandas o habilidad de algunos frente a sus adversarios políticos, para persuadir-enamorar al vulgo, esos eventos tendrán consecuencias que abatirán a quienes «pudieron menos» y recibirán malos tratos o y los condenarán padecer penurias. Aparte, igual temprano, también quienes arrogaron haber triunfado serán fueteados por cúpulas de activistas políticos.
La presencia de predadores en palacetes, cuarteles y demás organismos públicos edificados para urdir infinidad de ultrajes, constituye uno de los estigmas de la abortada democracia representativa que timadores expertos mantienen en «coma inducido». A los pueblos, custodios y canallas, ininterrumpidos relevadores de otros maledicentes envejecidos que están en el Corredor de la Muerte, informan que ella está viva y bien cuidada: pero, no les permiten verla.
Sobre la democracia satirizamos, en la calle y claustros universitarios donde estrategas difunden que pudiera engendrar auténticos estadistas: que peor es padecer a superiores de facto, dictadores. Admiten que es fallida y corrupta a veces, pero perfectible según fachos encubiertos.
No se sabe por cuáles causas permanece confinada. El ultraje de funcionario es imagen corporativa de Estado mafioso. Infiero que mi cerebro no concibe la fusión de los «actos de gobernante» con «decisiones de Estado»: juzgo ridículo calificar como «totalitarios» o «forajidos» a crueles y devastadores sistemas de gobierno para exculpar, con un simple ardid semántico, a quienes lo instauran.
Así como las constituciones no eximen a los ignorantes o analfabetos de su cumplimiento, tampoco los asesinos seriales que controlan repúblicas dan tregua a mayorías que presumieron haber tenido éxito eligiéndolos para gobernar. Ello responde a una premisa: todo político en situación de aspirante es una bestia disfrazada que no busca el poder para, tras su consecución, servir a quien le confiera una responsabilidad de tanta envergadura como ser presidente de una república. Anhela dar un salto desde la pobreza hacia la opulencia. El poder es un software de aplicación que no cambia a nadie: las mujeres y hombres que logran alcanzarlo simplemente descubren su «alter ego», su otro mediante cuyas perversidades se conducirá en una sociedad que le otorga privilegios validándoles conductas impúdicas.
@jurescritor
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