Apóyanos

Ni este ni aquel

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Muchos de mis amigos, y muchos más de aquellos que no lo son, me reclaman de forma continua mi escepticismo y actitud constante de critica a los llamados “políticos”. Igualmente, suelen pedirme asuma una pose “constructiva” en torno al momento actual, y en particular me suelen conminar a darle apoyo irrestricto al “encargado”. Suelo responder a unos y otros que no acostumbro dar cheques en blanco a nadie, mucho menos a personajes que han demostrado ser capaces de darle el uso que luego se le antoje a los fondos otorgados, sean materiales o metafísicos.

Con esto del encargado pusilánime, al cual se desviven por otorgar una rabiosa legitimidad ciertos grupos de furiosa militancia democrática, la cual, a mi manera de ver las cosas, él mismo se ha encargado de desperdiciar de manera patética, me asaltan serias dudas. Con él me ocurre lo que al historiador israelí Yuval Noah Harari, autor de Sapiens: Una breve historia de la humanidad, quien ha dicho recientemente al referirse a la crisis ocasionada por la peste china: “En los últimos años, los políticos irresponsables han socavado deliberadamente la confianza en la ciencia, en las autoridades públicas y en los medios de comunicación. Ahora, estos mismos políticos irresponsables podrían verse tentados a tomar el camino del autoritarismo, argumentando que simplemente no se puede confiar en que el público haga lo correcto… Si no tomamos la decisión correcta, podríamos encontrarnos renunciando a nuestras libertades más preciadas, pensando que esta es la única manera de salvaguardar nuestra salud”.  Y lo siento por unos y otros, tanto por amigos y adversarios que alientan al ingeniero frente al chofer, y viceversa, pero es que, parafraseando al pensador judío, ellos se han encargado de socavar la confianza de todo el país respecto a ambos.

Con esto de quién es el que manda me siento que estoy revisitando la historia y me imagino que algo así ocurría cuando España todavía no era España, sino un puñado de feudos manejados por sus respectivos caudillos, donde los que más temerarios eran, o más intrigantes y cizañeros –políticos pues– terminaban por imponerse sobre los demás hasta controlar el poder. A mediados del siglo XV en la península ibérica existían la Corona de Castilla, la de Aragón, el reino de Navarra, el reino de Portugal y el reino musulmán de Granada. El caso particular que me interesa es el de Castilla entre los años 1465 y 1468, cuando existieron allí dos soberanos. Por un lado estaba Enrique IV, también llamado Enrique “el Impotente”, pero de lo cual no ahondaremos en esta ocasión, y por el otro estuvo Alfonso de Trastámara, a quien un grupo disidente invistió como Alfonso de Castilla, conocido también en aquellos tiempos como Alfonso “el Inocente”, quien fue hijo del rey Juan II de Castilla y de la reina Isabel de Portugal, y hermano de Isabel la Católica.

Todo este fandango del reinado bicéfalo duró hasta que a este último le dio por cenar con una trucha en una posada de Cardeñosa, en las cercanías de Ávila. Las crónicas aseguraron que había caído presa de la peste bubónica. Lo cierto fue que luego del condumio pasó varios días en la cama con fiebres elevadas hasta su muerte. Entre otros signos se registraron, además de la citada fiebre, pérdida del habla y la conciencia, e insensibilidad al dolor.  Estudios realizados recientemente por profesores de la Universidad de León y de la Universidad Nacional de Educación a Distancia determinaron, luego de tres análisis a los restos de Alfonso “el Inocente”, que no pudo padecer la peste puesto que no hallaron en su cuerpo la presencia de Yersina pestis, el bacilo de la mentada enfermedad. Así que todo parece apuntalar la versión de su envenenamiento.

En el caso criollo el envenenamiento, que no de los soberanos, ha sido manifiesto. Se nos ha intoxicado, o así al menos han tratado de hacer uno y otro, con sus versiones sesgadas e interesadas, ni este ni aquel son transparentes en sus actos. Se le critica al bigotudo por su manejo nepótico o revolucionario de sus decisiones, pero al encargado tampoco se le puede  mostrar como modelo de transparencia, y valga el caso citar a Humberto Calderón Berti y sus no respondidas acusaciones a raíz de su destitución meses atrás.  Sé que ya saltarán sus dolientes y adláteres a gritarme que le hago el juego a la dictadura, pero quiero decir, una vez más, que a lo que no le hago el juego es a la obsecuencia, no hago coro a turbas maneras de ejercer la política. No pediré asistencia a elecciones cuando ya la plaga roja ha demostrado que los procesos comiciales son unos ejercicios onanistas que permiten para lavarse la cara ante el escenario internacional para luego hacer exactamente lo que les da la gana. Debe decirse que a esa pantomima se está prestando la “oposición”. Yo no soy comparsa de payasadas como esas. Y nadie en su sano juicio puede serlo.

© Alfredo Cedeño

http://textosyfotos.blogspot.com/

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