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Una guía para los últimos occidentales

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En la vida de cada uno llegan momentos en que ya no pueden matizarse las cosas. Sea respecto un trabajo, el futuro de una relación o el compromiso de cara a cualquier causa, dichos instantes nos exigen asumir posturas claras. Cuando se está ante la encrucijada, visualizando los caminos divergentes, no queda más que decidir sabiendo que las consecuencias se posarán sobre nuestros hombros.

Ahí es en donde se encuentra Occidente. Hoy por hoy es obvio que, a nivel de espíritu, nuestro hemisferio se debate entre la disolución y la reafirmación. Así las cosas, estamos en una suerte de dilema entre ser los últimos occidentales, aquellos testigos de nuestra autodestrucción cultural y social, o ser los reivindicadores de nuestra herencia milenaria.

La razón por la cual nos encontramos entre senderos tan antagónicos se debe a que hay un gran mal que ha logrado colarse en nosotros. Este mal es rastrero e insidioso, se disfraza de buenas intenciones y enarbola las mejores causas de la humanidad, mientras que al final resulta ser un destructor de naciones.

Detrás de su máscara de altruismo y abnegación, no hay nada más que odio y un apetito sinfín por el control. Su resentimiento no conoce límites, por lo cual nada le es sagrado. Sus mensajes, esos pequeños susurros al oído después de los discursos altisonantes de hermandad universal, son: nuestra historia ha sido un error, nuestros ideales son mentiras, nuestra sociedad ha sido un fracaso y nuestros sistemas políticos deben ser desmantelados.

Ahora bien, al referido mal se le ha dado una variedad de etiquetas; relativismo moral, globalismo, socialismo, progresismo, posmodernismo, posestructuralismo, etcétera. Son tantos los nombres que la persona promedio tendría difícil saber de qué va exactamente la amenaza. Por ello, hay que llegar al fondo y describir en palabras llanas al mal que nos aqueja. Hay que, en definitiva, atrevernos a decir cuándo es que el emperador está desnudo.

Antes de proceder con la descripción, hay que saber que el mal en estudio, más allá de cualquier denominación, es una lógica, una forma de razonar cuya expansión en adeptos trae consecuencias sociales y políticas. Lo más determinante de dicha manera de pensar es que no le interesa como tal juzgar a la realidad y adaptarse a las conclusiones; le interesa es adecuar la realidad a cómo se piensa. Por tal razón, tal lógica es, por naturaleza, a pesar de que lo esconda, dogmática y totalitaria.

A modo de guía, van esbozarse, de momento, cinco características distintivas para detectar a la lógica del mal. Las mismas se expondrán de forma secuencial, siempre bajo la premisa de que cada una existe para reafirmar a la otra. También es de precisar que puede haber más elementos de detección que sean útiles, pero a los efectos de este artículo estas tendrán que bastar. Por último, vale recalcar que el hecho de que una persona refleje esta lógica en su pensar no implica, de inmediato, que esta sea maligna en sí. Lo que sí indica es que está profundamente equivocada y que, capaz, alberga uno que otro resentimiento en su pecho.

Sin más dilación, un ciudadano puede decir que está al frente de la lógica del mal cuando este se tope con cualquiera de las siguientes premisas en un argumento:

Primero. El individuo como individuo no existe.

Para esta lógica, la concepción del individuo, como ser con sus propios quereres, aspiraciones y temores; es prácticamente irrelevante. Para ella, el individuo no es más que la mezcla de los factores ajenos a su propia voluntad. El individuo es dónde nace, qué conformación biológica tuvo por el azar y qué se le enseña. Este no determina nada, porque no es la causa de nada. El hombre es, inexorablemente, la consecuencia de algo o alguien más. Él es lo que es, porque el mundo, la sociedad, o la circunstancia lo hicieron ser quien era. Siendo esto así, esta lógica postula que el hombre no es más que una arcilla moldeable.

Segundo. El individuo es el grupo y el grupo es el individuo.

Siendo que el individuo en si no existe, ni determina nada, este solo surge por la relación que tiene con lo que lo precede. Esta relación es lo que conocemos como identificación. Curiosamente, la lógica en comentario tiende a ser más fascista que marxista en este punto, por cuanto la denominada “consciencia de clase” le es solo una formula identitaria más. Siendo que el individuo se identifica por lo que le precede, las características de sí que no controla y su entorno, éste es solo una manifestación atómica del grupo al que pertenezca. Dichos grupos, conforme a su extensión, pueden generarse sea por casta, clase social, raza, sexo, entre otros. Derivado de todo lo anterior es que esta lógica postula que el individuo debe actuar y opinar de forma cónsona con lo que se espera de su grupo.

Tercero. Los grupos se enfrentan en un juego de suma cero.

Dados los puntos anteriores, este pensar, conforme a la tradición marxista, solo concibe relaciones antagónicas entre los diversos grupos, pues en el trasfondo de dichas relaciones solo ve nexos de jerarquía y dominio. Esto quiere decir, en forma bastante simple, que en esta vida hay ganadores y perdedores, opresores y oprimidos, victimarios y víctimas. Bajo esta óptica no se concibe posibilidad real de cooperación entre los grupos adversos, ya que no hay puntos intermedios de encuentro. Para un grupo poder fortalecerse, el otro debe ser debilitado. Para que un grupo pueda ser redimido, el otro debe ser castigado.

Cuarto. El agravio es el fondo, la compasión es la forma.

La lógica en cuestión siempre pretende que está a favor de los grupos marginados. Sin embargo, lo que le importa de fondo no son los grupos que dice defender. Lo que le importa es desplazar a aquellos que considera “superiores”. Siendo que, bajo esta lógica, el grupo “superior” es un enemigo el cual no se le puede derrotar en una confrontación directa, la misma buscará socavarlo. Esta siempre dirá que lo que busca es la equidad o palear las injusticias de este mundo, mientras que lo que de verdad quiere es suplantar una supremacía aparente por otra. Recordemos, como bien se dijo antes,  que para este pensar o se gana o se pierde. Al no haber intermedios, el agravio y el rencor son los verdaderos impulsores de la agenda.

Quinto. El Estado es la solución, siempre.

La lógica del mal siempre se venderá a sí misma como una propuesta reinvidicadora. Prometerá ajustar todos los desbalances en la sociedad y acortar las distancias entre los “ganadores” y los “perdedores”. Para poder cumplir con su misión supuestamente altruista y noble, esta argüirá que necesita sus manos sobre el poder político. Además, por simple concordancia, planteará que el Estado es la panacea para todos y cada uno de los problemas habidos y por haber.  Esta, de forma rimbombante, afirmará que el Estado es la respuesta ante el problema del mal, la desigualdad inherente a los seres humanos y todo aquello que la Providencia haya dejado maltrecho. La verdad detrás de la charada, pues la compasión es la forma, mientras que el agravio es el fondo, es que, para este pensar, el Estado, por ostentar el monopolio de la violencia y la coerción, es la llave para implementar una supremacía distinta; la supremacía de los suyos.

Juntando los referidos elementos podemos pintar una imagen muy clara de la lógica del mal, una que nos haga ver su semblante monstruoso. Llámese como se llame, al final lo que esta busca es la erosión de las naciones civilizadas para generar las condiciones propicias para instalarse. La lógica del mal es una lógica depredadora, carente de toda buena fe y compás moral. No importa cómo busque venderse, hay que tener claro que su fin es la dominación y su medio es el resentimiento.

A la fecha no hay palabra que describa con precisión un mal de semejante perversidad como el que se ha comentado. No obstante, tendrá que usarse el ingenio para denunciarlo y hacerle frente, para así revelar su rostro y mostrar lo grotesco que es. No podemos equivocarnos, la lucha que yace ante nosotros es una lucha del más alto nivel, pues no se librará con armas y ejércitos, se librará con ideas, verbo y arte. La cultura es el campo de batalla de hoy en Occidente y depende de todos hacer la diferencia, so pena de que nos perdamos en la apatía, reducidos a ser meros testigos del colapso, a ser, a fin de cuentas, los últimos occidentales.

@jrvizca

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