Por EDUARDO AGUIRRE ROMERO
«Pero el destino tenía otros
planes para mí», W.A.
Para quien esto escribe ir a ver la última de Woody Allen tiene mucho de reencuentro con un viejo amigo, algo así como un chequeo anual de amistad. Me gustan todas, salvo en una ocasión a la que luego me referiré, y la culpa fue mía no suya. Su autobiografía, A propósito de nada (Alianza, 2020), la coloco en la primera categoría del escalafón: excelente. Quizá uno hubiera preferido más swing que blues. O sea, más humor y menos dolor, pero no tanto por mí como por él mismo. Ahora bien, tenue es la frontera que los separa, en la vida y en la ficción.
Allen siempre está en sus obras, incluso cuando no aparece, pero ahora nos adentra más que nunca en su intimidad, de la que ya conocíamos pinceladas: su familia, el Brooklyn de su infancia, las primeras y precoces ganancias escribiendo gags para otros, los clubes y los cines, la fama… todo contado con la comicidad que le caracteriza… pero cuando te quieres dar cuenta estás asistiendo a su recreación de la secuencia de la ducha en Psicosis: su defensa de las acusaciones de pederastia formuladas por Mia Farrow y su hija Dylan. Y la sangre tarda muchas páginas en marcharse por el desagüe, demasiadas para el lector que solo quiera recuerdos gratos y anécdotas sobre sus rodajes. Pero así es la vida, una combinación no siempre proporcionada de Días de Radio (1987) y Blue Jasmine (2013).
Pese a todo, el libro contiene un gran canto a la vida… y a Soon-Yi. “Todavía hay gente que asegura que me casé con mi hija”, escribe indignado. Ella es sus letras blancas sobre el fondo negro.
Soy periodista y diferencio mis conjeturas personales de los hechos probados. En todo lo referente a la intimidad sexual de Allen, y dado que hay al menos tres versiones, solo puedo callar y respetar. No soy juez, ni verdugo, tampoco tengo en casa un detector de mentiras. Para escribir esta reseña, he vuelto a leer las memorias de Mia Farrow, Hojas vivas (Ediciones B, 1997). La única coincidencia entre ambos libros es que fue el actor Michael Caine quien los presentó. Hay una escena en Día de lluvia en Nueva York (2019), una de sus mejores películas, aún vetada a los estadounidenses, en la que la madre le espeta al joven protagonista: “Ahora tú y yo vamos a hablar de la verdad”, y le explica de dónde le viene a su hijo ese lado oscuro que lo tiene tan desconcertado: de ella misma.
En las últimas páginas nos pide “como mínimo, el beneficio de la duda”, respecto a las acusaciones que se le hacen. En el Washington Post han equiparado A propósito de nada con “papel higiénico”. Por lo visto, el distanciamiento periodístico ya no es lo que era. Vale, al admitir mi admiración por él tampoco me he distanciado, pero no es igual. La condición humana pasa fácilmente de pedir autógrafos o entrevistas a reclamar un cadalso. Otro crítico le ha reprochado que muestre un humor sexista, y pone de ejemplo que describe a Scarlett Johansson como “sexualmente radioactiva”. ¿Acaso no lo es? En Match Point (2005) su erotismo emite descargas eléctricas. Y también en Scoop (2006), pese a las gafitas. Claro que líneas más arriba la ha calificado de “inteligente, rápida y divertida”. De Emma Stone escribe, tras decir maravillas de ella como actriz, que contemplar su belleza “hace maravillas con tu metabolismo”. Le creo y le envidio por haberla tenido cerca. De Naomi Watts escribe que luce “los dos dientes superiores frontales más sensuales de todo el mundo del espectáculo”, pero también que es una “actriz maravillosa”. En fin, demonizar ahora el contenido sexual de su humor, hablado o escrito, demuestra que se está incapacitado para disfrutarlo. En Todo lo que usted quiso saber sobre el sexo y jamás se atrevió a preguntar (1972) interpretó a un espermatozoide, ¿debería haber encarnado también a un óvulo, para compensar? Su cine, como el de Cukor y Almodóvar, es un canto a la mujer, a la que concede pleno protagonismo.
Le sigo y le quiero desde que con catorce o quince años quedé fascinado con Toma el dinero y corre (1969), si bien fui de quienes consideraron alta traición Interiores (1978), su primera película dramática, que me negué durante años a visionar. No sabía entonces que esos tanteos suyos eran no solo legítimos como artista sino necesarios para llegar a su personalísima visión cinematográfica de la existencia, como mezcla de comedia y de tragedia. Personalmente, le perdono su confesión de no haber leído el Quijote. No importa, lo ha asimilado por otras vías. Alega que la gente cree erróneamente de él que es un intelectual. “No lo soy”, insiste. Todos lo somos comparados con alguien, incluido con algún presidente.
Y sí, es posible que lectores se sientan defraudados porque no mantiene a lo largo de todo el libro el tono socarrón de las 200 páginas primeras páginas. Reprochárselo es casi tan injusto como dicha demonización mía de Interiores. Como es lógico, Allen se pone muy serio para abordar lo serio. Aun así, cuando menos te lo esperas, le irrumpe un gag lapidario, casi siempre acerca de sí mismo. Un humorista y un lanzador de cuchillos tienen en común que a veces aciertan y otras no. Allen casi siempre da en la diana; otras, se le nota que ya no busca hacer amigos, ni siquiera estar bien con familia y allegados. Todo gag sobre alguien con nombre y apellido conlleva un riesgo de crueldad o de indiscreción desleal, WA cae algunas veces —pocas— en ambas, especialmente con su segunda mujer, aunque él mismo proclame que “la risa no es una ciencia exacta”. Que algo resulte gracioso no lo convierte en material utilizable; tener este sentido de la medida es el reto ético de todo un gran humorista. El autor de Annie Hall no es políticamente correcto, ni a la hora enamorarse.
¿Cómo ha podido soportar este linchamiento planetario? Nos lo aclara: porque es inocente y por Soon-Yi, una relación de amor que dura ya dos décadas. Antes de ser adoptada por Farrow —nunca por Allen— conoció la pobreza extrema en las calles de Corea, lo que la dotó de fortaleza ante las situaciones extremas. Han adoptado dos hijas, sobre las que apenas habla, salvo que forman una familia feliz y unida. En efecto, no se acoge al nadie ha podido probarlo… Niega categóricamente las acusaciones.
Una vez deja atrás el dolor, vuelve al swing. Y nos regala comentarios sobre sus películas, de las que considera Wonder Wheel (2017) la mejor, aunque sea la soñadora romántica de La Rosa Púrpura del Cairo, interpretada por Farrow, el personaje con el que se siente más identificado. Vuelve a insistir en que no ha rodado ninguna obra maestra, y cuando alguien le cita esta o aquella argumenta: “pero no son Ladrón de bicicletas”.
Se dirige al lector de la misma forma que nos habla en off en sus películas. El que editoriales se nieguen a publicar esta obra, magnífica y vendible, denota que el negocio sufre achaques propios de la edad.
Conocíamos su devoción por el cine europeo, pero sorprende que no le agraden Qué bello es vivir , Con faldas y a lo loco, El Gran Dictador. Los humoristas que le hacen más gracia son Groucho, Perelman, Hope, los hermanos Simon y W. C. Fields, entre otros, pero curiosamente no le divierten Laurel y Hardy. Su desdén por su propia filmografía solo es superado por la baja puntuación que le concede a su capacidad como clarinetista. Mantiene que el fallo en una película suele deberse a errores en el guion. Ensalza su amistad inquebrantable con Diane Keaton —a quien percibe como lo más parecido a un Huckleberry mujer—. Valora a los cómicos jóvenes, pero reconoce que le desagrada su abuso “gratuito” de la obscenidad en los nuevos monologuistas. Y asegura que de rodar hoy Poderosa Afrodita (1996) reduciría el lenguaje soez del personaje de Sorvino, pese a que con este papel ella ganó un Oscar.
Si agitas esta autobiografía caen pepitas de oro. Dentro de 100 años, los lectores se saltarán todo lo referente a la ducha de Psicosis , aunque a él ya le traerá al fresco, pues no cree en el más allá.
Me siento ligado a WA por deudas de gratitud, por la felicidad recibida en broma y en serio.
Cuento los días para el próximo estreno. Y le pido a Dios, en cuya existencia no cree, que WA aún nos siga dando muchas grandes películas, de esas que asegura no haber logrado. Y a ser posible, también más por él que por mí, con más swing que blues… pero, en efecto, ¿cómo diferenciarlos en una tarde lluviosa, incluso en muchas de las despejadas?
*A propósito de nada. Woody Allen. Alianza Editorial, España, 2020.
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