En nuestra primera entrega de la serie sobre el 80 aniversario de la Batalla de Francia (10 de mayo al 22 de junio de 1940) explicamos el gran impacto en lo militar y político que significó la caída de la primera potencia europea para los planes de Adolf Hitler. Ahora pretendemos analizar lo que significó para la opinión pública la perspectiva cinematográfica, tomando en cuenta las dos películas más importantes, y concluir con un balance de la campaña.
En los países de prensa libre occidentales se percibió la caída desde las posiciones más extremas como el fin de la civilización; y en cambio los más moderados lo consideraron como un tiempo de dominio de las dictaduras totalitarias representadas por una Alemania controlando Europa aliada con la Unión Soviética; un Japón con cada día mayor influencia en el Pacífico; y cierto peligro de Italia en el Mediterráneo y Noráfrica. El Reino Unido caería si Estados Unidos no lo apoyaba en los meses siguientes. Era inevitable pensar en un nuevo equilibrio de poder donde Francia ya no tenía ninguna importancia, y el Imperio Británico comenzaría su decadencia. Pero lo peor de todo era que la democracia desaparecería como modelo de gobierno y sociedad. En pocas palabras, la opinión pública era terriblemente pesimista a corto y mediano plazo.
Pero muy probablemente lo peor era esto último. El fracaso de la democracia francesa y al ser suplantada por un régimen (el de Vichy, liderado por el mariscal Philippe Petain) que veía el modelo totalitario alemán como un mejor camino para la sociedad ¡y especialmente para Occidente! puso de moda los autoritarismos. La opinión de muchos en Francia era que si deseaban volver a ser una potencia debían asumir el modelo de los vencedores, e incluso colaborar con ellos en terminar de “limpiar” Europa y el mundo del bolchevismo y las débiles democracias que le hacían el juego a este.
La opinión pública occidental dará un importante giro a favor de la democracia, no me cabe la menor duda, gracias al inteligente ataque propagandístico que dirigió la industria cinematográfica en contra del colaboracionismo. En 1942 y 1943 respectivamente; con los Aliados (ahora sí la Unión Soviética y Estados Unidos junto al Reino Unido) centrados en la derrota alemana (Japón e Italia eran secundarios); ofreció entre todas sus películas dos obras maestras: Casablanca (Michael Curtiz) y This land is mine (Jean Renoir). Ambas tratan del dilema que se le presentan a los franceses principalmente (Esta tierra es mía), pero también a los no franceses a favor de la democracia (Casablanca), entre colaborar-ser neutrales o actuar decididamente en contra de los totalitarismos a pesar de las consecuencias.
Casablanca tiene su centro en la historia romántica pero con un cambio que la hace una joya. Me refiero a las decisiones que las parejas idealistas (no colaboracionistas o neutrales que al final resulta en lo mismo) deberían tomar en tiempos como la Segunda Guerra Mundial. En el caso de Esta tierra es mía hay una mayor tensión, porque la trama no se desarrolla en las colonias francesas sino en la zona ocupada. El protagonista es un profesor (Charles Laughton) cobarde y tímido, que debe convertirse ante el dilema colaboracionismo-resistencia. Hay en ella un mayor contenido ideológico y discursivo que resulta de un mayor heroísmo y dramatismo en comparación a Casablanca. Ambas poseen magníficos guiones y actuaciones. En general son filmes imposibles de reducirse a un solo comentario. Son muchísimas las producciones que se centrarán en este conflicto, pero podríamos calificarlas en tres temas o relatos predominantes: La Resistencia que es la que mayor producción tiene, el dilema colaboracionista y las amantes francesas de los alemanes. La magnífica novela Suite francesa (1942/2004) de Irene Némirovsky, fatalmente llevada al cine, trata de ese último tema, y hay que decirlo: demuestra la diferencia de trato de Alemania con los pueblos occidentales de Europa en comparación con el trato a los eslavos.
El balance a nivel de costos para ambas naciones en la Batalla de Francia fue alto para la nación derrotada, porque no solo fue ocupada y todos sus recursos (incluyendo mano de obra esclavizada) dedicados al esfuerzo de guerra alemán (esto generaría un nivel importante de hambre en las ciudades), sino que perdió su ejército (más de 100.000 muertos en combate, el doble de heridos, y 2 millones de prisioneros que pasarán 5 años en los campos), su flota a manos de los propios británicos en Mers-el-Kebir a los pocos días del Armisticio (3 de julio y en los días siguientes), y su Fuerza Aérea.
Con respecto a la aviación francesa pude conocer, gracias al apoyo del querido amigo, exalumno y colega Guillermo Ramos Flamerich, que se dio un mito entre los franceses en torno al número de derribos alemanes y los daños generados a la Luftwaffe. Se redondeó la cifra en 1.000 cuando la verdad es que fue mucho menor, y eso es lo que han descubierto los estudios historiográficos recientes al revisar no los informes de derribos franceses sino sus propios inventarios. En el caso de las cifras de muertos en combate de la Wermacht se dio lo mismo, en el sentido que redujeron el número a casi la mitad (27.000) cuando en realidad están en los 50.000 según me explicó el amigo y especialista en la Segunda Guerra de la Universidad de Humboldt en Berlín: Luis Ramón Espinosa.
Al hablar de mitos creados por la Batalla de Francia no hay mayor que el de la Blitzkrieg. Porque hizo pensar a Hitler que su Alemania era invencible, y por ello podría invadir el Reino Unido y su gran meta: Rusia. Lo dijimos en la primera entrega, pero es bueno finalizar con este punto que marcará el destino de la Segunda Guerra y que explica nuestro presente. ¿Acaso tendríamos los venezolanos la fuerte influencia de Rusia en nuestro país si no fuera porque la Unión Soviética logró convertirse en potencia mundial durante la guerra?
Las cortas distancias en Francia permitieron una rápida campaña combinando tanques, infantería y fuera aérea apoyando a las dos primeras. Y a su vez ocultaron que no era tan “blitzkrieg” como decía la propaganda de ambos lados, debido a que la mecanización de la Wermacht no era total y el caballo seguía siendo protagonista a la hora del transporte. Las largas distancias de Rusia, sumado a la resistencia de su pueblo y con el importante apoyo aliado harían sucumbir al Tercer Reich; pero esto es un tema que esperamos tratar –Dios mediante– el año que viene cuando se cumplan 80 años de la Operación Barbarroja. La próxima semana finalizaremos esta serie con el impacto de la caída de Francia en Venezuela.
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