Una reunión circunstancial se convirtió en plataforma institucional para el desarrollo de creadores emergentes. El Festival de Jóvenes Coreógrafos nació hace 35 años de forma inmediatista bajo la modesta denominación de Encuentro. Sin embargo, su influencia se extendería durante más de tres décadas de acciones permanentes y transformadoras de la danza escénica venezolana.
Del 12 al 14 de julio de 1985 tuvo lugar en el Teatro Alberto de Paz y Mateos el Primer Encuentro de Jóvenes Coreógrafos. En esta edición inicial tomaron parte ocho noveles artistas: Abelardo Gameche, Macarena Solórzano, Juan Carlos Linares, Tito Silva, Laura Nazoa, Alice Dotta, Milagros Egui y Margarita Méndez, junto a un grupo de solidarios intérpretes. La mayoría provenían de destacados desempeños profesionales como bailarines en el Taller Experimental de Danza de la UCV, el Taller de Danza Contemporánea (llamado después Taller de Danza de Caracas) y la agrupación Macrodanza. Fueron anunciados por el fundamental maestro José Ledezma, para ese momento director del Instituto Superior de Danza, de esta manera:
“Con gran fe en el futuro de la danza contemporánea en Venezuela presentamos este Primer Encuentro, una iniciativa colectiva destinada a estimular la capacidad creativa de los jóvenes dedicados al estudio y la investigación de la danza. Este encuentro solo pretende mostrar la concreción de las inquietudes coreográficas de este grupo de artistas que ha venido experimentando la manera de expresarse y comunicarse a través de la danza. También quiere ser una respuesta a esa incertidumbre que agobia al joven que se inicia en la creación coreográfica, al no disponer de la infraestructura y el apoyo logístico necesarios para poder llevar a un público el resultado de su trabajo diario”.
La receptividad fue entusiasta por parte de un público de allegados, hubo cierto escepticismo entre los especialistas y hasta algún crítico propuso públicamente una suerte de manual de coreografía para aprendices. No obstante, lo verdaderamente importante ya había ocurrido: la concreción sobre un escenario de diversidad de inquietudes alrededor del hecho coreográfico. Es decir, el inicio de un espacio posible para la experimentación y la creación.
A partir de allí, el crecimiento fue lento pero progresivo. El número de interesados en integrarse a esta tribuna vino en aumento. Se establecieron comisiones de valoración artística, mejoraron sustancialmente los niveles de producción con los consecuentes resultados escénicos en teatros cada vez más diversificados. Los públicos se multiplicaron. Mediaba la década del apuntalamiento de la danza contemporánea venezolana.
Nombres alternativos dentro de la nueva coreografía surgieron con claridad y contundencia: Luis Viana, Nela Ochoa, Lídice Abreu, Yasmín Villavicencio, Angélica Escalona, Trina Frómeta. También vendrían los de Leyson Ponce, Rafael González, Claudia Capriles y Miguel Issa. El encuentro cambió su denominación por la de festival, aunque no su objetivo fundamental, el estímulo a la creación coreográfica dentro de parámetros de rigor y excelencia.
El Festival de Jóvenes Coreógrafos se consolidaba institucionalmente. Llevó su alcance hasta museos, plazas, calles y otros espacios públicos, además de ampliar su radio de acción más allá de la capital para llegar entre otras ciudades a Maracaibo, Valencia, Mérida y Juan Griego. Igualmente produjo dos espectáculos en espacios no convencionales que se convertirían en históricas referencias: En la casa de al lado, de Lídice Abreu, presentado en la Casona Anauco en los altos de San Bernardino, y Espuma de Champagne, de Miguel Issa, en la locación del legendario Hotel Miramar de Macuto.
Este evento de jóvenes en la práctica se convirtió en el festival de la danza del país. Se sumaron los nombres de Félix Oropeza, Vanessa Lozano, Carmen Ortíz, Rafael Nieves y Moravia Naranjo, además de Marinés Villasmil y Manuel Pérez, dentro de un proceso de constante promoción de talentos. A estos se añadieron Carolina Petit, Martha Carvajal, Maruma Rodríguez, Hernán Vargas, Isabel Barrios, Anaisa Castillo, Reinaldo Guédez, Mariangel Romero y Tatiana Gómez.
El festival originariamente estuvo orientado hacia las distintas tendencias de la danza contemporánea, aunque también brindó espacio a nuevos coreógrafos del arte del ballet en sus manifestaciones más actuales, entre ellos Mariela Delgado, William Alcalá, Laura Fiorucci, Carlos Tapia, Walter Castillo y María Cristina Rossell.
Paulatinamente el Festival de Jóvenes Coreógrafos se hizo internacional, contando con la participación de creadores y compañías de México, Brasil, Argentina, Chile, Colombia, Costa Rica, Ecuador, Uruguay, Estados Unidos, Francia, Alemania, Italia, España, Escocia, Holanda, Dinamarca e Indonesia. Esta cooperación permitió también la presentación de coreógrafos venezolanos en Ciudad de México, San José de Costa Rica, Bogotá, Medellín, Cali y Quito.
El Festival de Jóvenes Coreógrafos llegó a contabilizar 32 ediciones consecutivas, la última en 2015. Muchos de sus participantes llegaron a la meta e incluso han alcanzado reconocimiento mundial. Otros vivieron experiencias determinantes. Fue una escuela. Un adelantado proceso de creación de movimientos
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