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Los Sin Nombre

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Se acuerdan de aquella vez que el finado dijo: «Si no acabo con los niños de la calle me  quito el nombre», bueno, ya no sé cómo se llama, pero ahora más que nunca tenemos una proliferación de pequeños que deambulan por las callejuelas en busca de comida en medio de una pandemia que parece no tener fin.

Como sacados de la obra de Víctor Hugo Los Miserables, estamos viendo bandas de niños que roban en las calles de Puerto La Cruz, Barcelona y de otras partes del país, son niños que conforman parte de la sociedad del hambre que se ha estructurado en las calles sucias, oscuras y severas de unas ciudades corroídas por la desolación.

La crisis económica venezolana no puede ser achacable solamente a la crisis de salud. Llevamos 21 años de errores económicos y destrucción de nuestra capacidad productiva, lo que junto con la caída de nuestro producto interno bruto (PIB) arrojó la actual descomposición social que vemos en las calles de una Venezuela perdida.

La realidad social es cada vez más irreal; niños atracando en los mercados y en las barriadas populares, madres desesperadas que pierden hasta el pudor para poder alimentar a sus hijos, padres que hacen lo que puedan hacer para llevar algo a la mesa para su familia.

Sin duda, el socialismo volvió a Venezuela un país miserable. Aquella ilusión de una Venezuela próspera, que muchos vimos y vivimos y que los más jóvenes nunca disfrutaron, se perdió en el camino, se esfumó desde el mismo día que el «Sin Nombre» llegó al poder como una especie de justiciero que nunca hizo justicia, pero sí ajustició la libertad venezolana.

Los «hijos del Sin Nombre» no solo heredaron un mal régimen sino que lo empeoraron a tal punto que ahora se han convertido en una fábrica de miseria, de hambre y de niños hampones. Sí, «los nietos del Sin Nombre» se esconden en las sombras, se deslizan entre las multitudes y se especializan en manos de seda, y otros en la puntería del experimentado hombre de armas.

Crearon una antisociedad en la qie los antivalores se impusieron, y todo empezó cuando el «Sin Nombre» dijo aquello de que «quien roba un pan no puede llamarse ladrón», cuando permitió las invasiones, cuando él mismo ejecutó el robo en la modalidad de las expropiaciones, todo fue tejiendo una red de anarquía y desorden que nos traga día a día.

Vivimos tiempos oscuros no solo por la pandemia, sino por un régimen que nos condena a todos a padecer de hambre, que nos somete, que nos cercena y que cotidianamente trata de asfixiarnos quitándonos cada vez más libertades y derechos ciudadanos.

Esta terrible realidad social está obligando a los venezolanos a reaccionar, a defenderse,  a conquistar su propia libertad. Con cada presión que se ejerza desde la cúspide del poder empujan más a la sociedad venezolana a responder, y en ocasiones las respuestas sociales son terriblemente imparables y radicales.

La miseria se siente en los estómagos de una población hasta la coronilla de mentiras, de falsas ilusiones y de engaños. La sociedad está cansada de sacrificarse para que los usurpadores gocen del poder; la miseria lleva hasta el límite a las sociedades y parece que en Miraflores ignoran esta realidad.

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