Convocar elecciones en pandemia parece una estrategia para estimular la abstención por razones de prevención al contagio.
Parte de una táctica que ha venido utilizando un régimen autoritario y hegemónico, que a lo que más le teme es al voto masivo, a la organización y movilización de esa mayoría que lo rechaza.
Como decía Jorge Botti: “El líder señala rumbo, no sigue tendencias, se atreve a pensar distinto y habla sin temor al costo reputacional, aun cuando su planteamiento no tenga el respaldo de la galería que aplaude. Puede que no lo logre, pero el verdadero líder arriesga…”
No conozco ningún caso, en el ámbito electoral, en el que la abstención de uno de los sectores en pugna haya impedido que a aquel que obtuvo el mayor número de votos se le considere ganador y se le proclame como tal. Así que a otro perro con ese hueso de que dictadura no sale con votos. La verdad es que dictadura no sale con abstención.
Abstenerse es beneficiar al gobierno y regalarle la AN, como ya lo hemos visto en el pasado reciente. Puede ser que el 20M no lo tenían claro, pero han pasado más de dos largos años para darse cuenta de lo que se regaló, por ahora mínimo hasta 2022, a Maduro y su combo. Y lamentablemente, a las pruebas me remito, porque duélale a quien le duela, la realidad es que quien sigue mandando en el país –queramos o no– es Nicolás Maduro, y justamente por esa abstención de un sector opositor que llegó a pensar que las elecciones no serían válidas, así como también ocurrió con ese llamado a no votar en 2005 por una Asamblea que resultó roja rojita y legisló sin ninguna oposición, lo que llamamos en criollo, se le dio un cheque en blanco al oficialismo.
Un sector de la oposición venezolana convenció a una gran mayoría de que absteniéndose deslegitimarían a Maduro. Un ejemplo de que la abstención no deslegitima ni desconoce fue la reelección de Bush en el año 2004.
La abstención solo ilegitima a la oposición, por la simple razón de perder espacios de elección popular a cambio de inútiles simbolismos, sin dejar opción viable organizativa al pueblo. Desmoviliza y cierra los caminos transitables para el ciudadano de a pie.
Cuando la «ilegitimidad» impida que Maduro se siente en la ONU o Venezuela integre la Comisión de Derechos Humanos, en ese momento, tal vez yo considere dejar de votar. De resto, la legitimidad es propaganda.
Además, ¿cómo va a deslegitimar la abstención, en un sistema electoral como el nuestro en el que no es obligatorio votar? Lo que realmente deslegitima es el fraude, y eso solo se puede comprobar participando, teniendo testigos de carne y hueso, con las actas en mano.
Con todo esto solo tengo como objetivo visualizar sobre el poder que tiene el voto, llamar a la reflexión de que es esta la única vía para conseguir una salida en paz de esta crisis que tenemos en todos los ámbitos en el país. No busco convencer a nadie, sino hacer reflexionar con argumentos de que la ruta es electoral, sin necesidad de atacar e insultar a quienes no piensen como nosotros en Unidad Visión Venezuela.
Quien no quiera votar este 2020, que me diga cuál es la solución verdaderamente realizable, sin que el pueblo siga padeciendo las consecuencias de la polarización.
Es propicio recordar que Guaidó y compañía existen gracias a que todos salimos a votar. Sin importar quién presidía el ente comicial. Ese argumento de algunos colegas parlamentarios que dicen que solo irían a elecciones con un CNE nombrado según la Constitución, olvidan que nosotros estamos en el Parlamento y somos mayoría porque ganamos unas elecciones con un Poder Electoral nombrado por el Tribunal Supremo de Justicia (de Maduro) y presidido por Tibisay Lucena.
La verdad es que en las últimas dos décadas, el único CNE electo por la AN fue el de 2006, por cierto con una Asamblea totalmente chavista debido a que en 2005 la mayoría de la oposición se abstuvo. De paso, cabe recordar que fue con ese CNE que perdió Chávez en 2007 el referéndum para la reforma constitucional, a pesar de que este se encontraba en el mejor momento de popularidad.
Ganaron en 2010, pero perdieron en ese momento la mayoría calificada. Gana Nicolás Maduro por mínima diferencia en 2013, hasta que en la elección del año 2015, cuando a pesar de tener 15 años en el poder y contar con todas las ventajas a su favor los derrotamos con unidad, organización, movilización y con nuestra única arma: el voto.
No voy a negar que hay muchísimas cosas que cambiar en nuestro sistema electoral para recuperar la confianza en el voto. Cambiar el CNE fue solo el primer paso. Nos toca ahora luchar juntos por condiciones que nos permitan expresar la mayoría que somos a través del voto. Lucha que no es solo una tarea de los partidos y de la dirigencia política, sino también de la ciudadanía. Debemos exigir que se respeten nuestros derechos civiles y políticos.
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