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La estafa que vendrá

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El embuste, la distorsión de la realidad y la manipulación noticiosa —fake news, posverdad y desinformación, en la pedantesca jerga al uso— sustentan la narrativa del insólito mundo madurista. Empeñados en ocultar, deformar o negar la verdad, los operadores políticos bolivarianos tienen el descaro de exponer como causa de las penurias padecidas por los venezolanos los efectos de la asociación de capitostes nicochavistas con el crimen organizado y gobiernos forajidos. Así, de la escasez de gasolina —difícil de entender  en un país poseedor, de acuerdo con el discurso de consolación, de las mayores reservas petroleras del planeta— no debe culparse al deficiente o nulo mantenimiento de las refinerías, sino al bloqueo imperial al suministro de gasolina encomendado a compañías fantasmas y empresarios de maletín vinculados a  mafias y carteles internacionales, cual el Sr. Alex Saab, de turno al bate en tribunales caboverdianos, a la espera de  una decisión potencialmente demoledora para quien analgatizó  por  carambola en el trono miraflorino, cantado I get high with a little help from my friends —¿Una ayudita? ¡Un empujón del tsj—.

Lo hasta aquí escrito no debe suscitar extrañeza o asombro; es evidencia incontestable de la mala fe roja y no está demás insistir en ella, especialmente cuando los vientos de la infodemia originados en el Bolivarischenministerium für volksaufklärung und propaganda, a cargo del frenópata Jorge Rodríguez, soplan con huracanada intensidad, aprovechando el desasosiego inherente a la cautividad, mientras un írrito, servil y maquillado Poder Electoral  amojona  con su diarrea normativa el sendero de la estafa decembrina, y Nico Navaja, anticipando la embriaguez del triunfo, ve con buenos ojos, según afirma, «la participación de la oposición» en los comicios parlamentarios que se celebrarán en pleno ratón pandémico. No sobra la reiteración porque, señores y señoras, diría un narrador de beisbol, la bola pica y se extiende. Sin duda, el bigotón alude a una oposición tarifada y útil para simular decencia. Las apariencias engañan, pero eso les resbala a los dictadores y el Divino Julio lo dejó muy claro al repudiar, ¡putonga, adúltera!, a Pompeya Sila, su segunda esposa —«Mulier Cæsaris non fit suspecta etian suspicione vacare debet», anotó Plutarco (Vidas paralelas) con relación a la cesárea cornamenta—.

Tampoco ha de provocar sorpresa ni admiración el mimetismo mediante el cual quien ha vendido su conciencia a la dictadura comienza a pensar como el hegemón y termina pareciéndosele físicamente. Este, con ayuda de un espejo y a instancias de un pajarito, ¡pío, pio!, experimentó el desdoblamiento, pero algo salió mal y ahí lo tienen: un imitador de feria con ínfulas de prestidigitador dialéctico y esbozo caricaturesco de un vendedor de ilusiones. Cuando vengamos a darnos cuenta, los cantamañanas de la oposición roja ligera devendrán en duplicados de una copia defectuosa. Los perros terminan pareciéndose a sus dueños es una popular certidumbre certificada con investigaciones de alto nivel a cargo de analistas del comportamiento animal y la conducta humana en prestigiosas universidades de Japón y Estados Unidos.  Chávez no alcanzó a convertirse en sosías de Fidel porque, debido a la quimioterapia, la barba no le creció.

Con canes obedientes y bien entrenados se inició en la jungla socialista la temporada de caza, coincidiendo con las fiestas patr(i)onales, cuyo pico es hoy. Lo aprendimos al caletre en el libro del hermano Nectario María: el 5 de julio de 1811, también domingo, se firmó en la Capilla de Santa Rosa de Lima el acta de la independencia de Venezuela, redactada por el abogado Juan Germán Roscio y el médico Francisco Isnardi, refrendada con votos sustantivamente civiles y secuestrada por militares para presumir de protagonistas absolutos de la gesta emancipadora. Afortunadamente, hoy no se realizará en Los Próceres el acostumbrado show de la Fuerza Armada; se quedarán íngrimos y cagados de palomas y zamuros los 11 héroes de bronce —Bolívar, Sucre, Urdaneta, Mariño, Miranda, Páez, Piar, Ribas, Arismendi, Bermúdez y Brion—. A falta de circo, y a la espera de los siempre conflictivos nombramientos y ascensos de la oficialidad —¿permanecerá Padrino en Fuerte Tiuna?—, buena es la captura de linces y venados, a fin de consumar el arrebatón parlamentario, dándole una mano de barniz participativo a un fraude cuidadosamente planificado y fríamente calculado con ánimo de espolear la abstención de la oposición crítica y democrática. Los linces ya están ubicados y haciendo de las suyas: de entrada, aumentaron en 60% el número de asambleístas, pasando de 167 a 277: mientras más masa más mazamorra. Los venados repiten tontamente especiosos argumentos en torno a las supuestas posibilidades de voltear la tortilla en comicios gatopardianos, sin reparar en la desfachatez arbitral ni en el historial de agravios contra la voluntad del soberano.

El ojeo, persecución y batida de animales de presa, mientras más grandes mejor, estimula la fabulación. Al respecto, el «Canciller de Hierro» y artífice de la unificación alemana Otto von Bismark, estadista de lengua y pluma afiladas y penetrantes, a quien atribuyen oníricos presagios y soñó el avance del ejército prusiano a través de los paisajes de Bohemia, y creía que las leyes eran como las salchichas y convenía no saber cómo las hacían, sentenció: «Nunca se miente tanto como antes de las elecciones, durante la guerra y después de la cacería».  Estamos, pues, en plena época de falacias, engaños y artificios. Citemos a guisa de ejemplo la expulsión de la embajadora de la Unión Europea, Isabel Brilhante Pedrosa, ordenada después de anunciarse sanciones contra 11 funcionarios y dirigentes afines al régimen, entre ellos algunos beneficiarios de la Operación Alacrán —60 millones de euros destinó Maduro al soborno de parlamentarios, y así consta en informe de la Comisión Permanente de Contraloría de la legítima Asamblea Nacional—. Los alegatos del régimen aparentan fundamento y la merecida punición a tránsfugas como Luis Parra era coartada para querellarse con Bruselas. Se rasgó las vestiduras el Saab de aquí —el otro continúa guindando acullá— y coreó la voz del amo, arguyendo intromisión en asuntos internos y torpedeo a las gestiones del Ministerio Público —dos fiscales fueron blanco de las «represalias de la cola de Trump», ¡vaya, vaya!—; sin embargo, el objetivo de la expulsión con recule de la diplomática lusitana era otro: al poner en tela de juicio las medidas coercitivas de Europa, Maduro tácitamente vetaba a un incómodo observador del proceso electoral en ciernes. Ello no varió con el culipandeo, pues del cuestionamiento en sí no hay retractación.

Mientras el gobierno de facto, amparado en la impunidad asociada al estado de emergencia, avanza inexorablemente hacia la consolidación de su arbitrario mandato; el liderazgo representativo de la oposición mayoritaria desconoce al ilícito y parcializado CNE, repudia el abusivo traspaso de Acción Democrática y Primero Justicia a los quintacolumnistas Bernabé Gutiérrez  y José Brito —¿Putiérrez & Bruto?—  y exige elecciones libres, justas y verificables. El mantra suena bien, pero sin el respaldo de acciones creativas y rotundas corre el riesgo de vaciarse de significado y flotar en el ancho y superficial mar de la retórica.

La abstención se impondrá, mas no triunfará —Chávez ganó su primera presidencia con un porcentaje menor al de la abstención—; la cuestión, entonces, no se reduce al hamletiano dilema de votar o no. Hay sufragistas empedernidos y votantes de nuevo cuño decididos a participar del cara o sello sin revisar el anverso y el reverso de la moneda. A ellos se enfrenta el abstencionismo emocional con alegatos racionales e incontestables. En principio, me adhiero a tal postura, aunque, al pasar los días, podría cambiar de parecer —«Solo los idiotas no cambian de opinión» es una frase memorable de Teodoro Petkoff—.

«Los venezolanos no reconocemos una farsa, como no lo hicimos en mayo de 2018» reza un trino de Juan Guaidó colgado en su cuenta de Twitter. El presidente interino y en veremos no ceja en su intento de insuflar ánimos a quienes aún confían en su liderazgo, pero, a decir verdad, no se puede enderezar solo con desearlo la torcedura del sendero comicial auspiciado gozosamente por el régimen. La votación, si el coronavirus (o su secuela) y el mal tiempo no lo impiden —siempre habrá el recurso de evocar a Bolívar y lo de «si la naturaleza se opone a nuestros designios, lucharemos contra ella y haremos que nos obedezca», ¡vaya presunción!—, se realizará el no tan lejano domingo 6 de diciembre de este annus horribilis, día de san Nicolás de Bari y onomástico del zarcillo homónimo, quien declaró sentirse feliz con la estafa en progreso, motivo (el santo, no la felicidad) por el cual la rectoría de la timba electoral seleccionó esta fecha para ofrecerle en bandeja y a modo de aguinaldo tempranero un Parlamento a su medida. ¿Podemos impedirlo? ¡Sí! ¿Cómo? Haciendo de la abstención un medio y no un fin, a objeto de articular una plataforma unitaria e impulsar una combativa y eficaz movilización de la sociedad, con o sin guantes y tapabocas. La gente, sabemos, temerosa de la violencia armada y de la peste china ha optado por la pasividad; empero, si no despierta de su letargo, se arrecha y dice ¡basta!, tendremos usurpación hasta quién sabe cuándo y una oposición rosa, como quiere y necesita el dictaduro.

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