En Las flores del mal, su obra inmortal, el amor y la visión de la mujer constituyen un tema privilegiado de la obra y la reflexión baudelairiana. Los poemas que hablan de amor o que son inspirados por el amor representan la mayor parte de spleen; este sentimiento es objeto de variaciones muy complejas en el espíritu del poeta, y este ha conocido varias relaciones, a las cuales se puede hacer corresponder varios ciclos: el ciclo del amor sensual, del que la mulata Jeanne Duval es la inspiradora; contrastando con esta visión de la belleza femenina, del placer de los sentidos y del pecado y del mal que a él están ligados, encontramos un segundo ciclo que canta el amor espiritual, casi platónico: la mujer, “ángel”, “musa”, “madona” o “ídolo”, se convierte en una “superstición” (son los poemas referidos a Madame Sabatier o la actriz Marie Daubrun).
La mujer como gato-gata, sensual, pero peligrosa; dadora de vida, pero también tendedora de trampas mortales. En una bella edición ilustrada por el gran pintor Henri Mattise, que tengo en mis manos (chêne, La Bibliotèque illustrée, París, 2007), el poema “El gato” está iluminado por un fino y bello rostro de mujer. Edición de 320 ejemplares, yo tengo el número 263, un tesoro de luces y de sombras.
Pero el amor baudelairiano es mucho más rico y matizado como para ser condensado entre estos dos extremos; el goce espiritual y sensual del esteta que contempla la belleza, la evasión a un mundo de pureza y dulzura de un alma nostálgica, la perversión analizada por la conciencia del moralista desesperado que relaciona la voluptuosidad con el Mal, la irresistible postulación del hombre hacia Satán son otras tantas facetas que encontramos en los poemas de Baudelaire que tratan el sentimiento amoroso. En todos los casos, el amor es presentado tanto como un placer y como un mal; incluso el sentimiento romántico más puro contiene una parte de Mal en él.
Escogí al azar los primeros versos del poema “Alegoría”, para mostrar el amor y el Mal en el poeta:
“Es una hermosa dama de escote generoso, que deja que en su vino su cabello se arrastre. Las garras del amor, los venenos del hampa, resbalan y se embotan en su piel de granito. Se ríe de la Muerte, se mofa de la Orgía, los monstruos cuya mano, que siempre raspa y ciega, respetó sin embargo en sus juegos mortales la ruda majestad de este cuerpo altanero. Como diosa camina, reposa cual sultana; en su placer la fe mahometana conserva, y en sus bazos abiertos, que sus senos rellenan, con los ojos convoca la raza de los hombres”.
Sin dudas, un hermoso, sensual e inquietante poema. Tras la memorable alegoría, se dibuja la Mujer, en su terrible dualidad: diosa y súcubo, con un ángel en el rostro y un infierno entre las piernas. En definitiva, en Baudelaire la visión del amor es inseparable de su idea dual de la mujer, ángel y a la vez demonio. El amor forma parte del placer y del olvido al que nos obligue el spleen (por tanto, es liberador), pero al tiempo forma también parte de las flores del mal, arrastra al poeta a su perdición.
En la obra más representativa de Charles Baudelaire, Las flores del mal, cabe destacar que el tema central de la obra es el spleen o hastío vital, consecuencia de la repetición monótona del tiempo; por ello su imaginación busca constantemente la evasión de la realidad a través de distintos caminos: el arte, la belleza, el amor, la creación de paraísos artificiales (especialmente por medio de las drogas o el mal). En los versos que cito a continuación el hastío y el ideal resplandecen vivamente:
«Para no ser los esclavos martirizados del tiempo, embriagaos, ¡embriagaos sin cesar! Con vino, poesía o virtud, a vuestra guisa».
Es también para el poeta una manera de burlarse de la sociedad burguesa moralizante, un medio de rebelión que se refleja en la condición social de sus amadas: la actriz, la mantenida, la mulata están todas más o menos al margen de la sociedad. En Spleen et Ideal, los poemas consagrados al amor dejan adivinar tres figuras de mujeres musas: Jeanne Duval, Marie Daubrun y Apollonie Sabatier. Sin embargo, en ningún momento estos nombres son mencionados. Así, en lugar de hablar a propósito de estas musas, es preferible considerar que las inspiradoras de Baudelaire originan tres modos de representación distintos de la mujer, de sus poderes y de sus virtudes.
La muerte en Las flores del mal: aparece poco, pero está presente en todo el poemario a través de las imágenes abisales y del paso del tiempo (El enemigo, El reloj). Pero la última de las secciones del libro se titula “La muerte”; incluye los poemas: La muerte de los amantes, La muerte de los pobres, La muerte de los artistas, El fin de la jornada, El sueño de un curioso y El viaje. La muerte se muestra como la última salvación frente al sufrimiento, como un paso a un mundo mejor.
Es otra crítica a la sociedad, a un mundo injusto y miserable. Los dos temas aparecen conjuntamente en el título de “La muerte de los amantes”. Situado en la sección “La muerte”, este soneto es el poema de la promesa absoluta: promesa de un amor infinito en la muerte. Las experiencias amorosas que han sido evocadas a lo largo del poemario son magnificadas y transfiguradas por la muerte. Parece que Baudelaire se inspira en la tradición amorosa heredada de Dante y Petrarca, poetas italianos del Renacimiento, para los cuales la muerte abre las puertas a un amor que es felicidad infinita, eterna. De este modo el poema insiste en los motivos de la unión de los amantes en una visión casi profética de utopía amorosa. La espiritualización del amor es el producto de un esfuerzo de idealización por medio del cual los aspectos inconclusos y dolorosos de la realidad son redimidos. Mito, sin duda, o compensación imaginaria, que transmiten leyendas como la de Tristán e Isolda y que responde a las esperanzas profundas de los hombres. Baudelaire, en este poema, parece apostar por la inmortalidad, pero el amor evocado no pierde su naturaleza terrestre y carnal.
El poeta, en efecto, celebra también una pasión de la fusión amorosa. Sin embargo, esta fusión traduce la unión de las almas y transfigura el amor para elevarlo a la categoría de una experiencia del infinito y de la eternidad. El poema se opone al amor como degradación en, por ejemplo, “Las metamorfosis del vampiro”, o de la muerte como simple descomposición fisiológica de “Una carroña”. Aquí la muerte es idealizada, con un toque de ascesis erótica neoplatónica, con una casi promesa de resurrección. Los colores de la muerte son el azul y el rosa y no los sombríos; las sombras son despejadas pronto por la luz.
El amor puede vencer a la muerte en Baudelaire, como ocurría en los poetas clásicos y románticos. Pero, por otro lado, el poeta ve también la muerte como liberación, más que como problema o acabamiento del ser, un poco a la manera de Werther. Morir significa entonces liberarse de la espantosa atadura a la vida burguesa y convencional. Es el modo definitivo del olvido. Pero el amor baudelairiano es mucho más rico y matizado como para ser condensado entre estos dos extremos; el goce espiritual y sensual del esteta que contempla la belleza, la evasión a un mundo de pureza y dulzura de un alma nostálgica, la perversión analizada por la conciencia del moralista desesperado que relaciona la voluptuosidad con el Mal, la irresistible postulación del hombre hacia Satán son otras tantas facetas que encontramos en los poemas de Baudelaire que tratan el sentimiento amoroso. En todos los casos, el amor es presentado tanto como un placer como un mal; incluso el sentimiento romántico más puro contiene una parte de Mal en él.
Charles Baudelaire nació en París, el 9 de abril de 1821 y murió en su ciudad natal, el 31 de agosto de 1867, entre los brazos de su madre, quien, al fin, comprendió su genio. Se trataba de un poeta a quien Victor Hogo había dirigido, escritas, el 30 de agosto de 1857, estas palabras: “Vuestras Flores del mal irradian y deslumbran como estrellas…”. Y año y medio más tarde, el genial autor de Los miserables, en una carta fechada el 13 de marzo de 1859, le dice: “Señor, sus Flores del mal crean un estremecimiento nuevo”. El 20 de agosto de 1857 ese libro había sido declarado como “un ultraje a la moral pública y a las buenas costumbres”, por un tribunal correccional; el poeta y su editor, Poulet- Malassis, fueron arrestados y condenados a pagar una multa de 300 y 200 francos, respectivamente. Seis de los más hermosos poemas (El Leteo, Las Joyas, Lesbos, A la que es demasiado alegre, Mujeres condenadas, Las Metamorfosis del vampiro) fueron prohibidos.
Ese mismo año, el juez Ernest Pinard había condenado a Flaubert por su imperecedera Madame Bovary. Adriano González León escribe memorablemente en “Investigación en las basuras”, prólogo al poema de Caupolicán Ovalles ¿Duerme usted, señor presidente?, El Techo de la Ballena, 1962: “El riesgo, al revés de todas las prescripciones sanitarias, consiste en no contaminarse. Y quien lo asume por amor al virus, con decisión y audacia, verá levantarse, en el confín de la noche, una enaltecedora sucesión de fuegos fatuos”. Eran tiempos de “letra y pólvora”, Ludovico Silva dixit.
Caupolicán, buscado por la policía, se exilió en Colombia, regresó y murió en 2001, ¿qué diría hoy? Adriano fue detenido por la Digepol unos meses después; murió en 2008, ya era duro crítico del gobierno. Rodolfo Izaguirre, el 23 de septiembre de 2018, escribió un lúcido artículo, “Toxinas”, publicado en este medio, donde dice con clara claridad: “Sin embargo, me distancié tarde, es decir, esperé demasiado tiempo para hacerlo: ¡cincuenta años! Mucha edad, si se considera que Rómulo Betancourt siendo muy joven supo que el comunismo era impracticable en un país petrolero como el nuestro. Recelo ahora de los cogollos de los partidos tradicionales y me muerdo la lengua al reconocer y aceptar que quien siempre tuvo la razón fue Betancourt y no yo; que la insurrección armada de los años sesenta venezolanos fue un doloroso error político”. Y yo, Héctor, sobreviviente de la violenta generación de los sesenta, creo que nos equivocamos. ¿Quién dijo que solo los idiotas no cambian cuando el mundo cambia?
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