El secretario de Estado de Estados Unidos, es decir, el hombre a cargo de las relaciones externas de Estados Unidos, se reunirá al iniciarse el año con el presidente Iván Duque. Los partes oficiales de los dos gobiernos aseguran que el tema resaltante serán las tensiones que hoy caracterizan la relación entre los dos países fronterizos, Colombia y Venezuela. A pesar de ser este un tema vital para la estabilidad regional, otros asuntos de la agenda captarán su atención de manera superlativa.
El ex director de la CIA cuenta en su haber con el más detallado conocimiento de la dinámica venezolana en todas y cada una de sus expresiones. A los dos hombres los une una amistad personal estrecha, como lo demuestra el hecho de que no más Duque fue electo mandatario de Colombia se dirigió a reunirse con Pompeo en la capital estadounidense para ponerlo al tanto de los pormenores de los temas que inquietan a Estados Unidos y, particularmente, los que tienen que ver con narcotráfico y la relación con Venezuela.
Este era el momento en el que la Oficina de Política Nacional para el Control de Drogas (ONCDP) de Colombia había dado a conocer el aumento de la superficie de cultivos ilícitos que Duque encontró en su territorio para el momento en que asumió la conducción del país. A fines de 2017 se habían contabilizado 208.000 hectáreas.
De entonces a esta parte, la observación hecha por instituciones que dan seguimiento al narcotráfico han dado cuenta de que en la misma medida en que las plantaciones de coca han aumentado en Colombia, del lado venezolano han proliferado los centros de procesamiento de hojas de coca para transformarla en pasta base de cocaína. Ya desde febrero de este año, el propio ministro del Interior venezolano había comenzado a informar de la localización de decenas de laboratorios destinados al procesamiento de clorhidrato de cocaína en los territorios de Amazonas y Zulia. Los volúmenes de químicos incautados para los procesos y de droga ya transformada hacen pensar en una actividad en auge con manejo de cantidades que no son propias de laboratorios caseros sino semindustriales.
Se preguntan los entendidos en la materia si la instalación de estos centros en Venezuela es lo que promueve el incremento de las superficies cultivadas en Colombia o si por el contrario, es el aumento de las plantaciones lo que justifica la proliferación de los centros de procesamiento. Las colosales ganancias que se obtienen en este perverso negocio justifican la existencia de cadenas transnacionales en las que más se obtienen utilidades cuanto más cerca se está del consumidor. En estas primeras etapas de la actividad –siembra y procesamiento– las utilidades no son astronómicas, pero sin ellas la cadena de comercialización y de venta final en terceros países no podría existir. La vigilancia en Colombia del negocio y su combate ha contado siempre con la ayuda de Estados Unidos, que ha desarrollado destrezas especiales para su detección y destrucción y las ha puesto al servicio de las autoridades. Del lado venezolano el tema es harto complejo, porque la tarea está en manos de las fuerzas militares, contaminadas en su esencia con la apetencia por la riqueza que proporciona el narcotráfico, aparte del hecho de que no existe colaboración ninguna con el “imperio del norte”.
Las actividades del crimen organizado en los dos países están haciendo causa común, ya que en uno de los dos lados de la frontera se encuentran con facilidades para operar y para evadir las presiones del gobierno colombiano y del americano. Los contactos que se han establecido entre los uniformados venezolanos, el gobierno de Miraflores y la disidencia de las FARC, al igual que el ELN, también están contribuyendo a que estos vasos comunicantes se fortalezcan. La agudización de la crisis económica en Venezuela, además, provoca la emergencia de economías criminales como un medio de subsistencia para muchos venezolanos desesperados. No hay que olvidar que el régimen de Nicolás Maduro ha facilitado que estos grupos operen en estados como Apure, Amazonas, Bolívar y Zulia.
Así pues, si Mike Pompeo inicia sus actividades en 2019 en Colombia y dentro de su agenda tiene un puesto preponderante la relación binacional, hay que pensar que una vez más revisarán uno de los temas que inquieta a Estados Unidos notablemente que es el consumo de narcóticos dentro de su país y los pocos resultados que obtienen en desterrarlo. Una asociación perversa entre Colombia y Venezuela actúa eficientemente para impedírselo.
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