Por primera vez tras sesenta años luego del asalto al poder en Cuba y la entronización de la tiranía castrista, el comunismo, que no ha descansado desde entonces un solo instante de aspirar al control del poder y el enfrentamiento contra Estados Unidos, responde con una embestida geopolítica continental ante la eventual amenaza de verse atacada por las fuerzas liberales de la región. Consciente de que la crisis venezolana solo podría ser enfrentada exitosamente con la intervención militar de Estados Unidos y que dicha intervención, solicitada por primera vez con el consenso de las fuerzas democráticas, no podría llevarse a cabo sin poner en cuestión la existencia misma de la tiranía cubana, raíz principal de los males de la región, la respuesta no se dejó esperar: poner en acción toda la izquierda marxista regional atacando al fortín del liberalismo: Chile y el gobierno de Sebastián Piñera. Los resultados de la insurrección de Octubre fueron devastadores y aún no son asumidos políticamente por la sociedad chilena con la radicalidad y la dureza que ameritan.
Asombra la inconsciencia de las democracias hemisféricas ante una ofensiva tan aviesa y con objetivos bélicos tan manifiestos. Organizada con la suficiente antelación como para hacerse del gobierno español y de una osadía tan insólita como para subir el listón de la democracia chilena a la norteamericana. Por primera vez centros políticos neurálgicos de la sociedad política norteamericana se ven asaltados por la unión de fuerzas antisistema: el marxismo ha sabido infiltrarse en los medios, las academias e incluso en la industria cinematográfica. Y aliada al racismo de color, aprovecharse de una circunstancia político policial para acorralar al establecimiento y convertir al presidente Donald Trump, en objetivo de todos los ataques, de modo a impedir su reelección.
Factor clave en esta última embestida lo constituye el gobierno dictatorial de Nicolás Maduro. Base operativa y financiera de algunos de los movimientos racistas antidemocráticos norteamericanos, como Black Lives Matter (las vidas negras importan), cuyas dirigentes afroamericanas son tan bienvenidas en Miraflores. Y los compañeros de ruta del marxismo soviético, como George Soros. Naturalmente asociados a los demócratas de Joe Biden, que en su ambición por fracturar la exitosa carrera reeleccionaria de Trump y reconquistar la Casa Blanca son capaces de cualquier cosa.
La reedición de los bárbaros ataques contra monumentos históricos, con los que se diera comienzo al asalto al poder por parte del chavismo en Venezuela, se recicla de manera ominosa no sólo en los Estados Unidos, sino también en Inglaterra, en donde ya se descabezó la estatua de Cristóbal Colón. Jamás apareció la que ornaba la Plaza Venezuela, tumbada por la barbarie castro chavista en los comienzos del asalto. Es tan evidente el origen de la “inspiración” con que proceden los trogloditas afroamericanos que atacan los monumentos de los padres fundadores de la gran democracia norteamericana, que no es necesario mencionarlos.
Alertamos en su momento a Estados Unidos y a las restantes naciones de nuestra región sobre el grave peligro que implicaba permitir el pleno despliegue de la barbarie castrochavista en Venezuela. Las pruebas están a la vista. Si no detenemos a tiempo la siniestra alianza del castro comunismo cubano con el chavo madurismo venezolano y la izquierda marxista, al hemisferio le esperan tiempos terribles. Mañana será demasiado tarde.
@sangarccs
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