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La tortura como esencia del régimen

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1. Desde hace muchos años me pregunto cómo seres “normales”, a muchos de los cuales conocí en tiempos idos, pueden hacerse de la vista gorda por la tortura que en su nombre se inflige a civiles y a militares en las prisiones del chavismo. Me pregunto cómo personas que parecían conscientes y que, incluso, habían dedicado parte de sus desvelos a la defensa de los derechos humanos, ahora se hubiesen convertido no en indiferentes sino en corresponsables de los crímenes que se cometen en los centros de detención del régimen.

2. El eterno dilema es si estos criminales y sus cómplices eran así, y lo disimulaban, o si se convirtieron a lo largo de estos años en los monstruos que conocemos. De dónde, de qué espacio del alma, puede nacer tanta connivencia con las fechorías contra ciudadanos inermes.

3. Los autores intelectuales, los autores materiales y los cómplices forman un entramado que hace de la tortura su instrumento principal de “investigación”. No basta decir que son los criminales cubanos los que inducen este comportamiento porque tal vez sean los que tienen los discursos para limpiar conciencias, pero son venezolanos, algunos venezolanitos de esos que uno ve por allí, en las calles, los que provistos de la chapa, la “autoridá” y el apoyo, le entran a mazazos, martillazos, ahogos y electricidad, a los cuerpos amarrados de sus cautivos.

4. Me intriga mucho los que ordenan. Sin duda Maduro y su círculo ordenan el crimen. “Sáquenle lo que sepan como sea”, “que coman su propia mierda hasta que confiesen”. Esas mismas órdenes son las que dan generales como Hernández Dala en la DGCIM y González López en el Sebin, el Miguelito en la FAES y antes Bastardo, el que dirigió al grupo de asesinos contra Oscar Pérez y sus compañeros.

5. Los ejecutores, por su parte, son los Eichman que dirán en el juicio que les tocará, que solo cumplían órdenes de sus superiores. En realidad, seres que torturan y matan a placer. Se sabe que son los que llevan a cabo las operaciones de asesinato implacable o, si es el caso, son los que llevan arrestados a las casas secretas de tortura, en las cuales aherrojan a los acusados de conspiración, martirizan a los familiares en presencia de los detenidos, y se solazan en el ejercicio impune de su crimen.

6. Están los otros: son los que saben; los que ven; los que son informados o están informados; todos ellos son los que voltean hacia el otro lado. Son fiscales, dirigentes políticos, jerarcas del área civil del régimen, familiares de ministros, generales y policías, embajadores, empresarios rojos; son parte del entramado que sostiene el crimen, aunque clamen que sus manos no tienen sangre solo porque tienen guantes.

7. La estructura de la corporación criminal en el poder tiene su subestructura represiva en la que el que da la orden, el que la ejecuta, el que la conoce y el que la admite, conforman una madeja homicida que poco a poco se ha constituido en la base operativa del poder.

8. El régimen no se sostiene en legitimidad alguna; tampoco le importa. Se sostiene en esos cientos –tal vez no llegan a miles– de sujetos que tienen el pacto de sangre de la mafia; el que parte la cabeza y le da cuenta al general que ordena, ambos rodeados de los que, como si no fuera con ellos, oyen partirse los huesos y mantienen la mirada perdida hacia el Cuartel de la Montaña.

9. ¿Alguien pensaría que con esa estructura o parte de ella se puede construir una transición hacia la libertad? Sorpréndase, hubo quienes así pensaron.

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