En el año 2018 viajé en carro, la única manera de hacerlo, hasta Trujillo para realizar un documental biográfico sobre José Gregorio Hernández a favor de su causa apostólica. Desde entonces corría la noticia de su inminente beatificación.
Nuestro trabajo audiovisual se inspira en la vida y obra del médico de los pobres, anticipando su inevitable consagración en los altares del Vaticano.
¿Por qué ocurre tal nombramiento y en qué contexto? Buscaré responder a la interrogante, como corresponsal de la ciudad sagrada, reportero nacional de la designación del papa Francisco en Roma y realizador de varios filmes acerca del tema.
Si Venezuela es un país olvidado, el pueblo natal de José Gregorio Hernández es lastimosamente una antesala a un infierno de casas muertas, cien años de soledad, pobreza, abandono, caos y miseria, donde se muestran las peores costuras del régimen de Maduro.
Nuestro periplo al lugar de origen del personaje, supuso evidenciar la grieta existente entre Caracas y una zona de provincia, mayoritariamente opositora, castigada por la falta de todo: agua, luz, la canasta básica y la mínima asistencia social.
Salimos de la capital en automóvil, a la buena de Dios, para conseguirnos con diferentes anillos del averno.
Ya entonces el problema del desabastecimiento de gasolina era el denominador común de las regiones de la periferia.
Pero la odisea de la catástrofe tuvo un punto de giro en la entrada de Barquisimeto, cuando presenciamos el primer corte de ruta en protesta por la ausencia de gas, la manzana de la discordia durante el resto de la accidentada trayectoria.
Ahí pasamos dos horas por suerte, detenidos en medio de una autopista, a merced de bandoleros, de un sol inmisericorde y de la nada consumida a cuentagotas.
La tensión se respiraba en el ambiente, se escuchaban relatos de asaltos a cada rato, notábamos una implementación burocrática de la técnica de la guarimba, a cargo de los mismos consejos comunales del desgobierno, cuyo objetivo parece ser el de adueñarse de las carreteras, con el objetivo de presionar, matraquear y conseguir sus fines populistas.
Las autoridades incompetentes hacen acto de presencia, negocian con los sublevados y prometen cumplir sus demandas. Es un juego no de ganar ganar, sino de perder perder, pues alimenta un círculo vicioso carente de trascendencia política.
En la superficie brinda la imagen de un foco de resistencia. Más al fondo de la investigación, compruebas la consumación de una guerra interna de los propios cuadros diezmados de la revolución, buscando obtener prebendas.
El asunto representa una ilusión óptica del recorrido. Pronto la descubrimos y padecimos en carne propia.
Aquí, en la tierra sin ley de Mad Max, no hay rastros de Nicolás, de la dirigencia, de las narrativas del G2, de las leyendas del venerable.
El ingreso a Valera radicalizaría la estampa siniestra de bombas con cola, de estaciones de servicio destartaladas, de tristes trópicos, de más anarquía y menos orden o progreso.
La supervivencia marca la agenda del día. Los ciudadanos despiertan con hambre y la necesidad de montar un piquete, para cobrar peaje y exigir el suministro de gas.
Así enfrentamos el reto de grabar en Isnotú, luego de atravesar una verdadera competencia de obstáculos, una suerte de arteria vial bloqueada por cualquier cantidad de alcabalas improvisadas de ciudadanos desesperados.
Ciertamente, Isnotú ofrece un pequeño oasis, una bocanada del paraíso ante el entorno hostil de perro come perro.
Viendo aquello uno se pregunta cuánto hay de realidad y simulacro.
En cualquier caso, la capilla y el museo dedicados a la memoria de José Gregorio Hernández, refrendan la inmensa fe depositada en el hombre de profundas convicciones religiosas.
Ahí tomé fotos de su pinturas y vitrales, de las estatuas a su nombre rodeadas de flores, de los innumerables souvenirs vendidos en una especie de mercadito de buhoneros artesanales.
El espacio se mantiene en perfectas condiciones, como corresponde a un santuario de semejantes proporciones.
Adentro sorprende el registro de las miles de placas de creyentes y devotos, agradeciendo por los favores concedidos.
En efecto, la beatificación de José Gregorio Hernández debe atribuirse a dos factores notables: la entrega del doctor para con sus pacientes y el respaldo ecuménico de los feligreses a la consolidación de una historia ascendente e inspiradora.
José Gregorio Hernández es un verdadero “influencer” orgánico, abocado a servir a los demás y empeñado en honrar el juramento hipocrático.
Ejemplifica una salud despojada de intereses particulares, empática, modesta y cercana.
Después, a raíz de su trágico fallecimiento, los mercaderes de los templos paganos explotarán el legado del santo civil, a través de rituales de brujería, demagogia y prostitución comercial.
A José Gregorio Hernández, como siempre, lo instrumentan ahora como barajita de cambio en las próximas elecciones. Antes, José Vicente Rangel copió su silueta, en una campaña de diseño de la izquierda.
El comunismo roba y saquea la iconografía mesiánica, intentando ganar indulgencias con escapulario ajeno.
En la actualidad, Maduro se prepara para disfrazarse de cristiano, siendo objetivamente un adorador de Sai Baba, al endosarse el éxito de interceder por la beatificación de José Gregorio.
Los hechos indican, por el contrario, una situación diferente.
El auténtico responsable es el cardenal Baltazar Porras. Su gestión al frente del Episcopado motoriza el proyecto, consignando pruebas y derribando las barreras del escepticismo que quedaban en un sector del Vaticano.
Porras se traza la meta como una cuestión personal, habida cuenta de su relación afectiva y laboral con la región andina.
Por tanto, la beatificación de Hernández valida su esfuerzo en pro de la Iglesia venezolana.
Ojalá que José Gregorio Hernández nos conceda el milagro que deseamos.
Sueño con celebrar el retorno de la democracia, con volver a Isnotú sin tener que sufrir un calvario del demonio, por culpa del chavismo.
Una noticia maravillosa es que José Gregorio Hernández fue elevado a los altares, a pesar de la peste del siglo XXI, lo cual nos da esperanza.
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