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Enfrentar a regímenes socialistas es luchar a favor de la salud de los pueblos

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Soy uno de los testigos privilegiados [fui uno de los fundadores de Prensa de la Universidad de los Andes] de la insólita tolerancia pro calamidad que, durante décadas, mantuvieron autoridades académicas, intelectuales adscritos a casas de estudios superiores, artistas, profesores y estudiantes en Venezuela. Ellos sabían que, mediante la violencia irracional y praxis del genocidio, se habían eternizado en el mando los genocidas Fidel y Raúl Castro Ruz, Sadam Husein Abdulmayid al Tikriti  y Muamar Muhamad Abu-minyarel Gadafi​. Estaban enterados de las torturas que infligían a los ciudadanos, y distintas penurias en los territorios donde se declararon «comandantes supremos e indiscutibles». La mayoría no fue imparcial amparados en la tesis de la autodeterminación de los representantes de Estados, sino porque adherían, rigurosamente, al totalitarismo doctrinal. Se identificaban con esos bárbaros, mirándolos se escrutaban enamorados de sí mismos como narcisos. La crueldad de esos sátrapas satisfaría sus ansias de experimentar qué se siente ser dioses.

No bastan análisis sociológicos, psiquiátricos, las explicaciones de politólogos e historiadores para digerir ese bodrio conceptual llamado socialismo, que procede de las monsergas revolucionarias francesas y cuyos propulsores demostraron lo aptos que eran para cometer atrocidades  [las decapitaciones selectivas iniciaron el año 1789, «período del terror», mediante la tenebrosa guillotina, que otros, en distintas regiones de Europa, igual utilizaron para matar desde el siglo XIII]. Aquellos ilustrados hombres, convertidos en perdona o quita vidas, según sus antojos, el más cobarde de los cuales Robespierre, aportaron abundante sangre humana y cabezas desprendidas a las páginas de la Historia Universal de Infamias. Sus asesinatos fueron tan ajustados a la justicia divina que culminaron guillotinándose, entre demiurgos y preclaros, hipócritas redactores de los Derechos Universales del Hombre.

Luego de centurias de puja contra el abuso de poder, capitalismo salvaje, crímenes políticos, hostigamiento, persecución y encarcelamientos por motivos ideológicos, en el curso del siglo XXI se hace explícito que el socialismo es una pandemia sistémica ante la cual la Organización Mundial de la Salud nunca se atreverá sugerir que sea eficazmente combatida por quienes tienen la obligación o mandato de procurar felicidad y salud a los ciudadanos del mundo.

En momentos cuando los cínicos, ignorantes y fachudos infunden pánico a los habitantes del planeta, excusándose en un virus de laboratorio de guerra política-financiera sucia, quienes permanecemos vivos tenemos el deber de luchar contra el devastador socialismo, sus propulsores e instauradores en repúblicas donde los ciudadanos somos condenados a vivir esclavizados, bajo la amenaza incesante de terroristas internacionales rígida y mafiosamente organizados.

Es obvio: quitarle las mascarillas a formulaciones de carácter socialista es hacerlo a favor de la salud psíquica y física de todos los seres humanos, que, la realidad dicta, somos forzosamente conducidos hacia el empobrecimiento, enfermedad, miseria y muerte por inanición o ejecutados en las insalubres calles del totalitarismo.

@jurescritor

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