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Distópicos disociados

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Recuerdo de mis primeros años como estudiante la insistencia, de maestras primero y profesores después, sobre la condición gregaria del hombre; es decir, aquella relación que se establece entre los humanos al conformarse en grupos sociales para poder resolver de la mejor manera posible los problemas comunes. Esa suerte de instinto es propia de todo ser vivo, por eso vemos a los peces agrupados en cardúmenes, los  gansos en bandadas, las hormigas en colonias, los antílopes en manadas. Es una relación que establece la unidad como principio básico para reconfirmar el instinto de supervivencia.

Es una frase manida aquella que dice que todo imperio, en cuanto modelo social, socava sus propias bases y siembra las semillas de su autodestrucción; el ejemplo que más se muestra es el del romano. Un modelo cultural que se hizo hegemónico se confió de tal manera en su fortaleza, que alcanzó su apogeo durante el mandato de Trajano, cuando existió un Estado que iba desde las costas del Atlántico hasta Mesopotamia. Me es necesario acotar que este emperador fue el primero no nacido en la península itálica en alcanzar tal nivel de mando. Él nació en las afueras de Sevilla, España. La declinación de Roma como eje del mundo entonces conocido comenzó al siglo siguiente de este soberano. Pestes, derrotas, impuestos arbitrarios, decisiones políticas erradas, soberbia, exceso de autoconfianza, y muchas otras variables se fueron juntando.

Diocleciano y su intento por evitar el naufragio ahondó más la crisis. Él dividió los vastos territorios romanos en oriental y occidental, cada región pasó a ser gobernada por un César, con poder militar, y un Augusto, con poder político, que daban en total cuatro jefes y fue llamado como sistema “tetrarquía”, es decir un gobierno de cuatro.  Y se cumplió aquello de que muchas manos ponen el caldo morado.  Si ya el imperio tenía problemas, estos se agravaron con las peleas intestinas por imponer cada cual sus decisiones.

A finales del siglo IV de nuestra era terminó de torcer la marrana el rabo con Teodosio, quien para quedar como el padre perfecto dividió entre sus hijos Honorio y Arcadio sus dominios. Al primero le tocó Occidente y al segundo Oriente. No pasaría mucho para que comenzaran las derrotas, y así llegó el año 410 cuando el rey visigodo Alarico saqueó Roma. Desde ese momento empezó el declive de forma más acusada hasta que en el 476 Rómulo Augusto, el último emperador de Occidente, fue depuesto por Odoacro, quien era el cabecilla de los hérulos, una tribu germánica. La historia suele ser irónica hasta los extremos: el Imperio Romano llegó a su fin con un emperador que tenía el nombre de uno de los fundadores de Roma.

¿Qué hace que un modelo poderoso y avasallante caiga en desgracia y se disuelva? ¿Por qué las hegemonías terminan hechas polvo cuando parecen haber alcanzado una solidez sin parangón? ¿Dónde comienza la decadencia del dominante de turno? Son preguntas que surgen de manera reiterada sobre diversos momentos históricos, o en el marco de diferentes procesos culturales. Pasó con el modelo inca, azteca, maya, caribe,  español, y por ahí podemos seguir enumerando ejemplos. Pasó en Estados Unidos con el segregacionismo, donde el poder de la supremacía blanca humilló hasta hace poco a los negros; y necesito decir que esa humillación ahora la han trasladado a los hispanos y su descendencia. Pasó con Hitler y su movimiento de exterminio. Pasó con dictaduras como las de Somoza, Trujillo, Pérez Jiménez y Castro. Aunque también pasó que en una Europa liberada del fascismo y el nazismo sobrevivieron las tiranías de Franco en España y Salazar en Portugal, así como las plagas bolchevique y maoísta, toleradas y muchas veces alcahueteadas por las democracias más consolidadas del planeta.

Trato de hacer un balance de los tiempos que vivimos y todo me hace pensar que hemos terminado por ser dominados por un patrón de pensamiento disociado. De alguna manera se ha regresado al sálvese quien pueda y cada cual vela solo por sí mismo. La utopía fue erradicada y ha sido desplazada por la distopía.

© Alfredo Cedeño

http://textosyfotos.blogspot.com/

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