José Gregorio murió (28 de junio de 1919) en un momento de particular significación para la Iglesia, el país y el mundo. La Iglesia recuperándose de la postración en que la dejó el guzmancismo. El país en dictadura y expansión petrolera. El mundo, terminando una guerra mundial, comenzando una pandemia y en los primeros pasos de un cambio epocal (tercera ola humana según Toffler). A cien años de su muerte –comienzos de siglo y también de milenio– se anuncia su beatificación. El escenario histórico es semejante y diverso con Iglesia en renovación; país en dictadura con regresión y ocaso petrolero; mundo en pandemia, paz endeble, globalización rampante y cambio epocal en ágil marcha.
Venezuela se encuentra en estos momentos con pandemia y en situación desastrosa. El socialismo del siglo XXI, con ideología comunista y una corrupción desaforada, tiene al país en ascuas: economía por el suelo, empobrecimiento general, política marcada por una abierta represión, cultura deprimida en sus ámbitos comunicacional y educativo, por la imposición de un “pensamiento único”.
Los cristianos católicos nos hemos de preguntar:1) ¿Qué mensaje lanza Dios con esta beatificación, a la Iglesia de la mayoría de los venezolanos en el presente drama nacional? 2) ¿Qué interpelación plantea la beatificación del laico doctor José Gregorio Hernández a nuestros laicos católicos?
Con respecto a lo primero, conviene recordar que el Concilio Vaticano II definió a la Iglesia como signo e instrumento de unidad humano-divina e interhumana (ver Lumen Gentium 1). El mandamiento máximo de Jesucristo va en esa dirección: lograr la comunión-amor a) con Dios Trinidad en alabanza y obediencia, y b) con el prójimo, compartiendo bienes espirituales y materiales, así como construyendo una convivencia fraterna, libre, solidaria y pacífica. El desastre del país reclama a la Iglesia, por tanto, un compromiso más decidido para la reconstrucción de Venezuela y su ulterior progreso: honda conversión hacia un testimonio más efectivo del amor evangélico. Opresores y oprimidos en su mayoría se confiesan católicos. ¿Por qué hemos llegado a este abismo? Es la hora de una perceptible coherencia con lo que se dice creer.
Ahora bien, dentro de la Iglesia pueden señalarse dos sectores bien diferenciados, con tareas específicas dentro de la misión común: a) pastores o clérigos, (obispos, presbíteros y diáconos) y b) laicos. El quehacer de los pastores es más hacia el interior de la comunidad eclesial, como ejes-cabezas de comunión: servicio indispensable, de institución divina. La misión propia o peculiar de los laicos (seglares) mira primordialmente hacia el mundo (lo temporal o secular) para transformarlo según el espíritu del Evangelio.
Con respecto a la segunda pregunta, podríamos comenzar diciendo que en estos tiempos de renovación eclesial estamos pasando de una acostumbrada comprensión del laico como simple colaborador o ayudante (“mandadero”, llega a decir el papa Francisco) de los pastores, a su reconocimiento como protagonista, miembro activo, corresponsable, por título propio como bautizado, en la Iglesia. Este cambio (especie de “giro copernicano) implica superar el tradicional clericalismo o polarización eclesial en el clero (ver carta de Francisco al presidente de la Pontificia Comisión para la América Latina, con fecha 19 de marzo de 2016).
El Concilio Vaticano II (Lumen Gentium 31) definió como lo propio o peculiar del laico en la Iglesia, su “carácter secular”, temporal, mundano (en el sentido positivo de este término). El laico tiene al mundo, con sus ámbitos económico, político y cultural, como su campo propio de trabajo. Desde su familia ha de comprometerse en la construcción de una “nueva sociedad”.
José Gregorio Hernández constituye un modelo de laico. Miembro de la comunidad eclesial, participó en la vida de esta y desde esta se comprometió a hacer realidad los valores humano-cristianos del Evangelio en Venezuela. La cultura, en la acepción más amplia del vocablo, fue el objetivo de su misión. Como protagonista y no ente pasivo. ¿En qué ámbito social no se hizo presente, desde su amor a Dios y al prójimo, especialmente al más pobre? Científico, docente, escritor, investigador e innovador, atendió enfermos, privilegió a los pobres y dentro de su polícromo quehacer quiso hasta alistarse para defender la patria.
José Gregorio es una interpelación viva a los laicos de este país en los presentes momentos de gravísima crisis. En su entrega no escatimó esfuerzos ni riesgos. El “médico de los pobres” murió en camino hacia un servicio caritativo.
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