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El 80 aniversario de la invasión a Francia (VIII)

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El 22 de junio de hace 80 años se le puso punto final a la Batalla de Francia con el armisticio firmado en Compiegne, el mismo lugar y dentro del mismo vagón donde se acordó el fin de la Gran Guerra. Se mantendrían algunos pequeños combates por unos días más, en especial contra los italianos y en la Línea Maginot contra los alemanes. Es por ello que consideramos el momento para hacer una revisión de la historiografía que ha intentado explicar las causas de la tragedia. Pero por la brevedad del espacio solo nos dedicaremos a la obra que consideramos marca el camino y es la primera: L’étrange défaite (La extraña derrota).

La primera por el momento en que fue escrita (entre julio y agosto de 1940) y porque su autor es el historiador francés y fundador de la Escuela de los Annales: Marc Bloch (1886-1944). A pesar de combatir y por tanto verse afectado por la capitulación, de inmediato se puso a investigar el hecho histórico (hizo verdadera historia actual) con objetividad, afirmando que la principal causa era la militar (incapacidad de la alta oficialidad en preparar y hacer la guerra), pero también la política. “El triunfo de los alemanes fue fundamentalmente una victoria intelectual”.

En los anteriores artículos nos dedicamos a las fuentes primarias (especialmente memorias) para explicar la campaña desde la perspectiva alemana, inglesa y francesa. Dichos textos tuvieron cerca de una década o poco más para ser meditados y corregidos a partir del conocimiento del resultado final. L’étrange défaite no contó con estas ventajas y es impecable. Sus conclusiones marcaron las futuras interpretaciones.

Charles de Gaulle en sus Memorias de guerra (1955) confirma el factor que hemos resaltado, y que Bloch enfatiza: el apego a las doctrinas nacidas de la Primera Guerra Mundial: las defensivas. Asumieron la tecnología pero no en lo que respecta a la velocidad y el movimiento sino en la defensa, y de allí nació aquello en lo que pusieron toda su confianza y que los llevó al desastre: la Línea Maginot. Pero el historiador también agrega: “Nosotros hemos librado una guerra de ayer o de anteayer. (…) Nos basamos en nuestra historia colonial, de la azagaya contra el fusil. En esta ocasión, sin embargo, los primitivos hemos sido nosotros.”

Bloch va más allá y enumera un montón de errores que se acumularon en la preguerra e hicieron del Ejército una organización, que a pesar de ser mayor en divisiones e incluso armas que las del enemigo, se volvió lenta e inoperante. Y la principal culpa está en la élite militar y política, que era incapaz de escuchar las críticas. De Gaulle nunca dejó de hacerlas e incluso llegó a expresiones de insubordinación en enero de 1940. Es por esto que el historiador habla de una guerra que no se pensaba, organizaba o lideraba; porque el ejército tenía un deficiente servicio de información con comunicaciones que no asumieron la tecnología de la época y que se perdía en un gran papeleo y montones de cargos. Y era incapaz de renovarse al mantener el culto a una gerontocracia: a los generales que ya eran viejos en la Primera Guerra Mundial, y que vivían solo para pelearse entre sí.

Pero el autor no solo se dedica al tema militar. Al seguir investigando la conducta del resto de la sociedad francesa, examina cada sector por separado y llega a una sola conclusión: la derrota tiene sus raíces en el abandono de la principal máxima de la revolución: ningún francés asumió lo que es ser un ciudadano, que a fin de cuentas es lo mismo que el vivir en República. Y cuando la República necesitó de él, este solo pensó en sus intereses más particulares, muchas veces egoístas y frívolos; como muestra esa maravillosa novela escrita en el mismo momento que lo hizo Bloch con su ensayo. Nos referimos a la Suite francesa de Irene Nemirovsky.

El historiador habla de una absurda distinción entre el soldado y el civil en una guerra de ocupación que pretendía barrer con los valores existenciales de Francia. Esta diferencia llevó a “éxodos sin sentido”. Los obreros con sus sindicatos seguían empeñados en sus reivindicaciones laborales en plena guerra, sin pensar en los sacrificios necesarios para la victoria. La prensa y los intelectuales se aburguesaron y no solo monopolizaron la información y el conocimiento (no desarrollaban la crítica y dejaban que los mitos dominaran a las mayorías) sino que despreciaban a los sectores bajos.

Todo francés era responsable, pero los que tenían mayor responsabilidad eran los dirigentes, y ligado a ello está tanto el régimen político de la Tercera República como la burguesía. Era un sistema incapaz de manejar los conflictos y que se había anquilosado burocráticamente. Los partidos ya no representaban al pueblo sino a sus cúpulas (¿les suena?) y la clase alta, al despreciar al resto de la sociedad y a los partidos, dejó de tener patriotismo.

La esperanza de liberar a Francia y reconstruirla, el historiador la veía en los Aliados y en los jóvenes respectivamente. La libertad vendría de un rescate, de una invasión que expulsara a la dictadura tanto del Tercer Reich como de sus camaradas franceses liderados por el mariscal Petain. Marc Bloch no sobrevivirá a la guerra, pero mientras tuvo vida siguió escribiendo y formando, y cuando ya no pudo seguir con su oficio asumió la lucha en la Resistencia; pero lamentablemente fue capturado y fusilado. Dicen que en ese momento final, con su último aliento, gritó: “¡Vive la France!”

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