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Nuestro éxito es derribar el ataque chavista sobre el espíritu

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Es allí donde recae el premio chavista, no es la gestión. No han hecho nada en veinte años ni siquiera una revolución. En cambio, han desarrollado una ruina diligente con la terrible pasividad de muchos y la infame complicidad de pocos, no nos engañemos. La verdad duele, pero al final se impone. Los chavistas/maduristas fueron los primeros seducidos por el delirio de grandeza de un personaje cuyo sueño era jugar beisbol, pero en eso tampoco era bueno; si en vez de la Academia Militar lo hubiera reclutado algún equipo, hubiese resultado por debajo de mediocre, uno más del montón.

Eso lo entendió el veterano de la añagaza, engaño y propaganda, un farsante delincuente como Fidel Castro, que aprovechó al cándido presumido para llevar a su isla dólares y petróleo. Le hizo creer al ingenuo petulante militar, vanidoso pelotero frustrado y cultor de artimañas como la valentía e intrepidez del asesino, ladrón y cuatrero Maisanta, el ocultamiento del general José Antonio Páez, prócer de la Independencia y otros analfabetismos; que no había líder revolucionario más grande -sin recordar sus fracasos militares- mientras fanáticos seguidores difundían fábulas repetidas desde la segunda mitad del siglo XIX, por ejemplo, heroificando a Lenin, que se impuso sobre la sangre y cadáveres de sus antecesores. Se proclamó heredero de Fidel, a su vez líder mundial opuesto al imperialismo -sin explicar qué es libertad, trabajo e innovación-, presentándolo como monstruo amenazante, todavía resentido por el asunto de los misiles soviéticos resuelto por teléfono entre imperialistas, el ruso Nikita Kruschev y el estadounidense John Fitzgerald Kennedy, sin informar, preguntarle ni tomar en cuenta al tonto útil y parlanchín cubano.

Chávez soñó, creyó que iría de Barinas al mundo y alcanzaría el lugar de Fidel, se lanzó a repartir dinero, con posiciones contradictorias e indoctas como entusiasmarse al mismo tiempo por tiranos como Sadam Hussein, Muamar el Gadafi, y abrir puertas al machismo islámico brutal de los iraníes. Nunca preguntó -si lo hizo se tragó feliz, sin capacidad de raciocinio lo contado- ¿por qué Fidel que fungía de padre y consejero, lo había repudiado cuando salió a derrocar y asesinar a Carlos Andrés Pérez, a quien respaldó con su presencia en la toma de posesión y después cuando derrotó a los golpistas de 1992?

De Maduro ni hablar, no es innovador, es solo un dócil, disciplinado alumno y manso discípulo de la vergüenza castrista, un comandante en jefe de una fuerza armada que simula obedecerlo mientras ejerce y disfruta ella misma el poder, como cómplice interesados en la estrategia destructiva.

El éxito chavista está en otro logro que no es de construcción o espíritu nacional y ciudadano, sino en la destrucción de la tradición venezolana, sueños, planes futuros, vocación de emprendimiento y crecimiento. Esa es la recompensa del castrismo en Venezuela, devastar el gentilicio, sepultar la solidaridad, ofender el entusiasmo y envilecer la afabilidad de una ciudadanía.

Lo que hoy vive, sufre y padece Venezuela es apocalíptico. El proyecto castrista tétrico, macabro, comenzó por destruir el ADN de la venezolanidad, socavó espíritu y alma. Somos una sociedad devastada, dividida, cuando hasta hace poco fuimos unidos, fraternos, alegres, afectuosos, educados, de buenas costumbres, principios éticos, valores morales, éramos ciudadanos chéveres, así nos conocían en el mundo; pero con la dictadura del chavismo pasamos a una sociedad corrupta, fraccionada entre castristas-maduristas, opositores enceguecidos por sus partidos a su vez divididos, apátridas y escuálidos, calificación inventada por Chávez para abarcar a quienes no comulgaban con su política comunista, socialista, como buena parte de los venezolanos preparados, que eran y siguen siendo capaces de pensar y analizar.

La peor ruina no es la económica, se solventa con esfuerzo, sacrificio, trabajo, apertura a la inversión, respeto a la propiedad privada y a las leyes. La recuperación compleja, difícil, es la moral y espiritual, necesitará tiempo –quizá generaciones–. Han ido tan lejos los delincuentes castro-maduristas que nos alegramos cada mañana de amanecer vivos, con dolores de hambre, pero con la esperanza de migajas y limosnas.

Ya el mundo dejó de ser seguro para forajidos, criminales y violadores de los derechos humanos. El reto de fundar una patria es nuestro. Esa es la victoria que debemos construir.

@ArmandoMartini

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