Arjé o arké viene del griego y significa autoridad, pero también puede significar origen y gobierno; de modo que si le colocamos a palabra arké el prefijo a que indica ausencia tendremos que la “an-arquía” es, literalmente, ausencia de gobierno, de autoridad, de jerarquía y en todo caso de “orden” en un sentido peculiarmente “jerárquico”, “autoritario”. Los griegos antiguos conocían extremadamente bien esto porque inventaron la “anarquía”, así como también inventaron el “demos” y el “kratos” (poder). Del mismo modo idearon la «diké” (ley) y la «hibrys” (el desorden o caos).
La idea del pensamiento burocrático e institucionalizado desde los antiguos griegos se vincula más con la razón reflexiva apolínea (Platón, Aristóteles) más que con el pensamiento dionisíaco, rebelde, bailarín y ácrata de las corrientes libertarias y cínicas legatarias de poetas arbolarios e irresponsables del Cinossargo (Diógenes, Antístenes, Pirronne).
Desde el período helenístico hasta la refulgencia renacentista de Europa el ideario anarquista no hizo más que mimetizarse en expresiones y manifestaciones estéticas y literarias a fin de no sucumbir a los trepidantes y vertiginosos cambios y transformaciones que sacudieron a Occidente en todos los órdenes de la vida social y política. Tomamos la segunda mitad del siglo XIX (aproximadamente 1871) y las revueltas obrero-campesinas francesas y específicamente parisinas que luego dieron origen a la Comuna de París para intentar comparar “la racionalidad autoritaria filomarxista” que se reivindica heredera del Manifiesto Comunista (“un fantasma recorre Europa; es el fantasma del comunismo”) y la sensibilidad ácrata y libertaria que se asumía de clara filiación Proudhonniana.
Durante los tres meses y medio que duró la rebelión comunera (el gobierno provisional obrero-campesino en Francia) el antagonismo entre las concepciones “estatofílicas” y autoritarias que simpatizaban con las ideas de Marx y las ideas “estatofóbicas” de raigambre anárquicas y ácratas que simpatizaban con los llamados y arengas de Mijail Bakunin se hizo meridianamente irreconciliable. Las actas de las conferencias de Londres, París y Bruselas que guardan los registros de los congresos y encuentros de la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT) dan plena cuenta de dichos antagonismos y contradicciones ideológicas, teórica, doctrinarias entre ambas welstanchauung o cosmovisiones del mundo y de la vida que gobernaron casi todo el pensamiento de la emancipación en la Europa decimonónica.
Las contradicciones entre ambas concepciones en torno a la naturaleza de la opresión y del Estado lograron traspasar el umbral del siglo XX y se volvieron a manifestar en las luchas y huelgas salvajes turinesas (Turín-Italia) y en Alemania y Holanda con la emergencia de los Consejos Obreros de Fábrica se ahondaron hasta adquirir visos de antagonismos violentos las contradicciones entre revolucionarios “marxistas” y revolucionarios “anarquistas” o “libertarios” como gustaba denominarlos el anarquista francés Pierre Joseph Proudhon (Besancon,1809 – París, 1865) uno de los más ilustres exponentes del movimiento mutualista y federalista francés, enemigo acérrimo de Marx quien levantó banderas centralistas y autoritarias en nombre del comunismo.
Las huelgas salvajes fabriles de claro corte autogestionario en la península itálica fueron caldo de cultivo para el renacimiento de las ideas y la praxis ácrata. La historia ha demostrado que la visión del mundo y de la política “marxista” terminó instaurando los peores sistemas opresivos del planeta. El comunismo obsidional es el resultado de una aspiración que proclamó la necesidad de la especie humana a construir el reino de la libertad previa superación del reino de la necesidad. Puede decirse que “el camino al cielo (el paraíso terrenal de la sociedad sin clases de la teoría revolucionaria) estaba lleno de buenas intenciones”, pero condujo inexorablemente al infierno que vivimos quienes vivimos en sociedades enajenadas y cerradas (obsidionales).
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