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El 80 aniversario de la invasión a Francia (VII)

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Un día como hoy (17 de junio) pero de 1940 el primer ministro de Francia, mariscal Philippe Petain, anunciaba a su pueblo la solicitud de un armisticio a la Alemania de Adolf Hitler con las siguientes palabras: “Con el corazón destrozado tengo que decir que se debe tratar de poner fin al combate. Me he dirigido esta noche al adversario para preguntarle si está dispuesto a buscar con nosotros, con honor y de soldado a soldado, después de la lucha, la manera de hacer cesar las hostilidades”. En nuestras anteriores entregas hemos tratado las razones militares de la derrota, al mismo tiempo que seguimos nuestra meta de comprender la relación entre el cine y la historiografía. Ahora trataremos de analizar los factores políticos. Creemos que la respuesta está en el mismo hecho que generó los errores en el campo de batalla, y no es más que el gran impacto de la Primera Guerra Mundial en la mentalidad del pueblo francés y sobre todo en su dirigencia. No por casualidad quien pone punto final a la Batalla de Francia es el mismo que lo hizo con la Gran Guerra.

Con cierta angustia, tristeza y vergüenza, a pesar de los distantes 80 años, nos preguntamos: ¿por qué el gobierno de Francia decidió no seguir luchando? Es entendible que en su territorio ya no se podía mantener el combate desde que los panzer llegaron al Sena el 10 de junio y con la caída-ocupación de París el 14. La dualidad “caída y ocupación” es porque no hubo combates en su defensa con el deseo de que no fuera destruida y se declaró “ciudad abierta” a los invasores. El general Charles de Gaulle se refiere a aquel momento en que el gobierno dejó la capital en sus Memorias de guerra:

El ejercicio del poder se había convertido en una especie de agonía, prolongada a lo largo de las carreteras, en medio de la dislocación de los servicios, de las disciplinas y de las conciencias. En tales condiciones la inteligencia del Sr. Paul Reynaud (primer ministro hasta el 16 de junio), su valor y la autoridad de su función, se desplegaban, por decirlo así, en el vacío. Ya no tenía medio de influir en los acontecimientos desencadenados.

Ese vacío se muestra –afirma De Gaulle más adelante– en la conducta del resto de los poderes del Estado, los cuales ni siquiera se reunían o declaraban, y mucho menos adoptaban de manera colectiva una solución radical.

Reynaud y De Gaulle lucharon en el Consejo (gabinete) para que la guerra se siguiera en Argelia y el resto de las colonias francesas. Podían aceptar una capitulación, no así un armisticio: era impensable tanto por el honor del país como por los compromisos con su aliado británico, aunque después Reino Unido facilitó esto al no obligarlos a mantener la Alianza pero sin que Winston Churchill viajara casi hasta al final al continente para buscar soluciones distintas a la rendición total (armisticio). Hubo diversas propuestas en este sentido, pero ninguna prosperó porque, como afirman algunos historiadores como J. F. C. Fuller, eran irreales. La otra alternativa eran las que defendían Petain y el generalísimo Maxime Weygand: el armisticio, que se terminó imponiendo cuando Reynaud al ver que no lograba los apoyos necesarios decidió renunciar el Consejo y a propuesta del presidente eligieron al mariscal. Este conflicto iba más allá de un forma de asumir el desastre porque era expresión de la profunda división del pueblo francés y su élite, que la Tercera República y su democracia parlamentaria fueron incapaces de canalizar y resolver.

El problema con la elección del anciano de 84 años no era solo lo que él y su grupo argumentaban a favor de un armisticio. Nos referimos a quedarse en el país para no abandonar al pueblo, y de esa forma ser la supuesta garantía de que los franceses y sus ciudades, con toda su cultura material, serían protegidas y sufrirían lo menos posible. Uno podría comprender esto, pero lo que no es entendible es que a los pocos días Petain iniciara un proceso de cambios radicales que sepultarían la democracia. Y no solo destruyó la Tercera República sino que su régimen fue asumiendo los rasgos fascistas y pasó a apoyar al “Nuevo Orden” propuesto para Europa por el conquistador nazi. Todo esto se ve perfectamente en ese documental conocido como Le chagrin et la pettié (la tristeza y la compasión) dirigido por Marciel Ophlus en 1969, el cual no fue pasado en varios teatros por la vergüenza que generó; y que llevó a un impulso en la investigación historiográfica sobre el régimen ¡y la sociedad! colaboracionista presidida por el mariscal.

¿Y qué tiene que ver todo esto con la Primera Guerra Mundial? La relación está no solo en que quien asume la conducción es el máximo héroe francés de esta guerra, sino que ella generó (o potenció al máximo) la polarización ideológica que llevaría a la quiebra de la República. Se había asumido precisamente lo contrario a lo que había predicado el cine antibelicista de la Gran Guerra en las décadas de los años veinte y treinta. El culto y orgullo militarista, el nacionalismo extremo, la xenofobia, el antisemitismo (aunque ya se había fortalecido desde el “caso Dreyfus”, el cual, por cierto, el año pasado fue representado en otra película, esta vez dirigida por Roman Polanski) y el ver las libertades democráticas como la causa de la destrucción de los “valores auténticamente franceses”.

Y en medio de esa tragedia mucho peor que la misma derrota militar, al día siguiente (18 de junio) se alzó la voz solitaria del general Charles de Gaulle desde la BBC de Londres. Denunciaba el armisticio y decía que el honor de Francia estaba en seguir luchando. Daba razones para ello y llamaba a la unión. La verdad es que pocos lo escucharon en Francia, y menos aún fueron los compatriotas que fueron a unirse a su Francia Libre. Al principio no tuvo casi ningún apoyo, salvo el de Winston Churchill y su gobierno, los que no le podían ofrecer nada por estar a punto de ser invadidos también. Algunos seguramente dijeron: son solo palabras y con palabras no se vence el mayor ejército de Europa. Pero las palabras movieron los corazones y poco a poco fueron cambiando la historia, porque “ocurra lo que ocurra, la llama de la resistencia francesa no debe apagarse y no se apagará”. Ruego a Dios que nos sirva a los venezolanos de inspiración cuando todo parece perdido. “¿Se ha dicho la última palabra? ¿Debe perderse la esperanza? ¿Es definitiva la derrota? ¡No!”.

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