La publicación de esta Propuesta para un canon del cuento en Venezuela del siglo XX pareciera haber llegado para suplir una carencia crítico-literaria latente dentro de cierto sector de la academia, pues demuestra que, a más de una década de haberse culminado la pasada centuria, aún persiste la necesidad de totalizar o definir mediante una serie de interpretaciones sistemáticas un corpus literario nacional específico, en una nueva tentativa de fijar las coordenadas por las cuales esta ha devenido y con esto entender un poco la dinámica cultural de nuestros tiempos. No estamos, pues, ante un proyecto novedosísimo desde el punto de vista editorial (lo cual no desmerita el valor de su contenido ni de muchos de los trabajos que lo componen) sino ante un propósito natural y podría decirse que hasta necesario dentro de toda comunidad letrada con antecedentes muy diversos, tal y como podemos atestiguarlo con la existencia de trabajos como Para fijar un rostro: notas sobre la novelística venezolana actual (1984), de José Napoleón Oropeza; Nación y literatura: itinerarios de la palabra escrita en la cultura venezolana (2006), coordinado por Carlos Pacheco, Luis Barrera Linares y Beatriz González Stephan o Aproximación al canon de la poesía venezolana (2013), bajo la dirección de Joaquín Marta Sosa.
Una lectura corrida del libro permite observar como mínimo un aporte fundamental: brinda una respuesta más completa y compleja a esa interrogante inmortal sobre quiénes serían las firmas imprescindibles para conocer los trazos de la narrativa breve del país, pues si tomamos en cuenta a unas de las pocas instituciones encargadas de disipar la duda (las escuelas, las universidades) la lista de autores de obligada lectura no sobrepasa la decena. Ciertamente están presentes los trabajos sobre autores reconocidos como Rufino Blanco Fombona, Julio Garmendia, Guillermo Meneses, Luis Britto García o Arturo Uslar Pietri; sin embargo, al seleccionarse los libros de cuentistas valiosos aunque de reducido impacto o visibilidad dentro de la comunidad letrada nacional (Oscar Guaramato, Julián Padrón, Armando José Sequera) los coordinadores han apostado por la actualización de un mapa inconcluso por diversas razones contextuales. Esto es más notorio aún en los casos donde los escritores publicaron en tiempos más recientes o todavía están vivos (Igor Delgado Senior, José Balza o Ángel Gustavo Infante). En esta ocasión, treinta y un escritores terminaron por conformar el grupo selecto que, a juicio de los diecinueve investigadores encargados del análisis de sus obras más emblemáticas, habría que estudiarse, leerse y releerse con la finalidad de comprender el proceso cultural que ha adquirido la cuentística venezolana hasta la actualidad.
Hay algo llamativo en toda su construcción y es el hecho de que esta inclusión de títulos a lo largo de una centuria (comienza con Confidencias de psiquis [1896] de Manuel Díaz Rodríguez y culmina con El libro de los animales [1994] de Wilfredo Machado) pareciera entroncarse (aunque tal vez no estuvo contemplado desde el principio) con la idea de historia literaria en su vertiente más tradicional, esa que enumeraba cronológicamente plumas destacadas sin olvidar los comentarios críticos de rigor. Así, de manera curiosa, nos sentimos ante la extraña sensación de estar frente a un libro que al mismo tiempo es más de uno: por un lado, propone una lista de exponentes de obligatoria lectura; por el otro construye de manera paulatina un recuento literario el cual, si bien es mecánico, no por ello está menos ensamblado como tal. En este sentido el texto se convierte en una publicación versátil, pues resulta utilísimo tanto para el público que busca un conocimiento más general y sistemático de esta área de la cultura como para los académicos que reciben un trabajo con el cual poder debatir ideas y reformular la cartografía del género.
Con todo, hay ciertos aspectos que a nuestro juicio atentan contra la homogeneidad y coherencia de una empresa que aspira a proponer de manera crítica una lista de textos imprescindibles. Quizás el más llamativo de todos sea la inconsistencia formal en algunos de los trabajos presentados. Nos referimos, claro está, a la ausencia de un aparato crítico que sustente unas interpretaciones realizadas con un fin tan vidrioso y polémico como lo es la canonización de un libro determinado. Es el caso (aunque no el único) de “Salvador Garmendia: progresión y metamorfosis del relato”, del escritor Antonio López Ortega, donde el ritmo fluido de su prosa –para nada desdeñable– y la libertad de las afirmaciones compiten mejor en la arena del ensayo que en los territorios del conocimiento sistemático, analítico, lógico y riguroso de la literatura.
Pero hay otro elemento más sutil que contribuye con la amenaza señalada al principio de estas líneas y se relaciona con el manejo de los contenidos. Al tratarse de una edición que postula una serie de productos narrativos como íconos dentro de la comunidad letrada venezolana, lo mínimo que se espera de esta es saber por qué ese autor ha sido escogido dentro de una vasta producción literaria y no otros, por qué precisamente ese libro de cuentos frente a tantos otros escritos por él y cuál es el valor que prevalece y marca pauta dentro del desarrollo del género en el país. En la mayoría de los casos (sin duda hay excepciones notables como las de Carlos Pacheco, Carlos Sandoval, Roberto Martínez Bachrich, Luis Alfredo Álvarez Ayesterán, Luis Barrera Linares o Douglas Bohórquez, entre otros) los apartados constituyen apenas exposiciones de ideas interesantes sobre las obras (Álvaro Contreras, Luis Yslas Prado) cuando no síntesis lúcidas de una vasta tradición crítica (Rubén Darío Jaimes, Florence Montero Nouel).
En cualquiera de los casos, la calidad de los temas de esta Propuesta para un canon del cuento venezolano del siglo XX no está en discusión y su publicación viene a llenar un vacío interpretativo de las etapas más recientes de la cuentística venezolana, cuyas tentativas por abarcarlas no siempre han sido satisfactorias (por lo general, los estudios de Letras de pregrado suelen llegar en el mejor de los casos hasta la década de los ochenta). Será entonces el tiempo el que permitirá la consolidación o reinserción de estas nuevas lecturas en las instituciones culturales para que, una vez articuladas con los procesos narrativos presentes, se pueda establecer esa conexión faltante que, quizá, pueda explicar o matizar muchas cosas que hoy en día resultan extraordinarias o innovadoras.
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Propuesta para un canon del cuento en Venezuela del siglo XX
Coordinadores: Carlos Pacheco, Luis Barrera Linares y Carlos Sandoval
Editorial Equinoccio (Universidad Simón Bolívar)
Caracas, 2014
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