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La vil intolerancia y su oportunista promotor: dos plagas no derrotadas

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El cobarde asesinato de George Floyd ha sido otro indeseado recordatorio de la presencia, en las sombras de nuestra sociedad global, de aquella robusta intolerancia de mil rostros que tan errónea y frecuentemente se toma por un enjuto espectro que solo vive en la frágil memoria hasta que se ven los efectos del nocivo veneno que no deja de esparcir.

Desde el racismo hasta la xenofobia, el odio logra así sorprender por doquier, sin dejar tiempo para la anticipación del siempre despiadado ataque que tantas heridas y pérdidas ocasiona, y que revela la lacra social que se oculta tras esos rostros, porque el blanco contra el negro, el negro contra el homosexual, el homosexual contra el inmigrante, el inmigrante contra la mujer, la mujer contra el judío o el judío contra el goy son apenas mutables aspectos de un mismo mal que, por ende, está más extendido de lo que se supone o se quiere admitir.

La «defensa» ante los supuestos peligros que entrañan o derivan, verbigracia, de unas también supuestas inferioridades raciales o de género, inclinaciones «contra» natura o «antivalores» de origen idiosincrásico o religioso constituye de este modo la retorcida racionalización de actuaciones tras las que simplemente subyace un odio para cuya manifestación cualquier excusa o bandera vale, por lo que una de las principales luchas comunes debe orientarse, sí, al combate de la intolerancia que sirve de medio de expresión de aquel sentimiento; uno que puede vivir y crecer en el propio interior sin ser advertido.

En ese sentido, todos los que anhelamos un mundo distinto a este imperio de la intolerancia debemos, sin duda, actuar cada día y de manera consciente en nuestros ámbitos para contribuir a su erradicación, y unirnos y alzar la voz para que la justicia oiga y también actúe cuando de ella resulte cualquier daño o incluso la muerte, como en el caso de George Floyd, pero debemos asimismo estar atentos a las maniobras de quienes, por sus mezquinos y abyectos intereses, no desaprovechan oportunidades para desviar las acciones reivindicativas hasta transformarlas en caminos que no solo se apartan de los que conducen a la expansión de libertades y al respeto del ejercicio de los derechos, dentro de ese marco auténticamente democrático, sino que llevan a la mimética opresión.

La infiltración de las luchas por la libertad como estrategia orientada a la demolición del Estado de derecho o al mantenimiento del statu quo cuando aquel ya se encuentra debilitado o ha desaparecido no es nueva y, más grave aún, se ha venido erigiendo en el arma predilecta de los enemigos de la democracia, como ahora mismo lo demuestra la desestabilizadora violencia que, ex profeso, se ha desatado en Estados Unidos al margen de los objetivos y acciones del activismo democrático, y como hace escasos meses se puso en evidencia en Chile; algo que no debe ser descartado o subestimado, máxime si se toma en cuenta lo que esa infiltración causó y sigue ocasionando en Venezuela, donde a inicios de 1989 ayudó a generar un conflicto social de grandes proporciones que alimentó la hoguera de una «justificadora» narrativa que apuntaba hacia lo que más tarde, en 1992, se materializó en dos fallidos intentos de golpe de Estado que, a su vez, desembocaron en los eventos de 1998 y en la ulterior debacle cuyas consecuencias contempla hoy el mundo con horror.

Precisamente en el contexto de esa debacle se ha hecho patente, como en ningún otro tiempo o lugar, la doble utilidad de aquel tipo de infiltración, por cuanto gracias en buena medida a ella se ha logrado mantener el totalitario sistema en cuyo establecimiento jugó ella misma un papel clave, y como ejemplo de esto solo basta mencionar los episodios de borreguil autoconfinamiento, vital oxígeno para el dictatorial régimen chavista, a los que, en un solapado acto de burla, denominaron «guarimbas» los mismos que los promovieron desde las sombras mediante elaboradas puestas en escena y toda clase de manipulaciones, convirtiendo a muchos bienintencionados demócratas y genuinos luchadores en ciegas marionetas movidas con los hilos de la tiranía a la que se siguen oponiendo.

Si, por tanto, no se trata de ver a través de tantas brumas la «distópica» naturaleza de este devenir en el que episodios violentos como el Caracazo, o los actos vandálicos que recientemente tuvieron lugar en Chile o los que se están perpetrando en este instante en Estados Unidos —usurpándose para ello legítimas banderas de verdaderos promotores de los derechos humanos—, no son eventos fortuitos y aislados sino las oportunistas acciones de aquellos enemigos de la democracia que en el transcurso de las últimas décadas han forjado una compleja red global de peligrosas alianzas, cuyos logros no se limitan a la proliferación de regímenes totalitarios en el tercer mundo —que operan como neurálgicas bases dentro del entramado de sus ilícitos negocios— sino que incluyen una cada vez mayor profundización de sus tentáculos dentro del mundo todavía desarrollado, como está ocurriendo en España, entonces toda la humanidad podría ser sorprendida por una calamidad capaz de hacer palidecer a todas las que la han afligido hasta hoy.

No se trata de una suerte de teoría de la conspiración. Es momento de despertar.

@MiguelCardozoM

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