La situación mundial con el coronavirus, aunada con la situación país, ha ocasionado que ciertos hechos relevantes pasen inadvertidos. El pasado 10 de abril fue publicada la versión 2020 del Índice de Estados Frágiles (IEF), de la organización Fund for Peace, con datos correspondientes a 2019. El IEF es un ranking (una clasificación) anual de 178 países basado en las diferentes variables que enfrentan y que afectan los niveles de fragilidad de un estado. La fragilidad es la condición de debilidad y deterioro de un estado en la que este va siendo progresivamente incapaz de proporcionar seguridad y servicios públicos básicos a su población.
El IEF se basa en el enfoque analítico patentado denominado CAST (Conflict Assessment System Tool) que mide la mencionada condición a través de 12 variables ubicadas en cuatro aspectos: cohesión, económico, político y social, cada uno de los cuales se evalúan en una escala de 0 a 10, donde más puntos significa que un Estado es más frágil y, en consecuencia, peor. Por tal razón, la evaluación más alta que un país puede obtener es 120 puntos con la que, alcanzado el extremo de la condición de fragilidad, se considera totalmente fallido en la prestación de seguridad y servicios públicos a su población. Lo anterior también significa que un puntaje que aumenta debe ser interpretado como una situación de empeoramiento.
Según lo recomienda la misma organización Fund for Peace, más útil que centrarse en el ranking es centrarse en la tendencia, tanto en los indicadores específicos como en el IEF global de un Estado, ello en virtud de que el IEF constituye un punto de entrada a un análisis interpretativo más profundo por parte de la sociedad civil, el gobierno, las empresas y los profesionales por igual, para comprender más sobre las capacidades y presiones que contribuyen a los niveles de fragilidad de un Estado.
En el informe publicado el año 2013 (con datos del año 2012), Venezuela ocupó el lugar 89 con un IEF de 75,2 puntos. Siete años después, en el informe del año 2020 (correspondiente a 2019) Venezuela ocupa el lugar 28 con un IEF de 91,2 puntos. Es decir, entre 2013 y 2020, Venezuela empeoró consistentemente y lo hizo a razón de 2,31 puntos por año. En consecuencia, la tendencia de Venezuela, tanto en ranking como en índice (es decir, en puntuación) es clara y estable: siempre con rumbo a la fragilidad extrema: el estado fallido. Adicionalmente y ya a partir de 2019, Venezuela entra en la categoría de alerta, en donde se ubican aquellos estados que alcanzan entre 90 y 100 puntos.
Comparando las puntuaciones en las doce variables del año 2012 y del año 2019, las cuatro que más han empeorado son: Economía y pobreza, Servicios públicos, Élites faccionalizadas (élites en bandos) y Refugiados y desplazados. Estas variables describen hechos perfectamente comprobables, mismos que conforman, en conjunto, una realidad que resulta imposible de disfrazar -o distraer- mediáticamente hablando.
Lo que resulta realmente paradójico –pero a todas luces explicable– y que contrasta con la incompetencia de la administración actual, es el mejoramiento de Cuba: el informe de 2020 reporta una disminución de 21,4 puntos (una mejora) entre 2010 y 2020, cambio que contrasta con el empeoramiento de Venezuela visto a través del incremento de 16 puntos entre 2013 y 2020.
Así, mientras Cuba extrae la savia de Venezuela y mejora, Venezuela fallece. Lo malo del tema (o quizá lo bueno) es que Cuba, de no modificar su hábito parasitario, se está garantizando su propia destrucción con la destrucción de Venezuela. Si hay algo que enseña la parasitología es que el parasitismo es un modo de vida exitoso, claro, hasta que muere el hospedante.
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