El largometraje Haz lo correcto de Spike Lee presagió el estado de sitio de Nueva York, a raíz de un caso de brutalidad policial.
El filme The Purge fue profético del toque de queda en Estados Unidos ante las circunstancias de la cuarentena.
En Caracas conocemos bastante del tema.
Desde las protestas de 2014 y 2017, la violencia represiva enlutó a Venezuela, por el accionar de los cuerpos militares del Estado fallido.
Las imágenes del país marcaron a la agenda mediática del globo, denunciando la erosión de la república bananera del socialismo, cuyas imágenes restauraban el perfil de un documental de pornomiseria.
El confinamiento solo prolongaría la pesadilla de vivir en una nación al borde del colapso y de la catástrofe de un largometraje de ciencia ficción, como Los niños del hombre y 28 días después.
Al respecto, mucho antes, los críticos advirtieron del proceso de zomfibicación estética del paisaje nacional, atiborrado de ruinas, alcabalas y zonas de guerra.
Según los investigadores, Maduro liberó a alias el Gusano para repeler a Wilexis, en una historia de pranes y narcos, cual serie de Netflix y Amazon sobre bandas criminales del tercer mundo.
El cine, por igual, anticipó el derrumbe de la credibilidad política en un conjunto de títulos contra el fraude electoral y la mafia de los partidos.
Es el caso del reportaje español Frente a la gran mentira, así como del especial de HBO Kill Chain, dedicado a desmontar la supuesta limpieza de los comicios electrónicos.
Sumemos el aporte de The Great Hack, acerca de la estafa de Cambridge Analytica, para completar un cuadro negativo respecto al futuro de las votaciones ante el influjo de la propaganda tóxica.
Visto el escenario contemporáneo, el populismo domina la realidad tiránica de los espacios vigilados y deshumanizados, al calor de las cámaras térmicas made in China.
En tal sentido, el sistema adopta las dimensiones de una tragicomedia kafkaina, próxima al diseño orwelliano de Brazil y Blade Runner.
La libertad, entonces, se subordina a los intereses de poderes invisibles y corruptores, incrementando la sensación de ser víctimas de una conspiración mortal.
Pero el único complot de verdad es el de una clase dirigente superada por las noticias y apañada por toda suerte de asesores serviles.
Recuerden el aire de familia de un clásico moderno, Teléfono rojo, la sátira de Kubrick hecha para desacralizar al gobierno universal de los expertos en plena guerra fría.
La narrativa heroica gusta descubrirse en el espejo de Las horas más oscuras e Invictus, imaginando reencarnar a Churchill y Mandela.
No faltan los intelectuales cursis del patio, dispuestos a traficar con interpretaciones banales y entusiastas, a favor del líder impresentable del momento.
Culpo a una televisión dócil y manipulada de vender como “estadistas” a una partida de infames del PSUV, a una pila de piratas de escasas luces.
Las doñitas y los pobres hombres de espíritu depositan su confianza en esperpentos como Lacava y demás fantasmas del panorama regional.
Olvidan la trama decadente del guion, el origen y el destino de los dineros mal habidos.
La lamentable producción, de los replicantes y los candidatos de Manchuria de 2020, demanda de ojos despiertos y analistas preparados, de la talla del profesor Pino Iturrieta, de la indoblegable visión crítica de Rodolfo Izaguirre.
Si los operadores míticos de la publicidad no aguantan cuestionamiento intelectual, mejor tiren la toalla, renuncien o den paso a la generación de relevo.
La condescendencia mata la pasión de las sociedades, aniquila la voluntad de las personas, robotiza la respuesta de los espectadores.
Por tanto, cuando surgen polémicas encendidas, la civilización necesita de reflexión, contraloría digital y revisión permanente.
¿Qué ocurre con los asuntos de género y raza en los disturbios de Estados Unidos?
Recomiendo, para cerrar, remitirse a El color púrpura, Enmienda 13, OJ Made in America y 12 horas para sobrevivir. Ahí se explica, en parte, la cruda y dura actualidad informativa.
Comparto la lectura de un video de Dennis Rodman, llamando a la cordura de los ciudadanos por la muerte de George Floyd.
Seamos solidarios sin necesidad de dañar el patrimonio o violar el derecho de la propiedad.
Se debe predicar con el ejemplo. Lo otro es actuar al margen de la ley, delinquiendo en nombre de la tolerancia y la democracia. Un contrasentido.
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