Siguen circulando las versiones de que López Obrador se reunirá con Donald Trump a principios de julio, en Washington o en alguna ciudad fronteriza, probablemente del lado norteamericano. Después de que la última visita de un presidente de Estados Unidos a México haya sido la de Obama a Toluca en 2014, y la última de un mandatario mexicano a Washington en 2016, y el último encuentro (no “walk-by”) entre ambos presidentes en Hamburgo, de Peña Nieto con Trump en 2017, ya sería hora de que López Obrador y Trump se encontraran.
La tradición es larga, pero no creo equivocarme en decir que en tiempos modernos nunca habían transcurrido 18 meses de un sexenio mexicano sin que el titular del Ejecutivo se reuniera con su homólogo estadounidense en alguna parte. Huelga decir que López Obrador no ha pecado de ser antiamericano en esto (ni en nada, por cierto): no ve a nadie. El único jefe de gobierno o de Estado en funciones de un país importante en visitarlo fue el presidente del Gobierno español, en enero de 2019; hace poco, vino unas horas, Iván Duque de Colombia.
El problema es que López Obrador no podría escoger un peor momento para encontrarse con Trump, donde sea, pero particularmente en Washington. Por tres razones, por muchos ya conocidas.
En primer lugar, porque Trump pasa por el peor momento de su mandato, tanto en términos de popularidad como del rechazo que suscita entre los norteamericanos que no lo apoyan. Son menos que nunca los que lo respaldan, y los que no, lo detestan con mayor intensidad que antes. Su manejo de la pandemia, y sobre todo su actitud ante el asesinato de George Floyd y las subsiguientes protestas, le han ganado una gran impopularidad entre negros, latinos y jóvenes. Ser visto como amiguito de Trump hoy en Estados Unidos no parece buena idea.
En segundo término, las actitudes antimexicanas de Trump no han desaparecido. López Obrador puede pensar que el presidente del país vecino se porta bien con él (obvio: hace todo lo que le pide), pero eso no significa que de repente trate bien a los mexicanos allá y acá. Deporta a indocumentados infectados, separa a familias como antes, ataca a gobernadores de estados con una fuerte población mexicana, sigue construyendo el muro y lo glorifica, y ha contribuido al trato discriminatorio contra los hispanos en lo tocante al coronavirus. Sigue siendo un presidente antimexicano, aunque no sea anti-AMLO. No es lo mismo.
Por último, como el propio López Obrador lo ha dicho decenas de veces, incluso antes cuando no era cierto, Estados Unidos se encuentra ya en plena campaña presidencial. Trump va unos diez puntos abajo en las encuestas nacionales, y entre cinco y seis puntos abajo en los estados decisivos. Hoy perdería. Dudo que una reunión con López Obrador le atraiga muchos votos latinos, pero lo haría verse presidencial, estadista y conciliador, y le permitiría presumir su T-Mec, es decir, utilizar a López Obrador en un acto de campaña. Aunque se reuniera con Nancy Pelosi y le agradeciera a ella también la aprobación del nuevo acuerdo -sin ella, jamás se habría ratificado- el terreno sería altamente resbaloso. Y peligroso: a los demócratas difícilmente les agradaría el gesto, como no les agradó el de Peña Nieto invitando a Trump a México.
Pero, sobre todo, aún si fuera posible organizar un encuentro con el candidato demócrata, a quien López Obrador conoce -Biden vino a México en 2012 a entrevistarse con los tres aspirantes a la presidencia- la lógica y la logística de todo esto rebasaría la capacidad de cualquier equipo de Cancillería, sin hablar de los de ahora. Ni siquiera si se tratara únicamente de una reunión de los tres mandatarios firmantes del T-Mec, y no un encuentro bilateral propiamente dicho.
Esta última opción encerraría, sin embargo, una gran ventaja. Si AMLO invitara a la jefa de Gobierno para que lo acompañara, Claudia Sheinbaum le podría explicar a Justin Trudeau que debe quitarse la barba porque esta promueve el contagio. El primer ministro canadiense, hijo también de primer ministro, seguramente no se había dado cuenta. Lo mejor para López Obrador: quedarse en casa.
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