Me ocupa y preocupa el tiempo posterior al covid-19. El planeta funciona “en piloto automático”, ayudado por la inteligencia artificial. Sobre sus autopistas digitales corren las narrativas de conveniencia. Los caídos son estadísticas útiles para lo funerario, y de quienes detentan el poder sin acotamiento moral.
La conseja más trillada y a la que la pandemia le viene como anillo al dedo es la de la vuelta del hombre a la naturaleza, que grita según la ONU. Obvia que la “primera guerra global” presente, que es virtual pues no tiene cara visible y ataca por las espaldas, nace de una imprudencia o el dolo –algún día se sabrá– de los operadores de la ciencia, servidores del establecimiento farmacéutico. Pero vayamos a lo concreto.
La experiencia de la “dictadura constitucional” –los estados de excepción o emergencia– durante el flagelo que cobra víctimas reales: unas 355.000 muertes equivalentes a los homicidios durante los regímenes de Chávez y Maduro en Venezuela, de suyo no atenta contra el Estado democrático. Eso sí, si se le administra y controla mediante contrapesos al gobernante que manda por decreto.
Las mejores gestiones de la crisis, cabe observarlo, han sido realizadas por los Estados con mejores índices democráticos en la región: Costa Rica, Uruguay, Colombia. Lo que preocupa y me mortifica es la deriva a mediano plazo.
En el pasado, así como las dictaduras militares del siglo XX se refugian en la tesis de la “seguridad nacional” para confiscar nuestras libertades, otro tanto hacen las socialistas del siglo XXI, los despotismos progresistas esgrimiendo la defensa de los excluidos, los discriminados, los carenciados de todo, a quienes se les niega el derecho al “buen vivir”.
Sobre las mieles del “autoritarismo constitucional” en boga es predecible que, con sus excepciones, los gobiernos intenten prorrogarlo, ahora para cuidar del empleo y para alimentar a los desnutridos o enfermos. Argentina ha decretado por un año su estado de necesidad y urgencia. Las gentes de todas partes habrán de abandonar sus nichos o madrigueras con disciplina, en orden, en lo posible favoreciéndose el trabajo a distancia dada la eficacia del Deus ex Machina y con respeto temeroso por la Pachamama.
El Gran Frenazo ocurre, casualmente, al concluir el año 2019, pasados 30 años desde el quiebre histórico de 1989, cuando cae el socialismo real y la humanidad ingresa en la era de la biotecnología y la robótica. Como toda guerra, la bacteriológica del coronavirus deja daños materiales y psicológicos que habrán de repararse integralmente, sin retardos.
Urge subsidiar a los desempleados. Asistir a quienes se quedan sin acceso a la comida y las medicinas, como velar por el universo de las pequeñas y medianas empresas que se han paralizado, no sus obligaciones, y en lo sucesivo huérfanas de capital para reactivarse. No digamos de las grandes empresas que atienden a la demanda de bienes y servicios, las mayores empleadoras, al borde de la quiebra.
Será inevitable, entonces, que la “dictadura constitucional” busque la resurrección del Estado asistencialista y proveedor, un parque jurásico que por todos hizo y por todos pensó en el pasado siglo, volviéndose cárcel de ciudadanos. Es el mal necesario de la transición hacia la normalidad.
El asunto grave es que la emergencia –he allí los ejemplos ominosos de Cuba, Venezuela, Nicaragua y también España– puede favorecer intelectualmente y como narrativa de opinión a quienes aún se afanan para sujetarnos a una emergencia constante y estructural, de largo plazo, con propósitos de dominio totalitario. Ese es el debate que avanza por sobre la realidad de la pandemia. Se cuela en sus intersticios y distribuye ataques o provoca silencios deliberados. Juzga los comportamientos de los gobernantes con la balanza de caradurismo pandémico.
El progresismo regional y el global se mueve con rapidez. Quiere despejar obstáculos, uno de ellos la Casa Blanca. Les sobran los tontos útiles, como los que ejercen censuras y abren canales de comunicación a conveniencia desde las plataformas digitales y sus redes, sirviendo a tirios o a troyanos, pero nunca a la verdad.
La reconfiguración del marxismo o socialismo real a raíz la caída del Muro de Berlín y en Occidente la asume el Foro de São Paulo, hoy el Grupo de Puebla, una reunión de condenados por la justicia. Busca reconstituirnos a su imagen y abusa de nuestras debilidades hispanas: la astucia, el fingimiento, la picardía, el servir a varios amos, el engaño, la desconfianza, el resentimiento, tal como las describe el Lazarillo de Tormes. Callan a sus muertos. Son heraldo de los ajenos.
Lo cierto es que luego del amago criminal chino, bajo protesta de la progresista Unión Europea Donald Trump aísla a su nación el pasado 12 de marzo. Prohíbe los vuelos internacionales, pero lo siguen esquilmando. La España de Iglesias anuncia su cuarentena dos días después. La Cuba comunista once días más tarde. El México de López Obrador con un rezago de 5 semanas, predicando que “hay que abrazarse, no pasa nada”. Entretanto la colonia que es Venezuela dice tener 11 fallecidos y su vecina Colombia, de igual población, declara que los suyos son 803. República Dominicana, isla como Cuba y similar en habitantes señala que han muerto 474 personas. El régimen castrista, comunista, socialista y progresista, admite para sí 82 víctimas. No más.
La pandemia del progresismo marcha. Las ciudades bajo claustro callan, por ahora.
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