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Dos  interrogantes

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¿Qué es el hambre?

Normalmente se entiende por hambre el deseo de comer o, empleando otro vocablo, la necesidad de comer, de ingerir alimentos –entre deseo y necesidad,  ¿cuál tiene mayor significación?–. Y cuando se habla de  ganas  de comer la respuesta es la misma, el deseo de satisfacer biológicamente esa necesidad.  El diccionario define el hambre simplemente como escasez o carencia de alimentos, claro, completamente en oposición a abundancia, que es la riqueza.

Entonces, visto así, el vocablo hambre no es nada agradable, y menos el de hambriento, son despectivos, antihumanos, en razón de los tristes significados que los tipifican. Al hablarse de hambre no debemos limitarla al solo hecho referente al fenómeno biológico o fisiológico que produce la sensación del vacío funcional, ocasionado por la carencia de ingestión alimentaria. Esa falla  causa ciertos malestares y sensaciones de orden emocional que afecta, naturalmente, a los seres humanos y, en buena medida, también, a los irracionales. Pero hay otra clase de hambre, sin vinculación alguna a la cuestión alimentaria.

Ciertamente, hay hambres inorgánicas, intangibles, algo abstracto, que si bien las causas que las originan no son sensibles físicamente, sí lo son sus manifestaciones en el comportamiento social de las personas. Entre ellas, ciertas manifestaciones conductuales que indican o reflejan incapacidades diversas ya sean de orden mental, intelectual y espiritual: ejemplo en las facultades de audición y locución, en dificultades memorísticas, en la pobreza en ideas, imágenes e inspiraciones, en salud mental, y otras fallas fácilmente apreciables todas ellas en los seres humanos.

¿Qué es la riqueza?

En contraste con el hambre, que acabamos de tocarlo, vamos a ocuparnos ahora, muy brevemente, de su antónimo, la riqueza. No es necesario definirla  puesto que el propio nombre indica su contenido y con ello la define. En pocos vocablos castellanos encontramos esa triple coincidencia.

Fue un acierto bautizar ese fenómeno social con el nombre de riqueza, pues significa abundancia de bienes, opulencia, bienestar en todo; así coinciden significado, nombre y contenido.

Verdaderamente el vocablo riqueza es rico en acepciones, razón por la cual se aplica en muy diversos sentidos. ¿Cuántas clases de riquezas hay? No es nuestro propósito cuantificarlas. Abundan las riquezas materiales y también contamos con las inmateriales o intangibles. Las materiales objetivamente están representadas en bienes que pueden ser de propiedad común o bienes públicos, de propiedad privada de las personas naturales o jurídicas, del Estado o de los municipios.

¿Dónde están las riquezas? Tan ricas como su nombre están en todas partes, y en abundancia. En primer lugar en la bella, generosa y acogedora naturaleza tendida allí, amablemente, al servicio de la humanidad; están en los paisajes, en las montañas, en la vegetación y en cuantas obras  han sido producto del trabajo del hombre, o sea en la civilización, y en los talentos humanos que les ha permitido descubrir, inventar y crear.

Las riquezas inmateriales, como su nombre lo indica, son intangibles. Algunas son obsequios naturales: bellos amaneceres y atardeceres, el mundo sideral, la iluminación diurna y nocturna; otras están en la capacidad intelectual humana: en la fecundidad de ideas, en la riqueza de imágenes y el bienestar personal, en el estilo cultivado en  las artes, en la capacidad memorística y de inspiración, en la riqueza de vocabulario y en tantas otras.

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