No es el imperialismo yanqui ni los embates del Comando Sur, tampoco incongruencias habituales de alguna oposición sin rumbo ni la furia popular los que van a deponer al castro-madurismo, sino ese terrible y devastador enemigo que en años no han podido derrotar.
¡Sabotaje!, ¡yo no fui!, ¡culpa del imperio!, ¡oligarquía saboteadora!, ¡derecha apátrida!
Expresiones propias de la anticuada narrativa utilizada por incapaces comunistas, cuando por falta de mantenimiento e inversiones se dañan instalaciones hidráulicas, eléctricas, petroleras; quedan ciudades a oscuras y sin agua; insuficiencia de medicinas, alimentos, gasolina, otros males y carencias. Esmirriada realidad. El desconsuelo se apoderó del gentilicio y la venezolanidad.
Pagalíos de un oficialismo experto en devastación, tan eficiente que ha quebrado una de las grandes y prestigiosas empresas petroleras del mundo, eficacia político-militar, aunque perversa. El régimen demuestra su peculiar astucia al colocar la gasolina que todavía se consigue, bajo resguardo de los ruinosos Pdvsa y firmes soportes del desastre castrista. Los mismos que en la década de los sesenta del siglo XX derrotaron intentos de golpes de Estado -tan fuerte y comunista como «el Porteñazo”- y la vasta invasión castro-cubana, que ahora domina a placer, demostrando atacar sin pausa donde pone el ojo y la maldad.
Lo único que el sabotaje no ha logrado, meternos el coronavirus, como el usurpador y sus cómplices aseguran, fue un perjuicio de la perversidad estadounidense contra los hermanos chinos, milenarios y antiimperialistas denodados, que no terminan de someter -aunque informaciones reseñan que los israelíes han logrado no una vacuna, sí una medicina que cura a los contagiados-, veremos; la comunidad judía aprisionada entre la Casa Blanca, Moscú, Teherán, palestinos y árabes, hay que reconocerles, el enorme desarrollo tecnológico y farmacéutico, aunque le haya molestado a Chávez y hoy al heredero.
A su vez víctimas del sabotaje, no venezolano sino palestino, llevan décadas defendiéndose y contraatacando, con éxito las más de las veces, pero con heridos exhaustos en silencio esperando el inevitable final. El entorpecimiento se sostiene, aunque menos exitoso en Venezuela, porque el hambre se impuso en las zonas populares anotando con escandalosa complacencia el creciente número de víctimas; a diferencia del coronavirus no mata, pero complica la vida a los que se quedan a oscuras, sin asearse, o sin Internet. Los venezolanos no encontraron lo que les habían prometido.
Hay que reconocer el poderío revolucionario oficialista, capaz de derrotar invasiones y de que el país se quede sin agua ni electricidad por los vanos intentos de ese enemigo terrible que es el sabotaje, el único al cual la fuerza militar y policial del régimen no ha podido derrotar. Pero la pelea sigue, mientras en esta Venezuela castro-madurista disminuida, abrumada por la diáspora inmisericorde que exilió la alegría y afabilidad venezolana, pero al menos han escapado de un sistema sanitario que no necesita guantes, tapabocas ni equipos, le basta con el interferón cubano.
El interior del país sufre, padece hace mucho tiempo. Algunos resisten, pero al final caen humillados. Ciudades y suburbios lucen deslucidas, grises, decoloradas, se olfatea el olvido y la desidia, sus rincones desamparados, son signo de abandono. Venezuela terminó de hundirse en el abismo de la ignominia.
El problema siempre fue político, nunca económico; sin embargo, la politiquería opositora partícipe y encubridora no quiere llamar las cosas por su nombre y apellido, tiene miedo, son ignorantes o simplemente comulgan cómodos con el modelo socialista castrista; entonces los ciudadanos debemos dejar la ceguera y abrir los ojos, a pesar de los azotes con excesiva crueldad.
Hay que prescindir del G4. Es una obligación ciudadana. Son colaboracionistas, lo han demostrado sin pudor ni rubor. Y conjuntamente con el PSUV han logrado la hazaña de desmembrar al país, agotarlo, desangrarlo. Dicen sus defensores, son ingenuos. Cándidos los que creen semejante sandez, en realidad son socios que aceptaron el concubinato acabando de manera deliberada con el país. Es demasiado insensato dejar la orientación de la nación en las manos exclusivas de los políticos y en el peor de los casos, en las de un retorcido grupo de aventureros. Es poco menos que un desvarío sin sentido. Si es que el dislate tiene sentido.
Es hora de observar la realidad, nos guste o no, al final se impondrá. Ya basta de guardar esperanzas porque perturba y no permite ver el entorno. Se consolida el comunismo, se pierde la libertad y la democracia en su fase terminal, padecemos miseria, nos arrebataron el futuro, y parece que algunos estultos no se han enterado. No es sabotaje, ni culpa del imperio, es comunismo puro y duro. El por hacer es oscuro de continuar la catástrofe que se instaló en la depauperada Venezuela.
@ArmandoMartini
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