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Iris, en el país de las pesadillas

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Como si viniera llegando del planeta Marte, o como si acabara de despertar de un muy largo sueño y no estuviera enterada de lo que pasa en frente de sus narices, Iris Varela, la ministro de asuntos penitenciarios, ha declarado que “el tema penitenciario no es un problema en Venezuela”. Lo sorprendente es que esa afirmación la hace sólo días después de una nueva masacre en una de las cárceles de Venezuela, y que, esta vez, dejó un saldo de 47 muertos y 69 heridos. Para la ministro Varela, no es un problema que las cárceles de Venezuela estén al triple de su capacidad; para ella, es normal que los presos dispongan de granadas y armas de fuego, que desde el interior de los penales se trafique con drogas, o que, desde allí, se dirija y coordine el secuestro de personas. Tampoco es algo para alarmarse el que las prisiones sean dirigidas por los pranes, ni es asombroso el que éstos entren y salgan de sus sitios de reclusión como Pedro por su casa. Pero hay algo de verdad en lo aseverado por la señora Varela: lo que sucede en las cárceles de Venezuela no es el problema central que aflige a los venezolanos.

Tiene razón la señora Varela. Lo que ella llama “el tema penitenciario” no es la piedra en el zapato de este país. No son los delincuentes que están en la cárcel los que deberían preocuparnos, sino los delincuentes que están cómodamente instalados en oficinas gubernamentales, tomando decisiones que les dictan los pajaritos.

Sin duda, nos duele la suerte de esos 47 venezolanos que perdieron la vida por reclamar que, en la prisión, no les entregaban la comida que les llevaban sus familiares. Pero también nos duele la suerte de esos millones de venezolanos que, cada noche, se van a la cama sin haber comido en todo el día. El problema no son los funcionarios de prisiones que se quedan con una comida que no les pertenece, sino un gobierno irresponsable que paga sueldos de hambre, empujando a algunos de esos funcionarios, y a algunos guardias nacionales, jueces y fiscales, a tener que corromperse para poder sobrevivir.

La raíz de nuestros problemas no está en las cárceles de Venezuela, sino en quienes han estado al frente del gobierno durante dos décadas, sin haber construido ninguna obra de envergadura que pudiera haber previsto lo que se nos venía encima. La verdadera amenaza para la vida de los venezolanos no está en los pranes, sino en aquellos que, en vez de darle mantenimiento a las represas y a los acueductos, han decidido comprar camiones cisterna para distribuir el agua potable. Con esas soluciones, es de temer que, ante el descalabro de las comunicaciones telefónicas, ahora se les ocurra incentivar las señales de humo, porque, para correos a caballo tampoco alcanza. Mientras tanto, habrá que esperar por la próxima cadena de Maduro, esta vez transmitida a través de Radio Bemba.

El peligro del cual tenemos que protegernos es esa plaga de ineptos y ladrones, rojos rojitos, que convirtió a Pdvsa, de una de las empresas petroleras más prósperas del planeta, en una industria arruinada, incapaz de producir la gasolina que necesitamos para el consumo interno, pero dedicada a vender pollos y bolsas de comida.

El verdadero peligro no está en las cárceles de Venezuela, sino en la cabeza de quienes, desde Miraflores o desde el Fuerte Tiuna, han acabado con las pocas empresas que quedaban, con el comercio, con las fuentes de empleo, con la investigación científica, y con el acceso a canales de información independiente. La causa de nuestros males no está en la violencia carcelaria ni en mala gestión de las prisiones, que hace de los reos seres infrahumanos; pero tampoco hay que atribuir toda la culpa a los delirios de Chávez o de Maduro. Con su discurso y con su conducta, los segundones, como Iris Varela, son igualmente responsables de que este país haya terminado en donde está, con sus ciudadanos cocinando con leña y alumbrándose con una vela. No hay transporte en burro, porque todos ellos están ocupados en algún ministerio, o en alguna dependencia oficial.

 

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