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¿De dónde proviene el desgarramiento?

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“El espíritu solo conquista su verdad cuando es capaz de

encontrarse a sí mismo en el absoluto desgarramiento”

                                                           G.W.F. Hegel

Muchas de las afirmaciones hechas por Laureano Vallenilla Lanz, al momento de hacer su diagnóstico sobre la formación social venezolana, no carecen de verdad efectiva. Por el contrario, su Cesarismo democrático, por más cuestionable que pueda ser para algunos, guarda unas cuantas verdades que permiten comprender la razón histórica en virtud de la cual pudiese llegar a afirmarse que, objetivamente –y siguiendo el hilo conductor constitutivo del surgimiento de prácticamente todas las formaciones sociales, políticas y culturales de la historia humana–, Venezuela, y a partir de ella el resto de los países que hoy conforman la América Latina, nació de un doloroso desgarramiento, de una Trennung. Y es que, en efecto, la escisión, el desgarramiento, es el punto de partida de la Bildung criolla.

Venezuela se desgarró de Colombeia, el ideal republicano de Miranda y Bolívar, en 1830, con lo cual se vieron frustrados los sueños de crear una gran nación, poderosa, sólida, capaz de competir con las grandes potencias económicas y de preservar la independencia política. Pero la ambición y la ruindad, resultado de la propia conformación cultural y, por eso mismo, de la más crasa y ciega mediocridad, pudieron más que los deseos y propósitos. No siempre los “modelos teóricos” coinciden con las realidades específicas. Una misma procedencia, una misma lengua, una misma religión y una misma cultura -«¡es que éramos tan distintos!»-, confirmaron que, al final, los prejuicios de la contrarreforma y la inquisición, la furia desatada, pero sin ideas, y el desproporcionado tamaño de las ambiciones de la gran miseria humana, eran –y siguen siendo– muertos que gozaban –y siguen gozando– de una excelente salud. El miedo se sustenta en la ignorancia. Por eso mismo, el miedo no puede no ser el móvil sustancial de toda esclavitud. Decía Maquiavelo que “quien controla el miedo de la gente se convierte en el amo de sus almas”. La espada de la Conquista y la cruz de la contrarreforma calaron hondo en el alma ensangrentada de las colonias americanas de la Hispania imperial, convirtiéndose, inevitablemente, en el sacramentum et signum del desgarramiento de las nacientes repúblicas. Y es ese mismo miedo, sólo que con diferente ropaje, el que sigue haciendo sangrar –quizá hoy más que ayer– a la población de un país que ha terminado por devenir un territorio asaltado por el pillaje.

En Venezuela, el peso que tuvo el temor ante la lanza de los Boves es legendario. “Los primeros legisladores de la república –observa Vallenilla Lanz–, los revolucionarios del 19 de Abril y los constituyentes de 1811, salidos de la más rancia aristocracia colonial, “criollos indolentes y engreídos”, que “gozaban para con el populacho de una consideración tan elevada cual jamás la tuvieron los grandes de España en la capital del reino”, proclamaron el dogma de la soberanía popular, llamando al ejercicio de los derechos ciudadanos al mismo pueblo por ellos despreciado. Sobre la heterogeneidad de razas que daba sustento a sus preocupaciones de casta, pretendieron levantar el edificio de la república democrática”. El derecho abstracto lo aguanta todo. Con “leyes” formales se iba construyendo una república de papel, mientras que con resentimiento se iba alentando el espíritu de la realidad de verdad. Afirmaba el general Páez que “un delito generalizado pronto se vuelve un derecho”. El mismo Páez fue fugitivo de la justicia. El malandraje que secundaba al sanguinario Boves, que saqueaba las haciendas y degollaba a sus propietarios, terminó sirviendo a la causa de la independencia, bajo las órdenes de Páez. Y fue él quien facultó a los llaneros para que, por su propia cuenta, se hiciesen el pago de sus deudas de guerra con las propiedades y el ganado de los realistas. Por supuesto, desde ese momento, comenzaron a declarar “realistas” a todos los que tenían alguna propiedad que les fuera de interés. De aquellas aguas provienen estos lodos.

El “contad con la vida aún siendo culpables”, del decreto de “Guerra a muerte”, terminaría por transformarse en el salvoconducto sobre el cual, por ejemplo, el general Farfán inició una “revolución” contra el gobierno, porque un juez de parroquia ordenó azotar a un individuo, un auténtico precursor de los “pranes” del presente, que resultó ser nada menos que un sobrino del “heroico” general. A una causa similar se obedeció el alzamiento del general Francisco Rangel, en 1846. Y cabe acotar que la impunidad no era exclusiva de los “liberales” o de los “conservadores”. Más bien, era la norma general, desde los tiempos de la revolución de independencia. Y fue ese, por cierto, el motivo de que la causa “patriótica” obtuviese aceleradamente popularidad entre las gentes del llano venezolano. Como afirma Vallenilla, “en un estado social semejante, con el predominio de hombres habituados al peligro, que habían actuado en una larga guerra, que conocían el camino por donde Páez y tantos otros llegaron a la cumbre, y que no habían estado sometidos jamás a otra disciplina que a la del caudillo, cuando de pastores se convirtieron en guerreros, ¿qué respeto podían inspirarles aquellas leyes que iban contra lo que ellos creían sus derechos o las adquisiciones de su lanza?”. Este es el origen del “oligarcas temblad”, ya palpitante en la escisión de “Colombia la grande” e inminente en el derrocamiento de los “godos” que llevó al poder a los “liberales” en 1859. A partir de entonces, y hasta la segunda mitad del siglo XX, los venezolanos no lograron salir de esta barbarie ritornata.

El primer “movimiento bolivariano revolucionario” del que se tenga noticia fue obra de los hermanos Monagas. En efecto, después de separarse Venezuela de Colombia y de sancionarse la Constitución de la república naciente, que preparaba el terreno para que Páez ascendiera a la presidencia, los Monagas –enemigos del caudillo llanero– se pronunciaron a favor de la reintegración colombiana “bajo la égida de Bolívar”. Pero al hacerse del dominio público la muerte del Libertador, los mismos Monagas, fundadores de aquel primer “MBR”, cambiaron de táctica y decidieron convocar “asambleas populares” y una “constituyente”, para hacerla votar resoluciones previamente “cocinadas”. Antes de 1830, varias poblaciones de Caracas se habían manifestado en favor de la reintegración colombiana, pero la iniciativa fracasó porque los Monagas intervinieron directamente en contra.

El chavismo es la metástasis cumplida de este desgarramiento, la pesadilla sublimada, la obra póstuma de las obras incompletas, de las cuales el período democrático que se iniciara después de la caída de Pérez Jiménez es, apenas, una apostilla. Después de la inminente liberación que no tardará mucho tiempo en producirse, Venezuela como concepto, es decir, como pensamiento y realidad, tendrá la obligación de reinventarse. Una Venezuela ha llegado a su fin. Hay que pujar por una saludable Venezuela naciente.

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