La contradicción inmanente entre una cultura política de libertad y una capitalización completa de la sociedad mundial supera la tradicional contraposición entre capitalismo y socialismo, cual la proponía Karl Marx a fin de conseguir para los trabajadores remuneraciones más equitativas, correspondientes al valor de lo producido, y propone el cambio del modelo económico impuesto, que no deriva de los aportes del socialismo, sino de diferentes tipos de evolución del mismo capitalismo, como por ejemplo la hipótesis del poscapitalismo formulada por Peter Drucker (1984) con la innovación tecnológica y la aplicación de finanzas de tercera generación.
Una tendencia reformista hacia el capitalismo del socialismo científico empieza en los años setenta en la China de Deng Xiaoping y fue seguida por Rusia después de la caída del muro de Berlín en 1989, pero el acercamiento al mercado no ha ido acompañado por una formulación teórica por la cual el socialismo haya postulado una alternativa a la estructura del sistema productivo, sino que ha recogido los efectos positivos en el aumento del producto interno bruto y una mejora de las condiciones de vida de los ciudadanos, dejando invariable el estructuralismo del “centralismo democrático” que caracteriza su gestión del poder.
No obstante, cual aval innecesario a las graves condiciones de crisis en las cuales está en curso el país, las elucubraciones de la Cumbre del Foro de São Paulo celebrada en Caracas en estos últimos días acentúan la injerencia indebida del Estado bajo fórmulas que aumentan la dependencia de los venezolanos, máxime cuando se proponen correcciones a futuro del enorme desequilibrio del déficit fiscal, que exige la reducción y racionalización del gasto público y que requiere suspender la transferencia de reservas internacionales y el traspaso al gobierno de utilidades ficticias del Banco Central.
De este modo solo se aumenta el comportamiento irracional de la oferta monetaria y su constante devaluación, el imperio de la estanflación, el desempleo y la pobreza. La crisis asume niveles de irreversibilidad que para ser enfrentada requiere ulteriores sacrificios de la población entera, además del previo cambio de la orientación política y de la gerencia.
En estas circunstancias no cometemos un exabrupto si consideramos aplicable la teoría de la dependencia económica formulada por Theotonio Dos Santos, André Gunder Frank, Ruy Marco Marini y Celso Furtado, entre otros, quienes incluyen en el subdesarrollo el concepto de desarrollo desigual y combinado para explicar las dificultades para el despegue que no vienen superadas sin el aporte de otros países: la intervención extranjera siempre tiene un costo que se debe pagar, así que sea liberal capitalista o social comunista, la intervención extranjera produce dependencia y el intercambio comercial tiende a ser duradero, sobre todo si en su formulación se absorben las condiciones coyunturales de los aportadores tanto financieros como de tecnología.
En la realidad, se trata de enfrentar una gran mezcla de política y de sistemas que generan confusión en un horizonte que queda indefinido en lo económico y en lo social, que tienden a complementarse en programas ineficientes en el intento de disminuir los efectos negativos sobre los más pobres sin vislumbrar diversificaciones que impliquen el aumento de la producción, la elevación de la productividad, la reprivatización de empresas públicas ineficientes (comprendida Pdvsa), eliminar la inamovilidad laboral y los absurdos e ineficaces controles de los precios y, por consiguiente, dejar que las fuerzas del mercado, demanda y oferta, actúen en el marco lógico de las relaciones que las contra distinguen en el contexto definido por las leyes de regulación y supervisión.
No existe un sistema político perfecto en el cual el desarrollo se pueda desenvolver sin obstáculos de cualquier naturaleza. No obstante, podemos coincidir con Claude Lefort cuando afirma que “la democracia no ha logrado depositar el totalitarismo en el basurero de la historia”. Pues la incertidumbre, caracterizada por razones políticas, económicas y sociales, cuando no existen garantías últimas sobre el ejercicio del poder, el derecho y el conocimiento, vislumbra en el horizonte del devenir el fantasma del totalitarismo. El riesgo del retroceso se transforma en una alteración constante de los equilibrios de la sociedad, impide el desarrollo y reduce el progreso a una utopía.
La dependencia financiera, tecnológica y política ha inducido al país a condiciones de subdesarrollo por las cuales la práctica política y económica promovida por el gobierno social comunista bolivariano ha determinado el aislamiento que prevalece sobre las ataduras del Estado libre e independiente; es una condición que ha sido ulteriormente confirmada a pesar del intento de cambiar “el imperio” del cual se depende y pasar del estadounidense al ruso y/o al chino. Las relaciones internacionales, bien sean de comercialización, diplomáticas, de solicitudes de apoyo quedan condicionadas no solo por las implícitas potencialidades naturales y consecuencias políticas, sino por la calidad y dimensión que asumen en la cultura de la población, la historia del país, la orientación política, la posición geográfica, la causalidad espacial del comportamiento, los intereses que suscitan en los países limítrofes, que se transforman en áreas de influencia y de posible confrontación de las superpotencias. Es decir que los errores de la conducción política y económica no solo tipifican la calidad de la vida de los ciudadanos, sino que les imponen riesgos reales consecuentes por ser utilizados como objeto de política de factores del gobierno que han perseguido el poder finalizado a sí mismo y no dirigido al bien común.
La conformación nacional fluye bajo una estela de amenazas en sus procesos formativos por fuerzas superiores que la llevarían, tarde o temprano, a integrarse en el seno de un acervo histórico extranjero, siguiendo el camino de Cuba, o de la recuperación de una credibilidad perdida por la izquierda internacional en un mundo globalizado que se identifica bajo formas de capitalismo, también en las diferentes estructuras mixtas públicas o privadas en las cuales se manifiesta en China o Rusia.
Pero estas superpotencias socialistas conservan su soberanía, cultura, identidad, tradiciones históricas, ejercicio centralizado del poder, mientras que la experiencia bolivariana ha negado los valores de libertad y el origen iluminista del pensamiento de Simón Bolívar a los que se encuentra vinculada la esencia y el espíritu de la República, su regionalización y nacionalismo forjador de libertades, así como vendría identificado por la aplicación del análisis de Kacowicz (1998).
En la política internacional, según Edward Hallet Carr (2004), a la constitucionalidad de los derechos humanos, la aceptación del sistema global y la presencia siempre mayor de una cultura integracionista se añaden los principios generales de justicia, paz, libertad y buena fe, creando obligaciones similares por las cuales la acción política se sustancia coordinadamente entre moralidad y poder.
Bajo esta premisa de carácter idealista liberal se olvida que la realidad de la política internacional fundamenta las deliberaciones en la capacidad racional del poder de los Estados que deriva por disponer de ejércitos y armadas y no solo por los intereses y supremacía económico-financiera. Al fin resulta que la política no es función de la ética, sino más bien que esta es una función de la política, es decir producto del poder de las naciones dominantes.
En sentido general, como releva Luis Oro Tapia (2006), en los asuntos internos “la moralidad y la legalidad es la cristalización normativa de un grupo que arroga a sí mismo, de manera exitosa, la representación de la totalidad de la comunidad” nacional, es decir que los factores económicos, políticos y sociales se confrontan para la conquista del ejercicio del poder, mientras que a nivel internacional, la contraposición se produce entre naciones para la definición de la respectiva área de influencia, así que las más débiles están condicionadas por su dependencia.
El análisis de la práctica de la toma de decisiones evidencia que el poder se sitúa sobre la moral, aunque siempre debe conjugarse para establecer el orden que se quiere perseguir, dado que la humanidad siempre buscará cambios que transciendan la ejecución pura del poder; así que la ética juega un papel vital que permite interiorizar, en la proposición política y programática de los que reciban la autoridad, el consentimiento general.
No obstante, Fred Haliday (2006), entre las muchas cuestiones de importancia histórica, analítica y teórica (como las que se presentan en la realidad venezolana relacionadas con la producción, el comercio, las finanzas, las comunicaciones radiales y televisivas, los medios escritos, libros, periódicos y revistas), se deben asumir en las actitudes públicas y estatales, el papel del miedo y de los valores culturales y religiosos para que moldeen las relaciones entre ciudadanos y Estado, que se fusionan en las teorías basadas en fuentes económicas sistemáticas y neorrealistas, antes que sociológicas realistas.
El cambio pregonado por la sociedad venezolana, antes de lo requerido por la comunidad internacional, pone el problema de cómo entender y realizar una sociedad abierta y plural y de cómo adecuar al pensamiento político los valores básicos de la libertad y la igualdad, máxime los relativos a las oportunidades.
La evolución de la sociedad civil es un presupuesto prioritario, pero el intervencionismo público debe propiciar una efectiva justicia distributiva, sin que el igualitarismo jurídico y formal represente una pantalla detrás de la cual se escondan intereses subalternos, partidistas, individuales o de grupos de poder.
En conformidad con la opinión de Ángel Puyol (2001), cuando en la toma de decisiones que interesan a la colectividad y el desarrollo, falta el anclaje con la práctica que deriva de la experiencia, por los menos es oportuno recurrir a las teorías éticas, económicas y políticas para intentar conseguir, con el menor costo y sacrificio posibles, una equitativa distribución de los recursos.
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