Los representantes del socialismo del siglo XXI no tienen motivos para enorgullecerse, salvo que su objetivo y el de los representantes de la dictadura cubana, haya sido destruir Venezuela, en cuyo caso tendrían sobradas razones para presumir de sus éxitos. El economista en jefe del FMI caracteriza así la situación del país: «No es una década perdida, es una década de retroceso gigantesco, “Lo que ha ocurrido en Venezuela es un desastre macroeconómico y social que nunca se había visto en la región». La historia tiene reservado un nombre para este oscuro período: la pandemia socialista.
Su permanencia en el poder solo prolonga la agonía de los venezolanos y empeora la descomposición económica, institucional y social del país. Han creado una tragedia humanitaria de proporciones descomunales y desconocidas que encoge el alma de demócratas y ciudadanos decentes en el mundo. Se trata de un ensañamiento en contra de los venezolanos, cuya explicación podríamos encontrar en aquellas declaraciones que promovían la anexión de Venezuela al país invasor, con el fin de crear, a su lado, uno nuevo.
La pandemia del coronavirus y la estrategia de confinar a la sociedad y paralizar la economía, con el objeto de frenar el contagio, angustia a los ciudadanos. Saben que de este modo crecerá el desempleo, desaparecerán muchas empresas y los ingresos resultarán insuficientes para cubrir los costos de manutención. Estas secuelas afectan de manera más encarnizada a migrantes y refugiados.
La mayor vulnerabilidad de estos últimos preocupa por igual a gobiernos, organismos internacionales, parlamentos y organizaciones no gubernamentales. Adelantan proyectos y dedican esfuerzos y recursos para atender a la diáspora venezolana en medio de estas pandemias globales, las cuales han multiplicado las demandas de millones de ciudadanos, hasta el punto de desbordar las capacidades de instituciones y ONG.
Ciertamente, cuando comparamos la inversión per cápita de otros éxodos masivos, como el de la minoría musulmana de los Rohingya, el de quienes migran a Bangladesh o el descomunal éxodo sirio, la destinada a la diáspora venezolana es muy inferior. No es un reclamo, es una constatación y estamos profundamente agradecidos por los apoyos recibidos. Lejos de nosotros la idea de detraer recursos a otras diásporas.
Los recursos provienen de Estados Unidos, la Unión Europea, los organismos internacionales, las ONG y las ciudades y países de acogida. Por ello, leí con asombro e indignación las declaraciones del embajador de Irán en Venezuela. Me hicieron recordar las inhumanas palabras, con las cuales negaba la existencia del holocausto, de quien fuera presidente de ese país, Mahmud Ahmadineyad. El señor embajador expresó que la cooperación tiene como uno de sus fines poner a funcionar la refinería (la misma que los venezolanos gerenciaban con niveles de excelencia global antes de ser injustamente despedidos). Y agregaba: “La cooperación bilateral es el norte a conquistar, resistiendo el bloqueo económico de nuestros enemigos en común”. Se refería a Estados Unidos. Será su enemigo, no de los venezolanos, en cuyo nombre, además, usted no puede hablar.
La diáspora venezolana es heterogénea e imposible de encasillar en una sola categoría: emprendedores en la economía formal e informal, trabajadores por cuenta propia, estudiantes, refugiados y solicitantes de asilo; es plural, como la sociedad que los acoge y, como estos y sus connacionales en el país de origen, padecen las secuelas del confinamiento; cierre de negocios, desempleo y escasez de ingresos. Es importante tener presente que la principal fuente de empleo en la región se produce en el sector informal, entre 50%-60% de acuerdo con los estudios de la Konrad Adenauer y la OIT.
Para este elevado porcentaje, el confinamiento no es la solución; necesitan trabajo, pues de ello depende su sobrevivencia. A este sector no llegan los recursos de salvamento. Peor aún, a diferencia de los países de mayor desarrollo relativo, con capacidad fiscal y financiera para apalancar empresas y desempleados, los latinoamericanos poseen una muy débil capacidad de maniobra para atender a empresas y trabajadores formales e informales.
Quienes conforman la diáspora, igual que el resto de los ciudadanos de Latinoamérica y el mundo, sufren las secuelas descritas, carecen de los recursos para pagar su manutención y han debido disminuir el monto de las remesas que envían a sus familiares en Venezuela. La debacle favorece el surgimiento de industrias diaspóricas asociadas a la droga y la prostitución, como ocurrió con las pandemias del ébola y el zika, las cuales afectaron de manera más pronunciada a los grupos de alto riesgo, mujeres y niños.
En el Observatorio de la Diáspora hemos recibido muchas consultas de personas y familias afectadas; sin empleo, sin medios con los que honrar sus compromisos, varados debido al cierre de las fronteras y buscando formas de resolver la actual circunstancia. Buscan otras ciudades de destino o retornar a Venezuela, donde muchos cuentan con un techo, a pesar de que son conscientes del empeoramiento de la situación allí. Esta conciencia explica la decisión de muchos de permanecer en el país de acogida o buscar otro país al cual migrar.
Los países receptores hacen todo lo posible para que los venezolanos puedan quedarse y, animados con ese propósito, solicitan apoyo internacional para ayudar a los migrantes a sortear este período de dificultades. En ese sentido, Acnur construye “infraestructuras y facilidades” a fin de mitigar la situación de la diáspora. La organización es consciente de que hay un pequeño número de retornados, pero es un proceso que no promociona ni facilita, porque conocen perfectamente que el país de origen no reúne las condiciones apropiadas para atenderlos.
Quienes, a pesar de la situación descrita, deciden regresar, son recibidos con actos xenófobos y despectivos por parte de los representantes del régimen. Esto obedece, en parte, al hecho de que su sola presencia en el mundo es la mayor demostración del monumental fracaso del “socialismo del siglo XXI”. Hay fundados temores de que su xenofobia irá en aumento. Antes negaban la existencia de la diáspora, o decían que migraban los sectores privilegiados por razones intrascendentes; ahora regresan los fascistas y, como mentirosos compulsivos y peligrosos que son, si el covid-19 llegará a extenderse, la diáspora retornada será acusada de ser la responsable de su propagación.
Las “autoridades” le preguntan a los retornados, con ínfulas de propietarios del país, ¿Quién c… te mando a irte? Un tuit, atribuido al señor T. W. Saab, dice: venezolanos que renegaron públicamente de la nación, luego de ser ultrajados por países como Estados Unidos, Colombia, Ecuador, Chile y España, regresan gracias al Plan Vuelta a la Patria”, y, añade otra vocera de los xenófobos,» los retornados son fascistas o traidores».
Esos tuits destilan odio e ignorancia de los derechos humanos fundamentales, entre los cuales destaca el de toda persona a escoger libremente el lugar de residencia, a salir libremente de cualquier país, incluido el suyo, y el que reza que nadie podrá ser arbitrariamente privado del derecho a entrar en su propio país”.
El desprecio xenófobo de los amigos del señor Maduro contrasta con el reconocimiento y apoyo de las ONG internacionales, muchas de las cuales trabajan con Acnur, que brindan refugio, transporte y alimentación a los migrantes e Intentan paliar la insuficiencia de recursos de los desempleados, de los desplazados y de los migrantes y refugiados.
Para los demócratas, estas pandemias y sus efectos amplios y complejos sobre el país y su diáspora, no pueden reducirse a la denuncia, un expediente tan manido como insuficiente. Para que esta adquiriera sentido, debería concebirse dentro de una estrategia y, por tanto, como un medio y no como un fin en sí misma. La estrategia debe apoyarse en las instituciones, organizaciones y liderazgos existentes y no a través de la imposición o la sustitución, pues los liderazgos no se decretan, se construyen. La misma debe atender la demanda y expectativas de los ciudadanos y ser concebida para hacer que los cambios resulten posibles, abordando el fenómeno con iniciativas y proyectos.
Lo ocurrido con las dos pandemias (en el caso de Venezuela es necesario agregar una tercera, la socialista) nos obliga a reconocer a la incertidumbre como dimensión de la realidad y la imposibilidad, y en muchas ocasiones inutilidad de aferrarse a las certezas de un plan. Cambio e incertidumbre exigen planes flexibles y capaces de hacer frente a la tozuda realidad. No podemos permitir que la tragedia agónica se prolongue; hay que ponerle un freno de inmediato. No es poco lo que está en juego: la vida de los venezolanos. Este gobierno está inhabilitado e incapacitado para resolverlo. Es necesario un gobierno de transición para poder hacer frente a esta dramática situación. Estamos destinados a encontrarnos. Del desencuentro solo queda la tragedia.
@tomaspaez
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