Está en la calle, silente obligado, pero con disgusto creciente. No es simple furia, o frustración popular, ni expectativa, mucho menos presencia solidaria en respaldo al régimen. Es pura, enorme y peligrosa arrechera. No es ya, como expresara quien creyó trascendental alarde electoral, “el pueblo está bravo”.
Va mucho más allá, indolencia, desmoralización, impotencia, consternación, que Chávez aportó con emocional morbo ardoroso y Maduro, aferrado al poder militarizado, con hincapié perseverante en la incompetencia y ceguera a lo que no sea permanecer frente a lo podrido que, a ojos de todos, ha profundizado.
Ha sido porfiadamente invariable, esta revolución de nombre bolivariano, pero de espíritu represivo y conciencia patrañera, en no hacer nada bueno ni malo, todo peor. Tiranos hubo muchos en la historia, pero el que más el que menos, algo construido ha dejado sobre charcos de sangre, injusticias y robos. La tragedia de esta ignominia no ha sido más que el desastre castrista diseñado para Chávez primero, Maduro después, y no deja nada; solo enfermedades resucitadas, desolación ciudadana, ruina de servicios y empresas; devastación económica, laboral, embustes por doquier y una descompuesta presencia uniformada, invocando en su favor, defensa de la patria, cuando en realidad es, respaldo a la calamidad maduro-castrista, reprimenda y corrupción generalizada.
En estos momentos quizás sea aquella vieja frase criolla “llegamos al llegadero”. No se trata ni siquiera del tantas veces cacareado “quiebre militar”; ya castrenses han dejado pasar, durante años, la encrucijada para demostrar, que valoran más sus ascensos, carreras y oportunidades que poner los cojones -disculpen la palabreja, es que no hay otra- en el camino de la historia para cambiarla. Están cómodos, enarbolan la Constitución y normas militares como pretexto donde otros, que no son ejército sino mezcla confusa de políticos, politiqueros, aprovechadores, cooperantes, empuñan como expectativas de que alguien les resuelva el problema que ellos mismos han contribuido a enredar y empeorar.
Lo dicen y repiten a quienes la oposición y régimen -cada uno con su cada cual- claman. “Resuelvan ustedes sus problemas que nosotros los respaldamos”. Por eso suena a pendejada lo que jerarcas del régimen les da por repetir, manoseando un Vietnam en América Latina. Estamos en la Venezuela tropical, antiguamente petrolera, siempre afortunada en sus condiciones económicas, pero muy desafortunada en sus criterios de selección de mandatarios y dirigentes. Los vietnamitas pelearon su independencia, tras ser sometidos, y por un confuso lodazal político dividido entre una tiranía respaldada por Estados Unidos desconcertados y China con aspiraciones de gran potencia oriental. Fue tediosa y larga lucha, sangrienta, escabrosa, dolorosa, que se resolvió, por acuerdos entre las grandes potencias Estados Unidos, China y Rusia -cuando todavía ejercía el mito que años después se derrumbaría, de la Unión Soviética.
Pero Vietnam no pudo ser controlado, por el contrario, se beneficiaron para reconstruirse y hoy, no es ni comunista ni occidentalista, es una próspera república abierta al mundo y excelentes relaciones comerciales multilaterales.
América Latina es diferente. Las soberanías americanas comenzaron el siglo XX con décadas de dominación y manumisión, fallaron quienes ostentaron el poder. Las durezas imperiales ya habían sido derrotadas en el mundo, los europeos se enredaban en guerras que impulsaron el poderío de Estados Unidos, la democracia más grande y vigorosa.
Hoy es historia, un pasado que se difumina en medio de realidades económicas, solo hay problemas y disturbios cuando mete las manos el maligno grupete de anticuarios de la ideología sociopolítica Foro de Sao Paulo, después Grupo de Puebla, recientemente Internacional Progresista, convencidos de que la destrucción construye, conduciendo a los países a seguir el terrible ejemplo de Venezuela.
Las revoluciones asiáticas y europeas han terminado por transformarse, tras guerras y baños de sangre, en potencias industriales, comerciales que hoy son China, Japón, Alemania, Rusia, Vietnam, la India y el propio Israel -este en su propia versión producto de la historia, firmeza de un pueblo y una religión tras siglos de injusta persecución-. Por ahí va el camino, el que hoy marcan y por eso son líderes mundiales.
El peligro de los pueblos reclamando silentes o en las calles es que no son conscientes de la historia, y, por tanto, la desconocen e importa poco lo que están repitiendo. Salen a rebuscar comida, medicamentos y dignidad, pero no buscan la verdad; la mentira e incompetencia se paga más pronto que tarde y los venezolanos acarreamos años con banderas y ninguna solución.
@ArmandoMartini
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