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El laberinto

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I

Alguna vez me perdí en un laberinto. Era una experiencia que siempre había querido vivir, y cuando estuve adentro sin poder salir, deseé no haber entrado nunca.

Los laberintos tienen muchas interpretaciones que comienzan con los griegos y sus monstruos, dioses y semidioses. Todo eso ha sido material de estudio por años y no pretendo entrar en esas profundidades.

El laberinto al que entré está ubicado en un castillo y es tal cual como se ve en las películas. Es un divertimento para alguien que no se estresa por nada. Es decir, cualquier persona menos yo. Con densas y altas paredes de verde, con senderos de grama, con esquinas y recovecos, con rutas sin salida.

Se suponía que debía llegar al centro para subir a una torre y de allí bajar y salir por un túnel. No lo logré por mí misma. Necesité un hilo de Ariadna.

II

Dicen los historiadores entendidos que Venezuela retrocedió con el chavismo al siglo XIX. Organismos internacionales importantes aseguran que tenemos una década perdida.

Yo imagino a Venezuela como una niña preciosa que vive en un castillo, mimada y bendecida con muchas cosas, que un buen día se adentra en el laberinto de sus jardines.

Hermosamente vestida con un traje de seda y tafetanes, con el cabello suelto pero adornado de flores, con la piel rozagante de una infancia feliz, con el optimismo en la mirada, sabe que puede ser cualquier cosa que le apetezca porque tiene muchos recursos.

Lo que no tiene es alguien que le dé la punta de una madeja para recorrer el camino hasta la salida. Está sola.

III

El laberinto que atraviesa Venezuela fue hecho por gente despiadada. No puede salir de tantos problemas que la aquejan. El hambre, el colapso económico, la destrucción de la infraestructura, la fuga de cerebros, la migración forzada, la falta de recursos, el desorden, el narcotráfico y la corrupción.

Cada una de esas cosas representa una pared muy alta de abetos que se traga a sí misma para convertirse en un callejón sin salida. Cada vez que Venezuela cruza un sendero con la esperanza de progresar, detrás de ella los abetos se cierran y se transforman en otro laberinto.

Solo en un escenario como ese, de fantasía, se puede entender tanta idiotez y tanta maldad. Peñeros que llegan con gente famélica a la que llaman mercenarios porque tienen dos fusiles; hospitales que no tienen agua, insumos ni personal, pero que tienen que lidiar con el covid-19; población que tiene hambre y se lanza a las calles a costa de contagiarse.

Conspiraciones ridículas que dan risa, testaferros que compran gasolina para unos cuantos, medios de comunicación que le cierran la puerta a las noticias, personeros del gobierno que no se cansan de robar.

¿Quién se atreverá a levantar la cabeza para guiar a Venezuela hacia la salida?

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