Cuando en momentos oscuros te cae en las manos un libro como Huellas de azogue y chocolate de Carlos Sosa Franco*, se siente como si un rayo de luz nos iluminara inesperadamente. Lo primero es un título, que nos interroga: ¿qué relación existe entre al azogue y el cacao? Carlos nos lleva en un insólito y sorprendente viaje de 500 años, donde cruzan retazos de la historia de lugares que se desconocen como pueden ser Alemania y Panaquire. Todo comienza como siempre con una pregunta que se formula el autor ante la presencia de una exquisita escultura en su hogar, La ninfa del cántaro, muestra de una cultura totalmente alejada de nuestros trópicos. ¿Cómo llegó hasta aquí, que representa ella, que tiene que ver con mi familia?
Al apenas recibir el libro un tema nos inquieta la singularidad de su título Huellas de azogue y chocolate. El azogue, allí lo aprendí, es un mineral cuyas minas mas importantes se encuentran en Almadén, España, imprescindible para convertir el oro de las indias en los lingotes exportables al reino español. En el libro se muestra cómo simultáneamente entraban por los puertos venezolanos las bolsas de azogue y los ríos de esclavos que vendrían a las haciendas de cacao, principal producto de exportación de la Venezuela de aquellos tiempos. Ambos flujos de gente y cosas, azogue y esclavos no eran más que la representación de trato inhumano hacia aquellos mortales que para su desgracia entraban en esas máquinas infernales de producción.
Para una mente inquieta como la Carlos esto significaba un reto que le obligaba a emprender un camino de medio siglo, que le permitiría entender el origen de la figura y lo más importante a reconocer a su familia y así mismo.
“Los esclavos del cacao de los valles del Tuy y los del azogue de Almadén quedaron así hermanados, africanos en un caso y moros, berberiscos y gitanos en el otro, desenraizados, muriendo en vida, arrancando frenéticamente de la tierra frutos y rocas que viajarían distancias impensables para ellos hasta llegar a su destino final”.
En unas de esas oleadas llegan a Venezuela los antecesores de Carlos, desde Lanzarote, de Cuba con el afán de construir otra vida en este llamado nuevo mundo.
Lo maravilloso de esta apasionante recorrido que nos pasea por paraje y situaciones disimiles, el origen del capitalismo, donde se asoma la figura de un Lutero implacable con el comercio de la fe, como ahora pretendemos serlo con los corruptos, con los dineros del Estado. Es lo que nos hace sentir que formamos parte de la historia del mundo, que nada nos es ajeno y que podemos construir mundos y vidas si lo decidimos. Fue el camino del padre de Carlos, Pedro Sosa que se inicia como agricultor en Panaquire y termina poseído por la furia constructora de ciudades como decía Sófocles. “Incompletos y débiles, edificamos las ciudades para que a su vez las ciudades nos edifiquen a nosotros, pues nuestra inteligencia e incluso nuestra libertad son creaciones sociales”. Pedro Sosa comprende que el fin del cacao está cerca y decide saltar a otro mundo, el cemento y así se convierte en un gran constructor de Caracas, haciendo casitas al igual que antes sembraba, ahora construye.
No voy a cometer el abuso de explicar lo que Carlos finamente detalla en su hermoso texto, ¿qué tiene que ver el azogue con el chocolate? además de mostrarnos que los hombres que poblaron nuestro país fueron traídos, como masas esclavas a fundar en estas tierras, nuevas experiencias, producir el néctar que es el chocolate o fabricar los lingotes de oro que ansiaba la avidez de los dueños de la conquista americana.
Al final de todo queda una gran familia como la mayoría de los venezolanos, con orígenes confusos, que nos siembran dudas acerca de la heterogeneidad de nuestra gente, como pueden existir en las familias venezolanos con arquetipos tan diferentes. Lo único que nos identifica son los toques espirituales, una alegría permanente, una apertura a aceptar a otros, por muy diferentes que ellos sean, una mirada y un sentimiento casi sin igual en el mundo.
La novela está plagada de eventos, que a veces nos cuesta hilar pero que obedecen a un impulso como señala el autor: “Los eventos que relato en la búsqueda de mis huellas pretenden iluminar algún rincón de la historia sobre los grandes personajes que en ella aparecen y de los familiares que me son cercanos y queridos, dando así una amplia perspectiva sobre hechos aparentemente desconectados”.
Es un regalo de Carlos Sosa Franco para nuestros adoloridos espíritus que se confunden ante las dificultades y las atrocidades que afrontamos día a día. Es también una invitación a renacer la esperanza porque las huellas del chocolate y del azogue distantes, pero quizás solo unidos por el sufrimiento humano están sembradas en nosotros y es menester reconocerlas para poder caminar hacia algo distinto, un mundo donde lo humano, espiritual sea la esencia, esta novela nos muestra que no es imposible. Los invito a entrar en las páginas de este hermoso libro que en medio de nuestras angustias los hará feliz. Ah. Olvidaba, La ninfa del cántaro, la escultura, habla desde su último lugar “Aquí en este nuevo territorio, se produjo la magia que me convertiría en chispa que encendió la angustia creadora que llevo al autor de esta novela a un cambio de piel, para aventurarse, sin brújula, en el vasto mundo de la creación literaria y sumergirse en el universo de sus antepasados…Halló, recorriendo cinco siglos sus propias huellas de petróleo, cacao y azogue y el por qué , en vez de un país en Venezuela el legado que recibieron fue una mina”.
*Amazon. 2020.
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