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La (mala) experiencia de Miranda

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La historia no es una ciencia exacta. Dicho esto, el 9 de noviembre de 1805, a eso de las 11:52 de la mañana, desembarca en Nueva York, procedente de Londres, Francisco de Miranda. Contaba el precursor con 55 años, 8 meses, 11 días y 15 minutos. Para la fecha ya era una figura de prestigio internacional. Había combatido en el sitio de Melilla como capitán del ejército español, episodio en el que lograron rechazar el embate del sultán de Marruecos, Sidi Mohammed ben Abdallah. En esta oportunidad, Miranda que ya había leído muchos textos de estrategia militar, presentó un plan para inutilizar la artillería enemiga que resultó exitoso.

Había participado también en la guerra independencia de Estados Unidos en contra de Inglaterra. El rey de España mandó tropas, en ellas iba Miranda. Participó en la batalla de Pensacola (no Pepsi Cola, como dicen algunos) en 1871 y desarrolló en esa acción militar sus habilidades para reconocer el terreno y su genio en la planificación de la batalla, lo cual le valió un ascenso al rango de teniente coronel (ya estaba pues en condiciones de participar en un golpe de Estado). Luego Miranda es enviado por su superior Juan Manuel Cajigal como espía a Jamaica. Misión que también cumplió con éxito.

También había estado en el ataque español a las Bahamas y negociado la capitulación inglesa ante España, obteniendo el dominio de las islas. Como la inquisición le abrió juicio en España y se había ordenado su detención por comprar libros prohibidos y pinturas obscenas (no me consta), ante la posibilidad de un juicio injusto escapa de Cuba a Estados Unidos y se convierte en el primer balsero de la historia.

En el recién inaugurado país del norte concibe sus ideas de independizar a Hispanoamérica. Luego de pasar un tiempo en Estados Unidos, se va a Inglaterra y recorre Europa en un tour de 4 años. Se incorpora a la Revolución francesa en 1792, allí participa en varias batallas, es ascendido a mariscal de campo y luego a general (su nombre está en el Arco de Triunfo de París). Pasa algunos años entre Inglaterra y Francia, siempre buscando apoyo para su obsesión de fundar una nación hispanoamericana, la Colombeia, pero ni los ingleses ni los norteamericanos terminan de darle su apoyo claramente (parece que eso va en el espíritu anglosajón).

Con ayuda de amigos fleta un barco, el Leander, un bergantín de 180 toneladas, 18 cañones y 200 hombres reclutados en los Estados Unidos. Hace una parada en Haití para ir al baño y compra dos goletas más: Bacchus y Bee.

Llevaba la expedición suficientes suministros, material de guerra, la bandera de Venezuela y una imprenta. Al llegar a Ocumare, en Aragua las goletas son apresadas. Miranda huye en el Leander hacia el Caribe y vuelve nuevamente, luego de conseguir más apoyo. Viene ahora con 400 hombres, 5 bergantines, 3 cañoneras y 2 barcos mercantes desarmados. Estamos hablando del año 1806, sin radares, sin GPS, sin vías de comunicación y sin gasolina (eso sí como hoy).

Miranda llega por La Vela de Coro, toma la ciudad, pero entre la indiferencia de la gente y el bloqueo realista, la invasión de Miranda fracasa nuevamente. Regresa a Londres desilusionado, pero no será su último intento por liberar a su patria. Miranda, victorioso en cuanta revolución participó, vino a fracasar una y otra vez en la única que le quitaba el sueño: la suya. Él que escapó de tantas adversidades y sobrevivió a tantos peligros, no pudo con la fatalidad de sus paisanos.

No sé por qué vino este recuerdo de Miranda en los tiempos que corren, así como de la fase que parece ser el cierre de su prodigiosa vida: “¡Bochinche!, ¡Bochinche! Esta gente no sabe hacer sino bochinche”.

@laureanomar

Este artículo fue publicado en el diario TalCual

 

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