La reforma promovida por Jean-Georges Noverre en Francia hacia mitad del siglo XVIII produjo encarnizadas controversias y finalmente hizo historia en la danza escénica universal. A partir de los planteamientos del contestatario maestro y agudo teórico del movimiento, los postulados que orientaban la danza teatral en Occidente cambiarían, no en lo inmediato, pero sí de forma definitiva.
Con vehemencia Noverre se enfrentó a sus contemporáneos por las ideas que regían el arte del ballet, abigarrado como forma y alejado del ser humano como pensamiento. Exaltado, pidió una danza que dirigiera su mirada a lo natural y se expresara a través de contenidos trascendentes. Habló de una dramaturgia para el movimiento en contraposición con las estáticas y aletargadas escenas que primaban en la tradición cortesana.
Noverre sintonizó plenamente con su tiempo, el siglo de las luces. Su fecha natal oficial, el 29 de abril de 1727, fue escogida por la Unesco hace 38 años como el Día Internacional de la Danza. Con esta celebración se corre el mismo riesgo que con otras similares: caer en lo anecdótico y eludir lo esencial y necesario.
A más de doscientos años de la muerte de Noverre, la danza del siglo XXI, no obstante su notoria evolución, mantiene no pocas de las circunstancias denunciadas violentamente por el maestro en sus Cartas sobre la danza y los ballets (1759-1760), visionario tratado a través del cual abordó de manera integral sus ideas sobre el arte del movimiento en los aspectos formativo, creativo, interpretativo y crítico.
Las ansias de Noverre son las mismas que de alguna manera replicaron los inspiradores del nuevo ballet y los precursores de la danza moderna en Europa y Estados Unidos a principios del siglo XX: mirar al hombre como individuo y ente social, recrear sus glorias y miserias, al tiempo que hacer del cuerpo en movimiento un ámbito autónomo de investigación y expresión susceptible de establecer una relación de cooperación y no de subordinación a otras manifestaciones de la creación, como tradicionalmente había ocurrido.
La centuria pasada trajo consigo transformaciones fundamentales en la manera de asumir la danza. Sus expresiones buscaron afectar e interpretar al ser humano de esa era. Surgieron corrientes humanistas, tendencias estéticas insertadas dentro de las vanguardias emergentes y se sistematizaron técnicas de exploración y conocimiento del cuerpo humano. La danza se vio valorada primordialmente por su intrínseca capacidad reflexiva de la realidad a través del gesto corporal.
Estos hallazgos han llevado a preguntarse con insistencia sobre la real condición y el auténtico rol de la danza y sus artistas del tiempo actual, determinado por culturas tecnológicas y patrones de comportamiento globales. Tal vez de esa interrogante emerja un renovado espíritu en concordancia con las expectativas y los desafíos que retan al mundo de hoy, especialmente en estos momentos impensables de confinamiento obligatorio de bailarines, coreógrafos, maestros y públicos, donde los modelos existentes de creación, gestión, representación y apreciación artística seguramente se verán modificados.
La celebración del Día Internacional de la Danza sin danzantes en ningún escenario del mundo, a excepción de los virtuales, resultó un espectáculo inédito. Reparar sobre los movimientos del porvenir será un reto compartido.
El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!
Apoya a El Nacional