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El futuro en disputa

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Ya es lugar común señalar que después de la pandemia los terrícolas nos dedicaremos a enderezar el planeta hasta hacerlo un mejor lugar para vivir. La pandemia nos va a ayudar a escarmentar, no hay mal que por bien no venga, se dice. Toda crisis es una oportunidad, según apuntan los chinos, frase que hoy en día está en la jerga de cualquiera. En fin, queremos convertir una catástrofe natural en un designio histórico del que se derivan moralejas para transformar nuestro mundo, moralejas que muestran coincidencias ideológicas inesperadas en cuanto a la convicción de modificar las políticas implementadas durante casi medio siglo y que nos han traído hasta aquí.  Parece mentira lo que puede lograr un bichito. 

El planeta en aprietos

Enfrentamos tres grandes crisis. Una crisis sanitaria, una crisis económica generada por aquella, ambas en el contexto de una tercera, la climática

La crisis sanitaria generada por la expansión del coronavirus, causado por la destrucción de los ecosistemas naturales, ha mostrado las costuras del planeta entre las que cabe mencionar, además de otras muchas, la imperdonable desigualdad social, la precariedad de nuestros sistemas sanitarios, la incapacidad  (¿y poca honestidad ?) de buena parte de nuestro liderazgo político, la invocación de nacionalismos incompatibles con los actuales procesos de glocalización y por señalar apenas otro elemento, la inadecuación de las instituciones existentes para garantizar la gobernanza planetaria

¿Cómo salir del aprieto económico en el que nos ha puesto el coronavirus?, ¡vaya problema! Conforme lo han expuesto los economistas y lo puede corroborar cualquier ciudadano de a pie, sin tener que conocer cómo se está moviendo el PIB de los países o cómo diablos están funcionando las cadenas de suministro, la situación no podría ser peor. Retomar la inercia, “volver a la normalidad”, encarar la coyuntura luce como la tarea que hay que emprender, como afirma, palabras más, palabras menos, la dirigencia mundial.

Así las cosas, la crisis climática pareciera desaparecer de nuestros discursos y preocupaciones. Los terrícolas estamos ocupados en ver cómo salimos de este hoyo en el que nos ha colocado la crisis económica, y olvidamos que los humanos nos hemos convertido en una fuerza determinante en los graves procesos de cambio geológico del planeta, a partir de una concepción de naturaleza separada de la sociedad que fue fundamental para el surgimiento del capitalismo, considerándosela “vaciada e instrumentalizada como objeto de conquista y explotación”, según explicó y justificó Francis Bacon, filósofo inglés.

Mientras tanto, los científicos no se cansan de reiterar la ocurrencia de un colapso planetario más o menos próximo y, para no pocos de ellos, casi inevitable, que no admite solución dentro del paradigma que actualmente guía los propósitos y maneras que fundamentan nuestro desarrollo.

Así vemos, entonces, cómo se están engavetando iniciativas ambientales muy importantes, incluso en China que llegó a plasmar en su Constitución el objetivo de ir hacia una “civilización ecológica”. También la Unión Europea pareciera estar haciendo lo mismo con sus diversos acuerdos, mientras Estados Unidos, por citar solo otro país, está financiando otra vez a grandes corporaciones que apuestan por los combustibles fósiles y el fracking.

Las tecnologías “disruptivas”

Como se sabe, estamos en medio de la expansión de la llamada Cuarta Revolución Industrial, (algunos afirman que es la tercera, otros que es la quinta, en fin), que implica, nada menos, que la fusión de los mundos físico, digital y biológico a través de nuevas tecnologías definidas como “disruptivas” (robótica, impresoras 3D, drones, inteligencia artificial, biotecnología, Internet de las Cosas y paremos de contar), caracterizadas por la profundidad de los cambios que generan, la velocidad con que se producen y los efectos que generan en todos los ámbitos de la vida humana, además de que nos sorprenden sin libreto, sin brújula que nos pueda marcar una dirección.

Solo a modo de ilustración, pues se trata de un tema extenso, vale la pena traer a colación los desacomodos que la digitalización está causando en la política, colocando en duda “si la democracia podrá derrotar a Internet”. ¿Cuál será el futuro de la democracia si, como asoman algunos expertos, la combinación de desarrollos de inteligencia artificial y de biotecnología no solo permitirá interpretar la información que surge de nuestra vida cotidiana, privada, sino también manipular nuestras emociones y comportamientos? Hablamos, pues, del uso de tecnologías para la vigilancia y el control de los ciudadanos, realidad que ha empezado a mostrarse desde hace rato, no solo en China, sino también en otros países, así como en empresas privadas.  El tema es, entonces, cómo articular los efectos de la Cuarta Revolución Industrial con aquellos principios que integran la médula normativa de la organización democrática del sistema democrático. Hasta ahora estamos atascados sopesando asuntos como el de la seguridad, el del derecho a la privacidad, el de la propiedad de los datos y otros tantos hasta formar una lista larga de temas, sin saber cuáles deben ser las regulaciones ni cómo deben aplicarse.

En suma, como muy bien lo señaló Isaac Asimov hace ya bastante tiempo, “la ciencia reúne el conocimiento más rápido que lo que la sociedad reúne la sabiduría.  Lo que está en duda no es el avance de la revolución tecnocientífica, sino en qué formato va a ir teniendo lugar, en función de una perspectiva humanista y ética, convirtiéndose en alternativa respecto a iniciativas distópicas, abriéndole la puerta a un diseño humanístico de la transformación tecnológica. Como lo ha escrito el profesor español Marc Vidal, “el ser humano es el por qué, la tecnología es el cómo”.

El futuro en disputa

El futuro no está escrito en piedra y seguirá siendo el escenario de discusiones políticas que implican diferentes visiones de la sociedad, sobre todo desde la perspectiva de los cambios que asoma como posibles la Cuarta Revolución Industrial, en medio de, no lo olvidemos, amenazas ecológicas de mucho calibre.

Se trata, es relevante advertirlo, de un llamado a la unidad del conocimiento humano, la formación interdisciplinar y las sinergias necesarias entre ciencia, tecnología y ciencias sociales y humanas, por lo general soslayadas, en un mundo altamente complejo, interconectado y tecnificado como el nuestro. Expresado de otra manera, nos insta a desarrollar, como lo apuntó el sociólogo Ulbrich Beck, formas de conciencia capaces de abarcar la complejidad, multidimensionalidad e interdependencia entre los procesos sociales y geofísicos que componen el sistema terrestre.

Y eso por no entrar en el futuro dibujado por el historiador Yuval Noah Harari, aunque cuestionado por algunos científicos. Él se pregunta qué sucedería si lo humano, tal como lo concebimos, comenzara a tornarse obsoleto y nos encontráramos en la antesala de una redefinición radical de las nociones de individuo, libertad, mente, conciencia, espíritu, emoción, sentimiento, organismo, vida. En síntesis, de la propia condición humana.

Se encuentran en lo cierto quienes opinan que encarar asuntos como estos, ligados a las transformaciones tecnocientíficas, pasa por sentar el futuro en la mesa de negociación

El futuro está en disputa, pues.

 

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