«Cuando llegué a Colombia, en agosto de 2016, fue como detenerme y volver a empezar. Todos mis sueños los vi truncados porque debía buscar cómo sobrevivir; me tocó reestructurarme: esa es la vida del migrante».
Así comienza el relato de Maybelys Ávila Barona, una venezolana de 32 años de edad que, pese a haber tenido que salir de Venezuela por la situación política y social que vive el país, está lejos de ver su realidad como una tragedia, y más bien la describe como un camino afortunado que le permitió conformar Salto Ángel, una asociación de venezolanos que sirve de intermediaria entre los migrantes venezolanos y las organizaciones que buscan apoyarlos en Colombia.
Su historia, como dice ella, no empieza cuando tuvo que migrar. En cambio se remite a la llegada de sus padres a Venezuela en los años 60.
“Ambos son colombianos de la Costa Atlántica. Llegaron a Maracaibo en busca de mejores oportunidades, allá fue cuando nacimos mis 5 hermanos y yo. Fueron migrantes y en Venezuela lograron hacer su vida”, explica Ávila.
A la edad de ocho años, Maybelys asistió a misiones con las monjas de Cristo Jesús que llegaron desde España a su barrio, en Maracaibo.
“En ese entonces, en medio de actividades de apoyo a las poblaciones vulnerables, fue cuando entendí que, aunque no quería ser religiosa consagrada, mi camino sí era el de ayudar a los demás. A ello se suma una crianza llena de amor por parte de mis padres”.
Maybelys estudió para ser comunicadora social, pero, como muchos jóvenes venezolanos, no pudo ejercer su carrera en el vecino país por causa de las difíciles condiciones sociopolíticas. En cambio, pudo trabajar como docente en uno de los colegios de las hermanas misioneras y ahí impartió clases de distintas materias; entre ellas, ética y castellano.
Largas jornadas de transporte acompañaban su llegada al centro educativo todos los días, y el pago que recibía no le alcanzaba para cubrir sus gastos. Además, la situación en su país empezó a agravarse y debió tomar la decisión que cambió su vida: migrar a Colombia.
“Viajé a Barranquilla el 1° de agosto de 2016, donde viven los familiares de mis padres. Empecé a trabajar atendiendo mesas en una panadería que me dio la oportunidad”, dice.
Meses después, uno de sus hermanos, que también había migrado, le dijo que se fuera para Riohacha, ahí conoció a otra persona que quiso ayudarle a ingresar a un colegio privado a dictar clases, pero finalmente no lo logró.
“Durante mi estadía en Riohacha conocí muchas realidades de mis hermanos venezolanos; cuando se desató la segunda ola migratoria, muchos empezaron a quedarse en frontera porque no tenían cómo llegar más lejos en Colombia. El parque de la India, por ejemplo, fue uno de los lugares donde pernoctaron muchas personas que no tenían a dónde ir, ahí empecé a ayudar a unos amigos que les llevaban alimentos”, añadió.
El camino se construye
De ahí en adelante Maybelys pudo vincularse a grupos de apoyo a la población migrante, obtuvo el apoyo de organizaciones internacionales y, junto con otros cinco compañeros venezolanos, pudieron crear la asociación Salto Ángel, con la cual han podido brindar apoyo a cientos de venezolanos que llegan al país y requieren de ayuda psicológica, humanitaria y alimentaria, entre otras.
“Santo Ángel se conformó con mucho esfuerzo y el apoyo de Pastoral Social y PNUD, es un proyecto para generar cambios desde la sociedad civil organizada y con el tiempo se han ido sumando más personas”, indica Maybelys.
Hoy en día, la asociación cuenta con personas que trabajan de manera voluntaria, muchas de ellas incluso son colombianos retornados o que todavía tienen a sus familias en Venezuela y quieren apoyar a la gente en las calles que no tiene nada.
“En enero del año pasado logramos formalizar la asociación y ya contamos con un buen grupo de profesionales. Hemos liderado ferias de emprendimiento, así como organizado la logística de jornadas de atención médica a migrantes, entre otras actividades que incluso han llegado a ser culturales”, explica.
Es precisamente esa cercanía con la gente lo que les ha permitido a los integrantes del grupo llegar a comunidades de difícil acceso en la frontera, muchos de ellos en condiciones críticas. Ello les ha valido también sobrevivir con el apoyo de las organizaciones que le apuestan a su causa y, además, que los han impulsado a vincularse al grupo Coalición por Venezuela, que se conformó en el marco de la última asamblea de la OEA. Ahí se encuentran representando a la región 23 organizaciones colombianas, entre otras, que en el hemisferio americano trabajan en pro de elevar las peticiones de los migrantes venezolanos en una sola voz.
“Gracias a este grupo he podido encontrar una familia, pues cuando llegué a Colombia tuve que empezar de cero y de alguna manera hoy veo todo en perspectiva y me doy cuenta de lo mucho que he logrado. Fue difícil porque tuve que adaptarme a un nuevo hogar y nueva gente, pero La Guajira es acogedora y también en ella encontré el amor”, dice.
Además, considero que para hacer este trabajo siempre hay que ir más allá.
“No hay que ver al ingeniero, al médico, al abogado, sino a la persona que hay dentro de eso, lo que también permite a la gente ver lo que hay dentro de mí. Así no se queda uno solo con el migrante, sino con todo un trasfondo que hay por cada persona”.
“Lo que vivo me hace sentir que, aunque no esté ejerciendo mi profesión, puedo ayudar a otros. Añoro Venezuela, pero mi proyecto de vida cambió y ahora está en Colombia, apoyando a aquellos que me necesiten ”.
El covid-19 no es obstáculo
En tiempos de cuarentena, el trabajo de Maybelys y Salto Ángel no se ha detenido. El grupo sigue apoyando a la población en las calles, siguiendo las medidas estipuladas para su protección contra el covid-19.
“Hemos llevado mercados a familias que no tienen nada, y seguimos buscando apoyo para no dejar desprotegidos a muchos migrantes que quedaron en peores condiciones desde que empezó la cuarentena por el nuevo coronavirus en el país”.
Hace poco menos de una semana, logró llevar junto a su equipo mercados de una donación a familias con niños en situación de discapacidad. Y dice que es de las experiencias más complejas que ha vivido.
“Los migrantes están en una situación muy difícil; aun así, siempre tienen una sonrisa para dar las gracias, para abrirnos sus puertas y dejarnos conocer sus condiciones. Ellos saben que nosotros mismos hemos pasado por mucho, que también somos venezolanos que han salido adelante con mucho esfuerzo”.
Indica que la llegada del covid-19 le ha mostrado a Colombia esa cara dura de la realidad, especialmente la de los migrantes que ya habían empezado a establecerse, a lograr mejores condiciones y con esta pandemia están volviendo a las calles.
“Lo poco que tenían estas personas se ha ido disolviendo con la llegada de la pandemia y la cuarentena. Nosotros estamos tratando de apoyarlos lo que más podamos, no queremos dejarlos solos, pero no es una tarea que se pueda lograr sin el apoyo de la gente y de las organizaciones. Hay muchas personas solidarias que les han tendido una mano, pero hay muchas necesidades por cubrir en este momento”.
Maybelys explica que hay días en los que las soluciones no parecen tan próximas, pero siempre llega una mano amiga para apoyar a Salto Ángel y a los migrantes, ya sean personas particulares, empresas o el mismo gobierno.
“De hecho, ahora estamos trabajando mucho más de lo que lo hacíamos antes de que iniciara el aislamiento. El hambre no espera y muchas familias están desprotegidas. Encontramos casos que requieren de atención inmediata y nosotros seguimos en la labor de apoyarlos. También seguimos tocando puertas para lograr las donaciones».
“Siento que en medio de todo soy muy afortunada. Puedo ayudar a mi pueblo venezolano de otra manera, y con Salto Ángel ese sueño se ha hecho realidad, pude convertir mi vocación de ayudar a otros en una asociación para los migrantes; ahí está mi camino”, concluyó.
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