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No es hora de pugilatos políticos

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Solo una cosa es cierta a nivel mundial en el manejo de la pandemia del coronavirus: la ignorancia tan crasa de todos aquellos que intervienen en su contención ha traído como consecuencia que los gobernantes en cada país, sobre la base de lo aprendido por quienes se contaminaron primero, vayan trazando un camino más o menos cuerdo para combatirlo y proteger a su gente.

Colombia no se diferencia de otros en esto. Iván Duque le ha estado siguiendo los pasos a los europeos en la manera de aproximarse a una solución temprana que, a la vez que desactiva parcialmente el virus a través de un plan de confinamiento de la población, va monitoreando el comportamiento de la economía de manera de minimizar el daño que se produce en el empleo y en la producción debido a la paralización de sectores claves. Ese es un equilibrio muy difícil de lograr y quienes lo han transitado primero, Alemania, Francia, Italia y España, no han dejado de alertar a sus respectivas poblaciones sobre la posibilidad de tener que dar marcha atrás si los experimentos fallan. Porque eso son: experimentos en los que se requiere una enorme dosis de valentía para someter al azar a millones de súbditos atemorizados.

Al igual que los países que lo han precedido en estos riesgosos y complejos ensayos para abordar una circunstancia inédita, también a Duque le ha tocado enfrentar críticas ácidas de opositores que siempre creen tener una mejor vía para resolver la crisis. También en Colombia las administraciones regionales han tenido ideas propias para hacer frente a las calamidades en la búsqueda de una salida airosa para el colectivo nacional, pero han sido prudentes en no generar desencuentros públicos con el inquilino del Palacio de Nariño.

Salir bien parado del ejercicio de gobernar en las circunstancias críticas actuales, lo que implica imponer criterios, dictar medidas restrictivas al contacto social, paralizar temporalmente actividades y sectores sabiendo el perjuicio que se provoca a la ciudadanía, es casi una cuestión de suerte. Como resultas de sus decisiones muchas veces solitarias, el futuro político de un mandatario puede quedar enterrado.

Escuchar a Iván Duque alzar la voz con la intención de parar en seco a la máxima autoridad capitalina, la alcaldesa de Bogotá, quien se manifestó claramente en contra de la desescalada propuesta desde el Palacio de Nariño, es un gesto impensable para quien ha manejado con guantes de seda la autoridad. “Aquí el presidente soy yo” fue su respuesta contundente a los reproches de Claudia López cuando esta hizo fuertes críticas a la decisión presidencial, dentro de la cuarentena oficial, de reactivar 4 millones de trabajadores de los sectores de la construcción y de las manufacturas. Las reservas de la funcionaria tenían su dosis de razón – la reactivación de estos dos sectores vulneran a los trabajadores del sector transporte– y posiblemente sea la única en Colombia que se ha mostrado renuente a remar en la misma dirección de Duque. Lo cierto es que este presidente, que había sido calificado por la prensa española como “un predestinado de las élites” cuando fue investido con su cargo, se ha crecido en la administración del país en esta etapa. Las regiones se han sometido a sus designios de buena gana y han respaldado su manera de enfrentar la crisis económica sin esperar las soluciones científicas que aún pueden tardar. El pugilato político ha quedado para más tarde, tal como el mismo presidente ha demandado.

Su popularidad está reaccionando favorablemente y su liderazgo va tomando un mejor rumbo. Buena falta que le hacía. Apenas 27,3% de la ciudadanía lo apoyaba hasta que tomó las riendas del drama sanitario. Su decisión de enfrentarse a las cámaras diariamente en horario estelar y cuando toda la población se encuentra cautiva, seguramente está contribuyendo a generarle la confianza que necesita. Son los expertos en catástrofes de la naturaleza de la actual los que aseguran que cuando todo está en contra es la confianza la que hace ganar la mayor parte de las batallas.

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