Una cosa es elucubrar sobre lo que ocurriría en determinada situación límite y otra lo que en una igual o similar a la imaginada podría en efecto suceder, y si algo ha puesto de manifiesto la pandemia de COVID-19 es el hecho de que las diferencias entre las especulaciones y el devenir pueden llegar a ser tan enormes como en extremo graves los problemas acarreados por circunstancias de esa índole.
En el imaginario colectivo de la contemporánea sociedad global, verbigracia, estuvo la idea del colapso gubernamental como una muy probable posibilidad en el caso de la propagación, hasta los confines del planeta, de una enfermedad infecciosa letal y sin cura al alcance en lo inmediato, pero lo que ha propiciado la de la COVID-19 no solo es lo opuesto sino que al afianzamiento de las estructuras existentes se viene sumando, tanto en los sistemas «democráticos» como en los regímenes totalitarios, un peligroso incremento del poder coercitivo y de la intervención de sus instancias en cada vez más aspectos de las vidas de las personas.
Huelga mencionar —o quizás no— las consecuencias que a medio y largo plazo podría traer el mantenimiento de esta tendencia, aunque es probable que los escenarios que, considerándolas, ahora mismo se planteen, resulten luego ficciones superadas con creces por la realidad como las que legos y «sabios» forjaron previo a esta pandemia.
Ello debería ya haber fomentado un sincero debate público —a distancia, por supuesto— acerca de la real efectividad de las capacidades de anticipación que se han desarrollado hasta hoy en todas las naciones del orbe y lo que se necesita para mejorarlas de manera sustantiva, máxime porque, tal vez, la siguiente contingencia mundial no sea tan «fácilmente» superable como la actual. No obstante, los obstáculos que han de vencerse para que pronto esto tenga lugar, con la participación de actores que en verdad representen a todos los sectores de la sociedad, lucen todavía insalvables.
En enero, por ejemplo, hice llegar a uno de los más importantes medios de España —nación que muy lamentablemente se cuenta entre las más afectadas por la COVID-19— una propuesta y algunas contribuciones que apuntaban en ese sentido y que fueron rechazadas por no considerarse de interés —y más bien propias de mentes «calenturientas»—, y aunque ni yo pude imaginar entonces que en cuestión de semanas la realidad demostraría, de insospechado modo, cuán erróneos son esos criterios que llevan a descartar cualquier osado planteamiento que cuestione los propios esquemas epistémicos que guían las actividades de generación de conocimiento científico, de prospección tecnológica, de diseño de políticas públicas y, en general, de «planificación» del desarrollo, lo cierto es que tales esquemas permanecen aún inamovibles en las mentes de inmensas mayorías.
Es mucho e invaluable lo que, si se quisiera, podría aprenderse de esta pandemia y aplicarse en el transcurso del decenio que recién comienza para que la humanidad se transforme a sí misma en un sostenible proyecto dentro de un mundo frágil pero que, a diferencia de lo que se creía hasta hace pocos días, puede sanar de forma vertiginosa si ella se lo permite. Sin embargo, seguirá constituyendo esto la mayor de las tareas pendientes hasta que de la «forja» de escenarios ajustados a tales esquemas se pase a una construcción de futuro basada en previsiones, de riesgos y oportunidades, tras las que no subyazgan prejuicios y limitadas visiones de la realidad.
@MiguelCardozoM
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