Venezuela vive momentos cruciales. Desde la instauración de la dictadura comunista hace 20 años, en gran parte por debilidad del establecimiento para enfrentar a Chávez, no se había vivido un momento tan crucial para la República.
La actitud opositora siempre ha sido blandengue frente al comunismo, han sido 20 años de entreguismo inaudito, desde 1999 cuando el Congreso no enfrentó la toma de su sede por la Guardia Nacional, pasando por la claudicación en el referéndum revocatorio, continuando con la aceptación por Capriles del fraude de Maduro, terminando con el ridículo de no obedecer al pueblo en el plebiscito de 2016, la oposición inexplicablemente se ha doblegado a los designios de la tiranía del socialismo del siglo XXI. (Cierto es que no hay que generalizar y que ha habido gallardas y heroicas posiciones contra la dictadura, pero no han sido mayoritarias).
Por primera vez este enero de 2019 se ven atisbos de una acción mancomunada en pro de la restauración democrática en el país. La decisión de la Asamblea Nacional de declarar a Maduro como usurpador del poder y por lo tanto ilegítimo su cargo de presidente de la República es un acto trascendental. Debe resaltarse también que el ambiente en la comunidad internacional por primera vez es propicio a defender la restauración democrática en Venezuela, indudablemente como consecuencia del giro hacia la derecha en países tan importantes como Brasil, Argentina, Chile y Colombia.
La declaración de la Asamblea de Maduro como usurpador es un primer paso. A continuación, debe el presidente de esta, Juan Guaidó, asumir la presidencia provisional y comenzar el proceso de reinstitucionalización del Estado, con la designación de nuevos poderes legítimos, entre ellos de vital importancia un legítimo Consejo Nacional Electoral. Una vez concluida esta etapa, convocar a elecciones legítimas y democráticas.
Hasta acá todo va bien; pero, como siempre, hay un pero. Guaidó manifestó su intención de asumir esa presidencia, fácticamente pues, él es el presidente provisional, pero eso no basta. Eminentes juristas como Aguiar y Haro señalan la necesidad de que se juramente como tal. Allí empieza el problema, persistiendo en la actitud ambigua respecto a la tiranía, la oposición da un frenazo inconcebible y en vez de juramentar a Guaidó, asume ella las funciones ejecutivas, caso único en el mundo en el que una asamblea asume una función de una persona. No hay otra razón para explicar este desafortunado evento que la perpetuación de la actitud colaboracionista de la MUD (o como se llame) con el régimen.
No hay otra salida para comenzar el heroico proceso de reinstauración democrática que el que Guaidó asuma la presidencia. Él ha manifestado su intención de hacerlo, luego, ese paso ha debido darse ya; como no se ha hecho, pues se debe dar lo más rápido posible.
Quisiera suponer que se espera al 23, para que frente a una gigantesca manifestación popular se vea el respaldo del soberano primario a la democracia personalizada en la figura de Guaidó y en consecuencia asumir efectivamente la presidencia. La comunidad internacional y seguramente gran parte de la base de nuestras Fuerzas Armadas darán el paso para apoyar al presidente provisional. Pero se necesita una actitud firme de Guaidó, él debe ante el unánime apoyo nacional e internacional deslastrarse de la ominosa férula de los líderes colaboracionistas como Ramos Allup, Fermín, Fernández, Capriles, etcétera y asumir sin ambages la presidencia.
De darse esa circunstancia un aire de esperanza se cierne sobre Venezuela y su destino democrático, de continuarse en cavilaciones y pusilanimidad se enterrarán las esperanzas y se perpetuará la tiranía comunista. Es ahora o nunca presidente Guaidó.
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