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Retazo de una sobreviviente. La liberación

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Por CESIA HIRSHBEIN

Solo con abrir las verjas y dejar salir a las prisioneras al descampado no quería decir que se acabaran sus problemas. La mayoría de las mujeres estaban exánimes y arrastrándose. Los días no habían dejado de ser noches eternas. No se había llegado al final del túnel. Fue un largo camino…

¿Pues luego…? ¿A dónde ir? ¿Quién les iba a dar cobijo a ella, a Miriam, a su hermana, y a las dos primas? ¿Así como estaba? La cabeza rapada, vestida con un saco de papas, manchas, moretones y rasguños en todo el cuerpo. ¿Desde cuándo no se miraba en el espejo?

Recién ahora tomaba consciencia de sí misma, de que tenía un rostro, una apariencia y un cuerpo. Se pasó los dedos por el cuello, las mejillas, los labios pálidos, el cuero cabelludo picoteado con islitas de mechones sueltos. Se abrazó pasándose los brazos por la cintura, se la apretó. Pellizcó sus muslos, rodillas y por primera vez en años sintió su cuerpo como algo suyo con huesos, y sangre corriéndole por las venas. Los dedos se pasearon por todas esas formas hasta llegar a su alma. Y como si fuera una revelación, también la sintió. Miró hacia el cielo cargado de nubes negras. Con apenas una fisura luminosa bien en lo alto.

¿Pero salir? Nadie le había instruido cómo valerse por sí misma en el mundo exterior.

Dentro de las murallas alambradas recibía órdenes, y era vigilada todo el tiempo. En esos años su lucha era otra, era por la sobrevivencia más elemental, la de mantenerse viva, la de mirar hacia abajo por si acaso encontraba un trozo de comida, la de escarbar en cualquier rincón el alimento diario y la de evitar las golpizas. Además, seguían con fuerza aquellos rumores, advertencias, murmullos y susurros de que los alemanes se habían desparramado hacia el interior de los prados dispuestos a hacerles daño a los judíos liberados. A matar, incluso.

La vida en cautiverio tiene sus ventajas. Ella había estado viviendo en un ambiente irreal, por debajo de la tierra húmeda como en la época de las cavernas, y había pasado su adolescencia en ese inframundo roñoso. En ese entonces no tenía que preocuparse del bullicio exterior que exigía otras tácticas de subsistencia y que nunca aprendió. La guerra la atrapó de quince años

Remotamente entendió que se había acabado la esclavitud. Miriam, Estusha y las primas se miraron, no supieron qué decirse, si reír o llorar. Se tomaron de la mano, se acercaron y estrecharon unas con las otras. Casi no se podían despegar del impacto desde aquel primer grito, extraño pero contundente del médico del doctor alemán que atendía la barraca donde mal dormían. Miriam jamás olvidaría su rostro ovalado con la quijada torcida, barba muy bien cuidada, cabellera abundante, rizada, entre rubia y canosa, lentes redondos y opacos que no dejaban ver los ojos:

—¡La guerra ha terminado! ¡La guerra ha terminado!

No se podría afirmar si el fatigoso y destemplado tono de su voz era por alivio o terror.

Ellas se agruparon juntas y aturdidas por los movimientos de las tropas aliadas, los vaivenes de la Cruz Roja y las personalidades que entraban y salían para curiosear. Muchos reporteros, camarógrafos y fotógrafos…Flashes por todas partes, había que dar testimonio, decían, ¡porque algún día algún bastardo se levantará y dirá que eso no pasó, no ocurrió!…

Los extraños la miraban como si fuera un espécimen. Mientras que ella, -inconsciente, ajena a aquel enjambre hambriento de curiosidad, de novedad-, despertaba a la vida desde el dolor, la cárcel y la tortura. Tenía urgencia por verse en un espejo, por abrazarse con sus seres queridos. Por bañarse, por hablar, por expulsar lo vivido desde lo más profundo, contar, contar y contar. Y se volvía a pasar las manos una y otra vez por el cuero cabelludo en forma circular…

Y esperó. Otras también lo hicieron. Muchas se fueron. Algunas morían en el camino. Y aunque el charco donde antes sus pies estaban a punto de podrirse aún no se había secado, por lo menos le daban comida. Llegaban cargamentos y más cargamentos de la Cruz Roja, los suficientes para irse recuperando.

Y cuando solo quedaban las ruinas de lo que fue su cárcel, por fin Miriam con su hermana y primas se atrevieron a salir y enfrentar la realidad detrás de las alambradas y del portón donde se leía la retorcida frase que siempre les produjo asco: “el trabajo libera”.

Será a ellos, a los soldados nazis que todos los días les daban órdenes y más órdenes para presentarse en el patio de la lista interminable, de mantenerlas a raya frente a la puerta de la cocina a la hora del caldero, de ir al baño… No miró hacia atrás. No era la esposa de Lot.

Los primeros meses afuera no están muy claros en su memoria. Un caos. En un principio, todo era oscuridad, Érebo, el dios primordial de las sombras llenaba todos los rincones… Miriam se mareaba con el ir y venir de un lado a otro de toda la gente salida de los campos de concentración, como si fueran seres de los tiempos de Sodoma y Gomorra. No recordaba el orden de los hechos ni dónde podría encontrar a su familia, conocidos…amigos. Un caos total. ¿Estaría parte de su familia entre los cadáveres derretidos, pulverizados o caídos a balazos en las tantas fosas que conoció? Solo tenía claro, entre las sombras de aquellos días cambiantes, que debía ir a su pueblo y reencontrarse a sí misma y a su familia.

Fueron días de búsqueda y de dar tumbos.

Había sido una niña cuando salió de su pueblo natal. De Kozminek. Su orientación era nula. Solo sabía de nombres y de calles. Y de la gran plaza central. El lago famoso. Hasta que de algún modo se fue aproximando. Reconoció algunas casas. Las cercanías. El colegio semi derruido con la verja curiosamente de pie. Debía buscar la casa donde vivía, quizás estaría esperándola su papá, porque a su madre la vio morir. Vio cuando la asesinaban.

Tenía que poner en orden sus pensamientos.

Auschwitz había quedado a sus espaldas, en ruinas, pero no tan lejos. Palpitaba en sus sienes. Pedazos de esas ruinas las arrastraba consigo, adheridas a su piel. Y no iba a ser tan fácil deshacerse de ellas. La liberación no era nada fácil.

Pero era joven. A pesar de sus grietas, a pesar de todo…la vida continúa.

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