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¿Interdependencia o autosuficiencia?

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Si para algo ha servido la crisis causada por la pandemia es para poner la lupa sobre la dependencia que tiene cada país de los suministros provenientes del exterior y la vulnerabilidad que ello comporta. China ha sido actor principalísimo de este protuberante drama, pues la carencia de material sanitario que evidenció Europa en las cantidades requeridas para enfrentar el coronavirus en las primeras semanas de contaminación colocó a Pekín en el ojo del huracán.

La desesperada necesidad en la Eurozona de estos elementos puso de relieve quién es el que tiene la sartén por el mango en estos avatares de salud. China era el proveedor cuasi único para una demanda desproporcionada a inusual. El hecho de que desde los puertos chinos llegara material defectuoso e incluso inservible consiguió avivar la rivalidad y subrayar la debilidad manifiesta del viejo continente frente a sus proveedores de Asia.

Ahora no es solo lo sanitario lo que está en el tapete sino la dependencia estratégica de China en una buena cantidad de otros sectores. Y viceversa.

Con la data oficial de marzo en las manos es posible comprobar cómo, solo en los meses de enero y febrero, el conjunto de las exportaciones chinas, comparadas con las del año anterior, cayeron 17,2%. No fue solo el sector farmacéutico el que se descalabró, pero sí al que se le ha prestado la mayor atención mediática en los países de Europa.

Todo el conjunto de industrias manufactureras regadas por la geografía china sufrió las consecuencias de las medidas de aislamiento social y de la paralización del transporte interno. Pero no ha sido solo la industria farmacéutica la que se ha visto impedida de cumplir con las órdenes de compra que tenían como destino los países más afectados, como fueron los europeos. Esta es, posiblemente, la cadena más intrincada y la que debía reaccionar con mayor prontitud. También, por ello, la más compleja de restablecer.

La producción de piezas y partes para automóviles, por un lado, y la industria proveedora del sector aeronáutico por el otro, sufrieron también desajustes muy severos. Ni hablar de los productores de componentes de telefonía y piezas para telecomunicaciones. La publicación Politico.EU reseñó cómo una encuesta realizada en Alemania por Bitkom sobre 80 empresas especializadas en el sector tecnológico digital arrojó que una de cada cuatro dejó de recibir órdenes de compra de proveedores en el gigante de Asia. Sería bueno averiguar si empresas europeas del calibre de Deutsche Telekom, Ericsson o Nokia están saliendo bien paradas en esta hora en su relación comercial y sus asociaciones estratégicas con proveedores chinos.

Todo el mundo empresarial relacionado con contrapartes de negocios en China debe replantearse y reorientar sus proyectos y sus intercambios dentro del contexto de una interdependencia en la que en ambos lados están saliendo perjudicados como consecuencia de elementos externos ajenos a su dinámica propia.

El aterrizaje de la economía china no es menos complejo. Este año su producto interno enfrentará una caída de 6,8 %, pero su sector industrial se despeñará aún más para ubicarse en el entorno del 10%.

Una transición a una novedosa manera de relacionarse entre países tendrá que ser abordada por el mundo entero y en esa nueva ruta habrá grandes interrogantes que resolver. Durante décadas la comunidad internacional ha invertido en construir una especialización dentro de la globalidad que ha sido útil, en apariencia, para todos sus actores. Es posible que el corolario de este episodio sea que el mejor de los ambientes no es la interdependencia sino el de la autosuficiencia.

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