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Emeterio Gómez

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Fue un hombre bueno. Fue un amigo.

Trabajo ahora con la imprecisa nitidez de los recuerdos. Hacia finales de los años sesenta, siendo estudiante de Economía en la UCV, ingresé como “preparador”, una suerte de asistente, a la Cátedra de Macroeconomía que dirigía el profesor D. F. Maza Zavala. Allí, a lo largo de un tiempo que ya no retengo, estaban José Moreno Colmenares, Manuel Rodríguez Mena, José Miguel Uzcátegui, Emeterio Gómez y un nuevo: quien esto escribe. Eran tiempos agitados y promisores de la UCV, la época de la Renovación Académica que prendió en todas las facultades y en todas las universidades, en paralelo –pero no consecuencia- del Mayo francés y de las protestas mundiales contra la guerra en Vietnam. Época de decir “el sistema se hunde, haz peso”, “prohibido prohibir” y otras consignas autóctonas o prestadas.

En ese marco y luego ya como jóvenes profesores queríamos innovar en la enseñanza de la economía política. Emeterio fue apasionado partidario y promotor de esos cambios. Estimábamos que los estudiantes debían ir a las fuentes originales del pensamiento neoclásico, marxista y keynesiano, por lo que nosotros comenzamos a estudiar a fondo fundamentalmente a Marx y a Keynes. En esa época compartí un pequeño cubículo con Emeterio y tratamos de estudiar a fondo los autores mencionados. Nos convertimos en marxólogos, estudiosos de Marx, y aproximadamente marxistas. En ese proceso pude apreciar su evolución intelectual.

Emeterio se esforzó por llegarle a la nuez del postulado del origen de la plusvalía de la cual se apropiaba el explotador capitalista. Estudió, discutió, polemizó, escribió artículos y libros, y en ese proceso llegó a una especie de iluminación intelectual al descubrir en la propia trama de El Capital la falacia sobre la cual se fundaba el autor. No fue una postura política la que lo condujo a desechar el marxismo (después la adoptaría), sino el producto de estrujar desde adentro sus contradicciones. Llegó a decir a los años algo que es fácil decir desde una posición ideológica pero no desde una perspectiva analítica: el marxismo es una tontería y Marx un idiota. Más adelante, igual demolición aunque más moderada haría con Keynes.

A través de estrujarse el alma y su talento, Emeterio se convirtió en un pionero del liberalismo en Venezuela, cuando no era simpático ni popular adoptarlo. Estudió filosofía, adquirió un tono místico en un contacto que no conocí enteramente pero supuse profundo con la religión, y adoptó una misión en su vida: estudiar y difundir las bondades del pensamiento liberal y aún más, se hizo un crítico implacable del tipo de capitalismo que carecía de sentido social.

Era un polemista de los buenos. No se arredraba ante expertos y sabios. Como portador de sus propios descubrimientos se atrevió a irrumpir en ambientes dominados por la molicie intelectual; la izquierda de la cual había formado parte como militante se debatía ante él entre el odio y la admiración. Tenía un sentido crítico muy intenso, siempre en guardia incluso frente a sus propias convicciones. No era fácil estar de acuerdo con él en “todo” y podía ocurrir que cuando se llegara a estar de acuerdo ya sus propias tesis hubiesen ido hacia adelante a un lugar inesperado.

Esa vida intelectual profunda, comprometida consigo mismo, jamás le hizo perder un suave humor, una sonrisa discreta, una alegría de vivir inmensa, truncada hace unos años por un desgraciado accidente. Vivió con un amor profundo hacia Fanny, su esposa y compañera de todos los tiempos, y sus hijos.

Ahora lo veo otra vez en el podio, fajado como los buenos con los escépticos y resistentes a la buena nueva que portaba. Un abrazo, amigo, nos vemos allá…

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